lunes, 1 de octubre de 2012

LA EDIFICACIÓN : LA ESCULTURA - Rudolf SCHWARZ.


                                                                    También la escultura es obra de las manos.  Hace la mano una materia y modelándola saca de ella la imagen. La mano la despierta, la hace hablar. Muévese sobre ella en continuo quitar y añadir, alisando su superficie. Y el ojo vigila atento, fiado todo él en la industriosa mano. Aquí una vez más la colaboración del ojo es puramente femenina.
   Pero la escultura es ante todo obra de la mano en cuanto sensible, no en cuanto asidora.  La forma escultórica tiene su propio y verdadero lugar en la superficie : es forma impuesta. Lo que yace debajo tiene que llevar y soportar esa forma, y cuando una escultura es realmente acertada, el máximo de su expresión está en su superficie.
   Hay aquí dos casos límite. El uno es el del escultor que escoge un material porque ve en él la cualidad más básica : la de sobresalir y ocupar espacio ; percibe que puede imponerle una forma tal, que la materia participe de ella solamente lo preciso para conservar esa forma, impidiendo su inmediata disolución. Éste es el caso de la invención pura. Una forma pura es plasmada en un material modelable. La cera y el barro se trabajan así. Es también éste, el caso del moldeo : un material líquido se vierte dentro de una forma  ahuecada, en suyo seno endurece.
   El otro caso límite, en el que el escultor esculpe propiamente su imagen, es cuando logra la forma sacándola de su material.
   Entonces deja también que “hablen” el grano de madera o la veta del bloque marmóreo. Pero este “hablar”no es verdadero diálogo, puesto que el material no entiende cuál es la forma que debería tener, sino que contribuye sólo, aportando sus accidentales cualidades físicas, o, a lo sumo, la forma que tiene. El material nota la forma que se le impone, y no puede comentarla. En ningún caso desempeña el material una parte mayor que ésta, en la obra escultórica. Es peligrosa comparar al educador o al político con el escultor, porque éste impone a una materia muda la forma que él quiere.
   En la escultura es como si la mano se diese la vuelta a sí misma : su modo especial de sentir, de placer, se convierte en aserción. La mano percibe una cosa al palpar los dedos su exterior, y, haciéndose así noticiosa de su forma externa, puede por ésta conjeturar lo que hay en el interior. En el trabajo escultórico, este acto de sentir se hace expresión, pronunciación. La mano se convierte en una forma que habla y se coloca en el exterior como una obra. Así se explica esa extraña existencia de la obra tridimensional : es algo espacial, sí, pero su especialidad es la de una superficie muchas veces curvada – y hay también en ella otra cosa : que esa superficie ha adquirido hondura, fondo, por la quieta sumisión de la masa escultural -. El modo como la profundidad de la escultura entra aquí a tomar parte, corresponde a la silenciosa comunicación de la mano al apoyarse suavemente sobre una cosa. La una se transpone en la otra ; el escultor cambia el mundo por su mano : pone ésta en lugar de la cosa en el mundo.
- Rudolf Schwarz.                                         

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