También la escultura es obra de las manos. Hace la mano una materia y modelándola saca
de ella la imagen. La mano la despierta, la hace hablar. Muévese sobre ella en
continuo quitar y añadir, alisando su superficie. Y el ojo vigila atento, fiado
todo él en la industriosa mano. Aquí una vez más la colaboración del ojo es
puramente femenina.
Pero la escultura
es ante todo obra de la mano en cuanto sensible, no en cuanto asidora. La forma escultórica tiene su propio y
verdadero lugar en la superficie : es forma impuesta. Lo que yace debajo tiene
que llevar y soportar esa forma, y cuando una escultura es realmente acertada,
el máximo de su expresión está en su superficie.
Hay aquí dos casos
límite. El uno es el del escultor que escoge un material porque ve en él la
cualidad más básica : la de sobresalir y ocupar espacio ; percibe que puede
imponerle una forma tal, que la materia participe de ella solamente lo preciso
para conservar esa forma, impidiendo su inmediata disolución. Éste es el caso
de la invención pura. Una forma pura es plasmada en un material modelable. La
cera y el barro se trabajan así. Es también éste, el caso del moldeo : un
material líquido se vierte dentro de una forma
ahuecada, en suyo seno endurece.
El otro caso
límite, en el que el escultor esculpe propiamente su imagen, es cuando logra la
forma sacándola de su material.
Entonces deja
también que “hablen” el grano de madera o la veta del bloque marmóreo. Pero
este “hablar”no es verdadero diálogo, puesto que el material no entiende cuál
es la forma que debería tener, sino que contribuye sólo, aportando sus
accidentales cualidades físicas, o, a lo sumo, la forma que tiene. El material
nota la forma que se le impone, y no puede comentarla. En ningún caso desempeña
el material una parte mayor que ésta, en la obra escultórica. Es peligrosa
comparar al educador o al político con el escultor, porque éste impone a una
materia muda la forma que él quiere.
En la escultura es
como si la mano se diese la vuelta a sí misma : su modo especial de sentir, de
placer, se convierte en aserción. La mano percibe una cosa al palpar los dedos
su exterior, y, haciéndose así noticiosa de su forma externa, puede por ésta
conjeturar lo que hay en el interior. En el trabajo escultórico, este acto de
sentir se hace expresión, pronunciación. La mano se convierte en una forma que
habla y se coloca en el exterior como una obra. Así se explica esa extraña
existencia de la obra tridimensional : es algo espacial, sí, pero su
especialidad es la de una superficie muchas veces curvada – y hay también en
ella otra cosa : que esa superficie ha adquirido hondura, fondo, por la quieta
sumisión de la masa escultural -. El modo como la profundidad de la escultura
entra aquí a tomar parte, corresponde a la silenciosa comunicación de la mano
al apoyarse suavemente sobre una cosa. La una se transpone en la otra ; el
escultor cambia el mundo por su mano : pone ésta en lugar de la cosa en el
mundo.
- Rudolf Schwarz.
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