lunes, 11 de febrero de 2013

MOZART A TRAVÉS DE SUS CARTAS / AUDIOCLÁSICA


WOLFGAN escribe a Leopoldo : siglos después, esas cartas llegan hasta nosotros.
Es difícil no sentir emoción al leer las palabras que escribió Mozart, al compartir su alegría ante una composición terminada o sus quejas ante la frialdad en los estrenos. Las cartas realizan el milagro de que sea el propio compositor quien nos narre los sucesos fundamentales de su vida. Escribe a su padre, a su hermana, a Constanza… pero somos nosotros, muchos años después, los últimos destinatarios de la narración de acontecimientos que se han convertido ya en historia.
Tenemos la fortuna de que una selección de estas cartas ha sido traducido al castellano por Miguel Sáens, uno de nuestros mejores traductores. Pocas veces un libro nos ayudará tanto a comprender la música.
¿A QUIÉN ESCRIBE MOZART?
En el siglo XVIII la escritura epistolar era una práctica habitual. Aún así, el disponer de un mayor o menor número de cartas de un compositor determinado está condicionado por sus circunstancias vitales. En el caso de Mozart, sus viajes y la relación con su padre le obligaron a enviar cartas con cierta regularidad.
Los viajes por Europa entre 1770 y 1772, cuando el compositor es aún niño, nos permiten disponer de las cartas escritas por Leopold a su mujer y de las del pequeño Wolfgang a su hermana. Los años pasan : el compositor deja atrás la niñez. La vida es ahora más complicada, como comprueba en el viaje que realiza entre 1777 y 1778, acompañado de su madre. Visita, entre otras ciudades, Munich, Manhein y París. El joven compositor relata a su padre los pormenores del recorrido. Tenemos así una crónica detallada de esa gira, en la que un joven músico -ya no es el niño prodigio-encuentra dificultades para ser reconocido. Asistimos -con tristeza y cierto sentimiento de violar la intimidad del músico -a momentos dramáticos, como la muerte de su madre. O, por el contrario, nos sorprenden las cartas -alegres, absurdas, ingeniosas- que Wolfgang escribe a su prima Thekla.
Por fortuna para nosotros no terminaron aquellas andanzas del joven. Al no estar contento en Salzburgo aprovecha cualquier ocasión para viajar. En esos viajes encuentra siempre un momento para escribir a Leopoldo, preocupado por el porvenir de su hijo.
En 1781 se produce la ruptura con el arzobispo de Salzburgo. Se establece en Viena, desde donde escribe, con regularidad, a su padre en Salzburgo. En 1787 muere Leopoldo, y la correspondencia, por tanto, disminuye. Será ahora Constanza o algunos amigos los destinatarios de las misivas.
¿QUÉ NOS CUENTAN LAS CARTAS?
Una carta nos permite asistir, en las palabras de su protagonista, al momento de la ruptura del compositor con el Arzobispo de Salzburgo : “Me llamó canalla, piojoso, bufón… Por fin, como me hervía fuertemente la sangre, le dije ¿Acaso su Gracia no está satisfecho conmigo? Y él: ¿Cómo, quiere amenazarme ese bufón? Ahí está la puerta, mire, con semejante bribón miserable no quiero tener nada que ver. Y yo, al marcharme : que quedábamos así, mañana lo tendrá por escrito”.
La carta nos cuenta lo que pasó desde el punto de vista del protagonista. También desde lo que el autor quiere que sienta quien lo lea. En este caso, Mozart trata de aplacar el presumible enfado de su padre, presentándose como la víctima del Arzobispo. No cuenta, sin embargo, toda la verdad… Sabemos, por varias cartas, que el compositor quería abandonar la ciudad en la que trabajaba : “El Arzobispo no podría pagarme bastante por la esclavitud de Salzburgo. No debe empezar a hacerse conmigo el importante, como era su costumbre, porque no es imposible que le deje con un palmo de narices”.
Son frecuentes las provocaciones a su patrón, buscando que éste, finalmente, le despidiera. Por eso hay que leer “entre líneas”, descubriendo qué sucede, qué se esconde y qué se exagera. La lectura nos ayuda a entender cómo era el compositor, el por qué de sus acciones, sus miedos, sus sueños, sus engaños, sus momentos de felicidad… Compartamos con el autor del Requiem las reflexiones sobre la muerte que dirige a su padre, enfermo : “La muerte, mirándola bien, es el verdadero objetivo final de nuestra vida y por eso desde hace unos años me he familiarizado tanto con ese amigo verdadero y bueno del hombre, que su imagen no sólo no tiene nada de espantoso para mí sino de muy tranquilizador y consolador. Y doy las gracias a Dios que me ha concedido la felicidad de tener ocasión -usted me comprende- de conocerla  como la llave de nuestra verdadera felicidad”.
Pero abandonemos este apartado con la cara festiva del compositor, introduciéndonos en la intimidad de su casa : “La pasada semana di un baile en mi casa. Empezamos por la tarde a las seis y terminamos a las siete. ¿Cómo, sólo una hora? No, no, a las siete de la mañana.
LA MÚSICA
Pero es la música la auténtica protagonista de estas cartas, la música tal como es vivida por el propio compositor. Podemos conocer, por ejemplo, los pormenores de la composición de El rapto en el serrallo. ¿Quién mejor que su autor para describirnos una de las arias? “Es el aria favorita de todos los que la han oído, y también la mía. Se ve el temblor, la vacilación, se ve cómo se alza el pecho henchido -lo que se expresa por los violines con sordina y una flauta al unísono”. El conocimiento del público no está ausente en sus reflexiones sobre el final del primer acto : “El final causará mucho estrépito, y eso es al fin y al cabo lo que debe ser el final de un acto, cuanto más estrépito mejor, cuanto más breve, mejor, a fin de que la gente no se enfríe para aplaudir”.
Pero son las reflexiones sobre la esencia de la música lo que más nos atrae. Habla Mozart de un aria en la que intenta expresar la cólera de uno de los protagonistas : “Un hombre que siente una cólera tan viva que traspasa todo orden, medida y objetivo, se olvida de sí, de modo que la música tiene que olvidarse también de sí. Sin embargo, las pasiones, vivas o no, no deben expresarse nunca hasta el hastío, y la música, incluso en su forma más estremecedora no debe herir nunca el oído, sino que tiene que seguir siendo un placer, y en consecuencia tiene que seguir siendo música”. En estas frases está el resumen de la estética del clasicismo.
LOS MÚSICOS
No sólo juzga el compositor salzburgués su propia música : Sus contemporáneos -pianistas, violinistas o compositores- aparecen en estas páginas, y las críticas de Mozart -elogiosas o negativas- nos revelan lo que busca en un intérprete o en un compositor.
Muzio Clementi, uno de los pianistas más importantes de finales del siglo XIX, transformó la técnica pianística : terceras, octavas, sextas, acordes, trémolos… Podemos decir que abrió el camino para el piano “sinfónico” que continuaría Beethoven. El pianismo de Mozart representa otra escuela : “Ahora tengo que decir a mi hermana algo sobre las sonatas de Clementi. Que su composición no vale nada lo notará cualquiera que las toque o las escuche. Pasajes notables o sorprendentes no hay ninguno, excepto en las sextas y octavas. Y a esas le ruego a mi hermana que no se dedique demasiado, a fin de que no se estropee con ello su mano tranquila y reposada y no pierda su ligereza, flexibilidad y fácil velocidad naturales”. Mozart no cree en la nueva técnica : “Nadie puede tocar con la mayor velocidad las sextas y terceras”. Pero las objeciones del compositor salzburgués van más allá de la discrepancia sobre la técnica : “Clementi hace muy bien con sus pasajes en terceras. Salvo eso no tiene nada, absolutamente nada. Ni la menor exposición, ni gusto ni mucho menos sentimiento”. Ese gusto y sentimiento que buscaba Mozart deben ser la guía para sus intérpretes.
¿Desea usted recibir más cartas de Wolfgang ¡Es fácil…!
AUDIOCLÁSICA N° 59

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