Hasta el
momento presente, el sueño del hombre occidental y blanco, universalizado por la
globalización, era dominar la Tierra y someter a todos los demás seres para así
obtener beneficios de forma ilimitada. Ese sueño, cuatro siglos después, se ha
transformado en una pesadilla. Como nunca antes, el apocalipsis puede ser
provocado por nosotros mismos, escribió antes de morir el gran historiador
Arnold Toynbee.
Por eso, se
impone reconstruir nuestra humanidad y nuestra civilización mediante otro tipo
de relación con la Tierra para que sea sostenible. Es decir, para conseguir que
perduren las condiciones de mantenimiento y de reproducción que sustentan la
vida en el planeta. Eso solo ocurrirá si rehacemos el pacto natural con la
Tierra y si consideramos que todos los seres vivos, portadores del mismo código
genético de base, forman la gran comunidad de vida. Todos ellos tienen valor
intrínseco y son por eso sujetos de derechos.
Todo contrato
se hace a partir de la reciprocidad, del intercambio y del reconocimiento de
derechos de cada una de las partes. De la Tierra recibimos todo: la vida y los
medios de vida. En correspondencia, en nombre del contrato natural, tenemos un
deber de gratitud, de retribución y de cuidado para que ella mantenga su
vitalidad para hacer lo que siempre ha hecho para todos nosotros. Pero nosotros
hace mucho que rompimos ese contrato.
Para rehacer
ese contrato natural tenemos que actuar como el hijo pródigo de la parábola de
Jesús. Volver a la Tierra, la Casa Común, y pedir perdón. Perdón que se traduce
en un cambio de comportamiento en el sentido del respeto y del cuidado que ella
merece. La Tierra es nuestra Madre, la Pacha Mama de los andinos y la Gaia de
los modernos. Si no restablecemos ese lazo difícilmente sobreviviremos. Ella
podría no querernos más sobre la faz terrestre. Por eso la sostenibilidad aquí y
ahora es esencial. O ella prevalece o conoceremos una tragedia para el
sistema-vida y para la especie humana.
A pesar de
todas las rupturas del contrato natural, la Madre Tierra todavía nos envía
señales positivas. A pesar del calentamiento global, de la erosión de la
biodiversidad, el sol sigue saliendo, el sabiá o tordo brasilero
canta cada mañana, las flores sonríen a los que pasan, los colibrís revolotean
sobre los botones de los lirios, los niños siguen naciendo y confirmándonos que
Dios todavía cree en la humanidad y ella tiene futuro.
Rehacer el
contrato natural implica rescatar la visión y los valores representados en el
discurso del cacique Seattle, de la etnia de los Duwamish, pronunciado delante
de Isaac Stevens, gobernador del territorio de Washington en 1856:
De una cosa
estamos seguros: la Tierra no pertenece al hombre. Es el hombre quien pertenece
a la Tierra. Todas las cosas están interligadas entre sí. Lo que hiere a la
Tierra, hiere también a los hijos e hijas de la Madre Tierra. No fue el ser
humano quien elaboró el tejido de la vida; él es solamente un hilo de ella. Todo
lo que haga al tejido, se lo hará a sí mismo... Comprenderíamos las intenciones
del hombre blanco, si conociésemos sus sueños, si supiésemos qué esperanzas
trasmite a sus hijos e hijas en las largas noches de invierno, qué visiones de
futuro ofrece a sus mentes para que puedan formular deseos para el día de
mañana.
El 22 de abril
de 2009, tras largas y difíciles negociaciones, la Asamblea de la ONU acogió por
unanimidad la idea de que la Tierra es Madre. Esta declaración está llena de
significado. La Tierra como suelo y tierra puede ser removida, utilizada,
comprada y vendida. La Tierra como Madre no puede ser vendida ni comprada sino
amada, respetada y cuidada como lo hacemos con nuestras madres. Este
comportamiento reafirmará el contrato natural que dará sostenibilidad a nuestro
planeta, pues restablece la relación de mutualidad.
El Presidente
de Bolivia, el indígena aymara Evo Morales Ayma, no cesa de repetir que el siglo
XXI será el siglo de los derechos de la Madre Tierra, de la naturaleza y de
todos los seres vivos. En su intervención en la ONU el día 22 de abril de 2009,
en cuya sesión participé con un discurso sobre la fundamentación teórica de la
Tierra como Madre, enumeró resumidamente algunos de los derechos de la Madre
Tierra:
- el derecho de regeneración de la biocapacidad de la Madre Tierra,
- el derecho a la vida de todos los seres vivos, especialmente de aquellos
amenazados de extinción.
- el derecho a una vida pura, porque la Madre Tierra tiene el derecho de
vivir libre de contaminación y de polución,
- el derecho al vivir bien de todos los ciudadanos,
- el derecho a la armonía y al equilibrio con todas las cosas,
- el derecho a la conexión con el Todo del que somos parte.
Esta visión
permite renovar el contrato natural con la Tierra que, articulado con el
contrato social entre los ciudadanos, acabará por reforzar la sostenibilidad
planetaria.
Para los
pueblos originarios tal actitud era natural. Nosotros, en la medida en que
perdimos la conexión con la naturaleza, hemos perdido también la conciencia de
nuestra relación de reconocimiento y de gratitud hacia ella. De ahí la
importancia de revisitar a aquéllos y aprender de ellos el respeto y la
veneración que la Tierra merece.
-Leonardo BOFF/ 10-junio-14
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