Julián Husley
(Famoso biólogo inglés; autor de “Evolución: la moderna síntesis")
Condensado de
“Look”
El más
complejo de nuestros sentimientos.
Para la
mayoría de nosotros no existe asunto más absorbente que el amor. Comprende esta
breve palabra multitud de acepciones: hay amor de madre y amor de sí mismo;
amor paternal y amor filial. Amamos a nuestros hermanos, el hogar, la patria.
Unos aman las riquezas; otros el mando. Los sacerdotes nos predican el amor de
Dios. Jesucristo nos manda amar a nuestros enemigos. Todos estos significados
de la palabra amor son válidos, desde luego; mas el que preeminentemente le
atribuimos todos es el de pasión amorosa que podemos concebir.
En la
plenitud de su manifestación, el amor llega a incluir una inmensa variedad de
sentimientos y afectos del ánimo. Pueden coexistir en él la humildad y la
altivez, la pasión y el sosiego, el dominio y la sumisión. Caben en él los
arrebatos del entusiasmo y la placidez de la ternura; puede sublimar el deseo
hasta trocarlo en contento y en vivir más de lleno.
“Estar
enamorado” es experimentar que se concentra en nosotros, y de muy singular
manera, toda la intensidad amorosa. El “flechazo” o amor a primera vista es un
fenómeno sobradamente conocido; y no menos sorprendente para el que así ama que
para el que lo juzga con criterio científico. La imagen del ser amado enajena
al amante, que atribuye al objeto de su afecto todas las cualidades y virtudes
imaginables. Quienes esto ven, califican tal conducta de “locura” o de “ceguera”.
Tan sólo con
ver al ser amado se regocija el alma del amante; tocarlo le estremece de gozo.
Y si las dos alma llegan a compenetrarse, sobreviene un estado de ventura aun
más arrobadora. Sentir que nuestro ser se “trasfunde” en otro ser es una de las
señales más ciertas del amor.
Enamorarse es
un acto irracional; o por lo menos, no es racional. Las emociones que suscita
el amor son tan vehementes que oscurecen nuestra razón. Esto no obstante, razón
y experiencia obran al cabo del tiempo. De repente puede llegarse a un punto en
que el enamorado, abriendo los ojos ante la realidad, ve las cosas tal como
son; y acaso cesa de amar tan súbitamente como había amado.
Por fortuna
para la especie humana, el amor suele elegir con acierto. De este modo, cuando
cae la venda que cubría los ojos del enamorado, es posible que la razón y la
experiencia trasformen en afecto de la más alta y juiciosa calidad lo que
empezó siendo pasajera locura.
Importa
diferenciar el amor del apetito. Este último es, en sí mismo, concupiscencia de
la carne; está universalmente tachado de inmoral. Quienes en verdad sienten
amor no buscan en la unión de los cuerpos la mera fruición sensual, sino lo
que, trascendiendo de ella, se traduce en intensa, en íntima compenetración de
dos vidas.
En la
pubertad irrumpe el impulso sexual recio, desconocido hasta entonces, y con
frecuencia desconcertante. Problema central del adolescente es incorporar en su
personalidad en formación esta fuerza intrusa, e integrar la sexualidad y el
amor.
Igualmente asoma en la pubertad el idealismo romántico; y así se halla el
adolescente ante otro problema: el de acomodar ese idealismo a las duras y
prosaicas realidades de la vida.
El deseo
genésico despierta años antes de que sea posible ni aconsejable el matrimonio.
Diversas son las maneras empleadas por las distintas civilizaciones para buscar
la solución de este problema. En la Francia y la Inglaterra del siglo XVIII era
lo usual que los jóvenes de la clase alta tuviesen querida. En algunos países
se acepta, por vía de transacción, la amistad amorosa.
Hay
sociedades que han hallado otras maneras de dar vado a las inquietudes eróticas
de la adolescencia. En algunas civilizaciones la juventud de uno y otro sexo
vive en comunidad; la unión conyugal se efectúa pasados unos años y las
relaciones extramaritales son objeto de severa repulsa. Para los bontoques de
Filipinas (lo mismo que hasta una época reciente para los campesinos de ciertas
partes de Europa), el comercio entre
adolescentes se permitía como medio de poner a prueba la fecundidad.
Sólo después de haber concebido podía una joven contraer matrimonio.
Ninguno de
los pueblos más adelantados ha conseguido, sin embargo, resolver adecuadamente
la dificultad que nos ocupa, la cual es, por cierto, uno de los auténticos
problemas de la vida moderna. Tanto la promiscuidad como la incontinencia son,
a no dudarlo, dañosas para el individuo y para la sociedad. No menos dañosa es,
por otra parte, la absoluta represión del impulso sexual, así como el
sentimiento de culpabilidad que la sola manifestación de ese impulso despierta
en adolescentes imbuidos de ideas exageradas acerca del pecado.
El amor y el
odio son los dos polos del conflicto primordial del ser humano. El niño ama por
necesidad a la madre, de quien deriva satisfacciones y amparo; mas, al mismo
tiempo, siente animadversión hacia ella, por cuanto encarna la autoridad que le
domina y contraría sus caprichos e impulsos. Los sentimientos de pugnaz encono
que alientan en el niño no tardan en chocar con el amor que la madre le
inspira; y la única manera que halla él para resolver tal conflicto es relegar
a la subconsciencia esa hostilidad.
El conflicto
infantil entre amor y odio origina en el hombre la noción primaria de la culpa,
que es el mecanismo ético rudimentario. En torno a este mecanismo se
desenvuelve más adelante la noción del bien y del mal. Por supuesto, la razón y
la experiencia, la imaginación y los ideales, concurrirán a ello; pero la base
última de la conciencia es en gran medida subconsciente.
Así lo ha demostrado
el estudio de niños criados en establecimientos cuyo régimen excluye lo
individual. En muchos de estos niños no se desarrolló jamás la noción del amor,
ni la capacidad de amar. Vemos, entonces que el amor de la madre es
indispensable para el desenvolvimiento consciente y emocional del niño. Y es,
en efecto, el amor maternal el que comunica ternura al amor sexual.
Como biólogo,
y también como hombre, proclamo la singular importancia del amor en la vida
humana. Necesarísimo es proclamarlo así en esta tormentosa época nuestra en que
la violencia y el desencanto uniendo sus fuerzas con mal asimilados adelantos
técnicos, crean un ambiente de cínica indiferencia y de grosero materialismo.
El amor es
indispensable. Para el desarrollo físico y espiritual del niño es indispensable
el amor de la madre. Para que el individuo alcance la plenitud de su desarrollo
y para que la especie se perpetúe, es indispensable el amor. Amar la belleza,
amar cuanto hay de maravilloso y de amable, es indispensable para el perfeccionamiento
de nuestro ser. Infunde el amor en el que ama el sentimiento de la veneración y
de lo trascendental; sentimiento que, extendiéndose más allá del ser amado,
abarca la vida entera.
Es el amor
emoción positiva y fecunda; engrandece la vida, encamina a más altos designios,
contrarresta el odio y los impulsos destructores. Según lo expresó el poeta,
que era también hombre de ciencia, “el amor es una hoguera cuya llama consume
los males del mundo”.
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