viernes, 19 de septiembre de 2014

ACERCA DEL AMOR / Julián HUSLEY



Julián Husley (Famoso biólogo inglés; autor de “Evolución: la moderna síntesis")

                                                    Condensado de “Look”

El más complejo de nuestros sentimientos.

Para la mayoría de nosotros no existe asunto más absorbente que el amor. Comprende esta breve palabra multitud de acepciones: hay amor de madre y amor de sí mismo; amor paternal y amor filial. Amamos a nuestros hermanos, el hogar, la patria. Unos aman las riquezas; otros el mando. Los sacerdotes nos predican el amor de Dios. Jesucristo nos manda amar a nuestros enemigos. Todos estos significados de la palabra amor son válidos, desde luego; mas el que preeminentemente le atribuimos todos es el de pasión amorosa que podemos concebir.

   En la plenitud de su manifestación, el amor llega a incluir una inmensa variedad de sentimientos y afectos del ánimo. Pueden coexistir en él la humildad y la altivez, la pasión y el sosiego, el dominio y la sumisión. Caben en él los arrebatos del entusiasmo y la placidez de la ternura; puede sublimar el deseo hasta trocarlo en contento y en vivir más de lleno.
“Estar enamorado” es experimentar que se concentra en nosotros, y de muy singular manera, toda la intensidad amorosa. El “flechazo” o amor a primera vista es un fenómeno sobradamente conocido; y no menos sorprendente para el que así ama que para el que lo juzga con criterio científico. La imagen del ser amado enajena al amante, que atribuye al objeto de su afecto todas las cualidades y virtudes imaginables. Quienes esto ven, califican tal conducta de “locura” o de “ceguera”.

   Tan sólo con ver al ser amado se regocija el alma del amante; tocarlo le estremece de gozo. Y si las dos alma llegan a compenetrarse, sobreviene un estado de ventura aun más arrobadora. Sentir que nuestro ser se “trasfunde” en otro ser es una de las señales más ciertas del amor.

   Enamorarse es un acto irracional; o por lo menos, no es racional. Las emociones que suscita el amor son tan vehementes que oscurecen nuestra razón. Esto no obstante, razón y experiencia obran al cabo del tiempo. De repente puede llegarse a un punto en que el enamorado, abriendo los ojos ante la realidad, ve las cosas tal como son; y acaso cesa de amar tan súbitamente como había amado.

   Por fortuna para la especie humana, el amor suele elegir con acierto. De este modo, cuando cae la venda que cubría los ojos del enamorado, es posible que la razón y la experiencia trasformen en afecto de la más alta y juiciosa calidad lo que empezó siendo pasajera locura.

   Importa diferenciar el amor del apetito. Este último es, en sí mismo, concupiscencia de la carne; está universalmente tachado de inmoral. Quienes en verdad sienten amor no buscan en la unión de los cuerpos la mera fruición sensual, sino lo que, trascendiendo de ella, se traduce en intensa, en íntima compenetración de dos vidas.

   En la pubertad irrumpe el impulso sexual recio, desconocido hasta entonces, y con frecuencia desconcertante. Problema central del adolescente es incorporar en su personalidad en formación esta fuerza intrusa, e integrar la sexualidad y el amor.

   Igualmente asoma en la pubertad el idealismo romántico; y así se halla el adolescente ante otro problema: el de acomodar ese idealismo a las duras y prosaicas realidades de la vida.

   El deseo genésico despierta años antes de que sea posible ni aconsejable el matrimonio. Diversas son las maneras empleadas por las distintas civilizaciones para buscar la solución de este problema. En la Francia y la Inglaterra del siglo XVIII era lo usual que los jóvenes de la clase alta tuviesen querida. En algunos países se acepta, por vía de transacción, la amistad amorosa.

   Hay sociedades que han hallado otras maneras de dar vado a las inquietudes eróticas de la adolescencia. En algunas civilizaciones la juventud de uno y otro sexo vive en comunidad; la unión conyugal se efectúa pasados unos años y las relaciones extramaritales son objeto de severa repulsa. Para los bontoques de Filipinas (lo mismo que hasta una época reciente para los campesinos de ciertas partes de Europa), el comercio entre  adolescentes se permitía como medio de poner a prueba la fecundidad. Sólo después de haber concebido podía una joven contraer matrimonio.

   Ninguno de los pueblos más adelantados ha conseguido, sin embargo, resolver adecuadamente la dificultad que nos ocupa, la cual es, por cierto, uno de los auténticos problemas de la vida moderna. Tanto la promiscuidad como la incontinencia son, a no dudarlo, dañosas para el individuo y para la sociedad. No menos dañosa es, por otra parte, la absoluta represión del impulso sexual, así como el sentimiento de culpabilidad que la sola manifestación de ese impulso despierta en adolescentes imbuidos de ideas exageradas acerca del pecado.

   El amor y el odio son los dos polos del conflicto primordial del ser humano. El niño ama por necesidad a la madre, de quien deriva satisfacciones y amparo; mas, al mismo tiempo, siente animadversión hacia ella, por cuanto encarna la autoridad que le domina y contraría sus caprichos e impulsos. Los sentimientos de pugnaz encono que alientan en el niño no tardan en chocar con el amor que la madre le inspira; y la única manera que halla él para resolver tal conflicto es relegar a la subconsciencia esa hostilidad.

   El conflicto infantil entre amor y odio origina en el hombre la noción primaria de la culpa, que es el mecanismo ético rudimentario. En torno a este mecanismo se desenvuelve más adelante la noción del bien y del mal. Por supuesto, la razón y la experiencia, la imaginación y los ideales, concurrirán a ello; pero la base última de la conciencia es en gran medida subconsciente.

   Así lo ha demostrado el estudio de niños criados en establecimientos cuyo régimen excluye lo individual. En muchos de estos niños no se desarrolló jamás la noción del amor, ni la capacidad de amar. Vemos, entonces que el amor de la madre es indispensable para el desenvolvimiento consciente y emocional del niño. Y es, en efecto, el amor maternal el que comunica ternura al amor sexual.

   Como biólogo, y también como hombre, proclamo la singular importancia del amor en la vida humana. Necesarísimo es proclamarlo así en esta tormentosa época nuestra en que la violencia y el desencanto uniendo sus fuerzas con mal asimilados adelantos técnicos, crean un ambiente de cínica indiferencia y de grosero materialismo.

   El amor es indispensable. Para el desarrollo físico y espiritual del niño es indispensable el amor de la madre. Para que el individuo alcance la plenitud de su desarrollo y para que la especie se perpetúe, es indispensable el amor. Amar la belleza, amar cuanto hay de maravilloso y de amable, es indispensable para el perfeccionamiento de nuestro ser. Infunde el amor en el que ama el sentimiento de la veneración y de lo trascendental; sentimiento que, extendiéndose más allá del ser amado, abarca la vida entera.

   Es el amor emoción positiva y fecunda; engrandece la vida, encamina a más altos designios, contrarresta el odio y los impulsos destructores. Según lo expresó el poeta, que era también hombre de ciencia, “el amor es una hoguera cuya llama consume los males del mundo”.

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