domingo, 14 de septiembre de 2014

SUPERAR EL MIEDO AL RIDÍCULO / Rafael SANTANDREU

DE: EL ARTE DE NO AMARGARSE LA VIDA

un cinturón negro aislado en blanco Foto de archivo - 17119518


En la antigua ciudad de Kioto habitaba un gran samurái. Ya era anciano, pero aún era capaz de vencer a cualquier oponente, tanto con el sable como con el bastón de kendo. Su reputación era tan grande que tenía muchos estudiantes a su cargo.

    Un día, llegó a la ciudad un joven guerrero bravucón, aunque no muy hábil. Durante su primera semana oyó hablar del anciano samurái y quiso recibir sus enseñanzas.
-       Señor, os pido que me aceptéis como alumno – dijo cuando tuvo enfrente al  maestro.
 El samurái respondió:
-       No tengo tiempo para ti. Vete y busca otra escuela.
El joven se sintió herido, entró en cólera y empezó a insultar al maestro”
-       Eres un viejo idiota. ¿Quién te querría como profesor? Estaba bromeando. Nunca
tomaría clases con un inútil como tú.
      Los estudiantes del samurái se quedaron perplejos ante el atrevimiento del joven forastero y se quedaron esperando la contundente réplica de su maestro a base de golpes y llaves marciales. Pero el samurái siguió ordenando sus libros como si nada. El joven envalentonado, subió más el tono:
-       ¡No sirves para nada, viejo farsante! ¡Además, hueles como una montaña de
boñigas de vaca!
    Y como el samurái no respondía, el joven escupió, dio golpes a los muebles y movió su palo kendo en el aire durante un buen rato. Finalmente, se cansó y, viendo que nadie le respondía, se fue un tanto avergonzado.
    Algunos de los estudiantes más jóvenes que había allí reunidos soltaron una lágrima al ver que su maestro ni siquiera había hecho el intento de defender su honor y el de la escuela. Uno de ellos se limpió los ojos y dijo:
-       ¿Cómo ha podido soportar semejante vileza?
El maestro, sin dejar de ordenar sus cosas, respondió:
-       Si alguien te hace un regalo y no lo recibes… ¿a quién pertenece el regalo?

La historia del samurái que no se inmutaba ante los insultos tiene que ver mucho con la siguiente neura que nos proponemos combatir aquí: la vergüenza o el miedo al ridículo.
La vergüenza es un problema mayor de lo que imaginamos ¡Por culpa de ella, perdemos tantas oportunidades de disfrutar de la vida! Por vergüenza, dejamos de conocer personas maravillosas. Dejamos de aprender cuando no levantamos la mano para admitir que no entendemos. Ya lo decía el escritor Jean de La Fontaine: “La vergüenza de confesar el primer error, hace cometer muchos errores”.

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