(EL CARÁCTER PERSONAL DE LA REALIDAD TRASCENDENTE)
DE: Encuentro con el budismo.
La concepción
simplista de persona resulta antropomórfica en su aplicación a Dios. Tomada del
hombre, la persona designa en el lenguaje espontáneo un ser individual, con
propiedades humanas y caracterizado sobre todo por el pensamiento, el lenguaje
y la actuación. El Dios de la Biblia está en buena parte dibujado de un modo
antropomórfico. El Dios de la Alianza del Antiguo Testamento es un personaje
pleno de humanidad, trata con el hombre, se irrita y castiga, perdona y
recompensa al modo humano. Pero también en el Nuevo Testamento prevalecen los
rasgos antropomórficos. Si Dios aparece como Padre, como rey o pastor, nos
hallamos ante unas concepciones que la psicología y la ciencia religiosa han
descubierto desde hace largo tiempo como antropomorfistas. De ahí que la imagen
bíblica de Dios encuentre una resistencia conceptual en la medida en que se
toman al pie de la letra sus maneras de decir antropomórficas. Los budistas,
que muchas veces consideran las afirmaciones bíblicas en su tenor literal como
la imagen cristiana de Dios sin más, no pueden por menos de rechazar a ese Dios
personal como humano en demasía.
Con idéntico rigor condenan los esfuerzos que
se hacen en su propia religión por convertir a Buda en un “centro personalizado
para la veneración religiosa”.
En la
historia de las religiones aparece la concepción antropomórfica de Dios como
una representación auxiliar, de la que el hombre se sirve provechosamente en su
vida religiosa de acuerdo con el grado de su evolución cultural.
En su
doctrina de la “información adecuada los budistas han reconocido la utilidad de
esas ayudas. Las representaciones antropomórficas pueden responder a sus
necesidades humanas, pero deben corregirse a medida que avanza la evolución
humana.
Este
conocimiento no es sólo un progreso de nuestros días. La teología cristiana
siempre tuvo conciencia de la insuficiencia de los elementos antropomórficos en
la imagen de Dios. Según la doctrina de la analogía
entis, propuesta por Tomás de Aquino, el hombre sólo puede hacer
afirmaciones análogas sobre Dios, es decir, que todo cuanto se enuncia en
lenguaje humano respecto de Dios necesita una corrección radical, mediante la
negación de medidas finitas y la elevación a la dimensión inefable de lo
absoluto. Esa concepción, que es el fundamento de la teología negativa, ha
adquirido nueva actualidad en nuestros días Conocida en el cristianismo desde
los primeros tiempos, ha entrado de nuevo en el campo visual de los expertos en
el tema de Dios. Por citar sólo dos ejemplos, Dietrich Bonhoeffer subraya “la
inefabilidad del nombre de Dios”, y Karl Rahner habla “del misterio indecible
de Dios”. El conocimiento de la teología negativa no es ya posesión exclusiva de los teólogos y
los místicos, sino herencia común de los cristianos, que no por eso dejan de
servirse de los símbolos y comparaciones tradicionales (y ello con toda razón
porque esos símbolos y comparaciones responden
a lo más profundo de la naturaleza humana y transmiten una verdad); pero
al propio tiempo tienen plena conciencia de que todas las formas e imágenes son
insuficientes acerca de Dios, porque el ser divino carece de forma e imagen, es
misterioso e inefable. La teología negativa no se apoya simplemente en el
carácter inefable de la experiencia mística, sino que su fundamento último está
en la misma infinitud del ser divino.
La teología negativa se ha desarrollado principalmente en dos
formas del budismo, a saber: en la concepción del nirvana del budismo primitivo
y en las experiencias iluminativas del budismo mahayánico, particularmente del
budismo zen. En el budismo primitivo el nirvana –según lo describe Winston L.
King—se hace “en extremo trascendente”, “en extremo eficaz”, “en extremo
deseable”, y tiene una gran similitud con la idea cristiana de Dios. Una
experiencia religioso-mística del nirvana responde a las afirmaciones del
nirvana en las que se contiene “la quintaesencia de la función Dios…en el
budismo”. Para el budismo zen la experiencia iluminativa es inefable y plena de
realidad. Por lo que hace a su contenido, las más de las veces se expresa en
los términos de la filosofía de Nagarjuna, cuya cumbre mística presenta una
teología negativa.
Podemos avanzar un paso más y preguntarnos: ¿Puede el ser
supremo, captado en la teología negativa, entenderse también de un modo
personal? Ciertamente que no, si “personal” y “antropomórfico” son
equivalentes. Mas esa equivalencia no viene exigida en modo alguno por el tema.
La teología negativa despoja a la concepción de la persona de todos los rasgos
antropomórficos. Ese proceso está presente en el cristianismo desde los
primeros tiempos. Jamás se habló del Dios personal como de “una persona
corriente: sino siempre “con muchos calificativos”. El ser personal está
asumido en el misterio de Dios, pues “la personalidad de Dios supera
infinitamente al ser personal humano, de tal forma que el concepto de persona,
aun esclareciendo tantísimas cosas, se descubre a su vez como una comparación
insuficiente”. El núcleo más profundo del misterio divino es su ser personal.
“Si es verdad que en cada uno de nosotros el misterio último es la
personalidad, Dios es lo oculto en sumo grado porque en grado sumo es un ser
personal”.
La teología negativa corrige la imagen antropomórfica de Dios.
Esa corrección es requisito indispensable para cualquier diálogo con los
budistas, que llevan la negación metida en la sangre. Lo cual no significa en
modo alguno negativo. La nada de la teología negativa supone al mismo tiempo
una afirmación altísima. Rudolf Otto descubrió, en una época en que todavía
predominaba entre los eruditos europeos la exposición negativa del nirvana, el
gozo afirmativo que los budistas extraían de la experiencia del nirvana. Y así
escribe: “Sólo según el concepto resulta el nirvana algo negativo; por lo que
al sentimiento respecta es algo positivo de forma marcadísima, algo fascinante capaz de llevar a sus
veneradores harta el entusiasmo”. En un contexto filosófico subraya Masao Abe:
“En el budismo la nada absoluta no es de ningún modo algo negativo, sino un
principio afirmativo y absoluto”. Se perfila aquí una concepción del ser
supremo sobre la cual pueden discutir con provecho los budistas y los
cristianos. Unos y otros conseguirán una comprensión mutua, tanto más profunda
cuanto más puedan apoyarse en sus propias experiencias.
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