miércoles, 10 de septiembre de 2014

PERSONA Y ANTROPOMORFISMO EN LA CONCEPCIÓN BUDISTA Y CRISTIANA / Heinrich DUMOULIN



(EL CARÁCTER PERSONAL DE LA REALIDAD TRASCENDENTE)
DE: Encuentro con el budismo.

 La concepción simplista de persona resulta antropomórfica en su aplicación a Dios. Tomada del hombre, la persona designa en el lenguaje espontáneo un ser individual, con propiedades humanas y caracterizado sobre todo por el pensamiento, el lenguaje y la actuación. El Dios de la Biblia está en buena parte dibujado de un modo antropomórfico. El Dios de la Alianza del Antiguo Testamento es un personaje pleno de humanidad, trata con el hombre, se irrita y castiga, perdona y recompensa al modo humano. Pero también en el Nuevo Testamento prevalecen los rasgos antropomórficos. Si Dios aparece como Padre, como rey o pastor, nos hallamos ante unas concepciones que la psicología y la ciencia religiosa han descubierto desde hace largo tiempo como antropomorfistas. De ahí que la imagen bíblica de Dios encuentre una resistencia conceptual en la medida en que se toman al pie de la letra sus maneras de decir antropomórficas. Los budistas, que muchas veces consideran las afirmaciones bíblicas en su tenor literal como la imagen cristiana de Dios sin más, no pueden por menos de rechazar a ese Dios personal como humano en demasía.

 Con idéntico rigor condenan los esfuerzos que se hacen en su propia religión por convertir a Buda en un “centro personalizado para la veneración religiosa”.

 En la historia de las religiones aparece la concepción antropomórfica de Dios como una representación auxiliar, de la que el hombre se sirve provechosamente en su vida religiosa de acuerdo con el grado de su evolución cultural.

 En su doctrina de la “información adecuada los budistas han reconocido la utilidad de esas ayudas. Las representaciones antropomórficas pueden responder a sus necesidades humanas, pero deben corregirse a medida que avanza la evolución humana.

 Este conocimiento no es sólo un progreso de nuestros días. La teología cristiana siempre tuvo conciencia de la insuficiencia de los elementos antropomórficos en la imagen de Dios. Según la doctrina de la analogía entis, propuesta por Tomás de Aquino, el hombre sólo puede hacer afirmaciones análogas sobre Dios, es decir, que todo cuanto se enuncia en lenguaje humano respecto de Dios necesita una corrección radical, mediante la negación de medidas finitas y la elevación a la dimensión inefable de lo absoluto. Esa concepción, que es el fundamento de la teología negativa, ha adquirido nueva actualidad en nuestros días Conocida en el cristianismo desde los primeros tiempos, ha entrado de nuevo en el campo visual de los expertos en el tema de Dios. Por citar sólo dos ejemplos, Dietrich Bonhoeffer subraya “la inefabilidad del nombre de Dios”, y Karl Rahner habla “del misterio indecible de Dios”. El conocimiento de la teología negativa  no es ya posesión exclusiva de los teólogos y los místicos, sino herencia común de los cristianos, que no por eso dejan de servirse de los símbolos y comparaciones tradicionales (y ello con toda razón porque esos símbolos y comparaciones responden  a lo más profundo de la naturaleza humana y transmiten una verdad); pero al propio tiempo tienen plena conciencia de que todas las formas e imágenes son insuficientes acerca de Dios, porque el ser divino carece de forma e imagen, es misterioso e inefable. La teología negativa no se apoya simplemente en el carácter inefable de la experiencia mística, sino que su fundamento último está en la misma infinitud del ser divino.

 La teología negativa se ha desarrollado principalmente en dos formas del budismo, a saber: en la concepción del nirvana del budismo primitivo y en las experiencias iluminativas del budismo mahayánico, particularmente del budismo zen. En el budismo primitivo el nirvana –según lo describe Winston L. King—se hace “en extremo trascendente”, “en extremo eficaz”, “en extremo deseable”, y tiene una gran similitud con la idea cristiana de Dios. Una experiencia religioso-mística del nirvana responde a las afirmaciones del nirvana en las que se contiene “la quintaesencia de la función Dios…en el budismo”. Para el budismo zen la experiencia iluminativa es inefable y plena de realidad. Por lo que hace a su contenido, las más de las veces se expresa en los términos de la filosofía de Nagarjuna, cuya cumbre mística presenta una teología negativa.

 Podemos avanzar un paso más y preguntarnos: ¿Puede el ser supremo, captado en la teología negativa, entenderse también de un modo personal? Ciertamente que no, si “personal” y “antropomórfico” son equivalentes. Mas esa equivalencia no viene exigida en modo alguno por el tema. La teología negativa despoja a la concepción de la persona de todos los rasgos antropomórficos. Ese proceso está presente en el cristianismo desde los primeros tiempos. Jamás se habló del Dios personal como de “una persona corriente: sino siempre “con muchos calificativos”. El ser personal está asumido en el misterio de Dios, pues “la personalidad de Dios supera infinitamente al ser personal humano, de tal forma que el concepto de persona, aun esclareciendo tantísimas cosas, se descubre a su vez como una comparación insuficiente”. El núcleo más profundo del misterio divino es su ser personal. “Si es verdad que en cada uno de nosotros el misterio último es la personalidad, Dios es lo oculto en sumo grado porque en grado sumo es un ser personal”.


 La teología negativa corrige la imagen antropomórfica de Dios. Esa corrección es requisito indispensable para cualquier diálogo con los budistas, que llevan la negación metida en la sangre. Lo cual no significa en modo alguno negativo. La nada de la teología negativa supone al mismo tiempo una afirmación altísima. Rudolf Otto descubrió, en una época en que todavía predominaba entre los eruditos europeos la exposición negativa del nirvana, el gozo afirmativo que los budistas extraían de la experiencia del nirvana. Y así escribe: “Sólo según el concepto resulta el nirvana algo negativo; por lo que al sentimiento respecta es algo positivo de forma marcadísima, algo fascinante capaz de llevar a sus veneradores harta el entusiasmo”. En un contexto filosófico subraya Masao Abe: “En el budismo la nada absoluta no es de ningún modo algo negativo, sino un principio afirmativo y absoluto”. Se perfila aquí una concepción del ser supremo sobre la cual pueden discutir con provecho los budistas y los cristianos. Unos y otros conseguirán una comprensión mutua, tanto más profunda cuanto más puedan apoyarse en sus propias experiencias.

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