viernes, 5 de septiembre de 2014

REFLEXIÓN EXISTENCIAL / Rafael SANTANDREU

DE "EL ARTE DE [NO] AMARGARSE LA VIDA"




Había una vez un gran barco  trasatlántico muy parecido al Titanic. Navegaba entre Londres y Nueva York cuando, una noche, chocó con un iceberg. El impacto provocó un agujero en el casco por donde entraba el agua a raudales. Los marineros bombeaban frenéticamente el agua, pero entraba con demasiada intensidad. Así las cosas, los ingenieros probaron otra estrategia, intentar sellar la parte del barco que se anegaba, pero no lo consiguieron. ¡El barco se iba a hundir!
Al comprobar que el buque estaba perdido, el primer oficial corrió al camarote del capitán para avisarle del desastre y pedir órdenes: era necesario lanzar los botes salvavidas y desalojar el barco.
-       Señor, hay un agujero en el casco y no para de entrar agua. No podemos achicarla. El barco se hunde –dijo el oficial.
El capitán se encontraba de pie, frente a un gran espejo de cuerpo entero, cepillando su flamante americana azul. Al acabar de oír estas palabras, levantó lentamente la cabeza y miró a los ojos del oficial:
-      Caballero, ¿no ve que estoy ocupado en mi uniforme? ¡Ya le he dicho mil veces que debemos ir siempre impolutos! ¿Dónde iríamos a parar sin pulcritud ni disciplina? –respondió enojado.
El capitán agachó de nuevo la cabeza para continuar limpiando su americana. El primer oficial no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Esta vez, alzó la voz con un tono más bien histérico:
-      Pero, señor, ¿qué importa eso ahora? ¡Si no desalojamos el barco, vamos a morir todos en unos minutos!
Esta vez, el capitán no se dignó a mirarle. Con el aplomo que le daba ser la máxima autoridad del barco, dijo:
-        ¡Es usted un irresponsable! ¡Queda suspendido de empleo y sueldo! Retírese y no salga de su camarote en todo el día.

De manera análoga, cuando nos preocupamos demasiado de nuestra imagen, nuestra seguridad económica…- de cualquier cosa, en realidad-, estamos apartándonos de la realidad, porque lo cierto es que el barco de nuestra vida –la de todos- ¡se hunde! Todos vamos a morir, así que ¿a qué viene tanto alboroto por nimiedades?
Enfrentarse a la realidad de la impermanencia de todas las cosas –empleando el lenguaje de los budistas-, a la inevitabilidad de la muerte; aceptar este hecho natural, inevitable e incluso bueno es sano a nivel psicológico porque nos permite gravedad a todo. La muerte lo relativiza todo, como dicen. Pensar en la propia muerte es uno de los mejores mecanismos para madurar y tranqulizarse, para ganar fuerza emocional.


                                            Vivir a Dios desde  dentro

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