Nosotros los mayores, y la Poesía
LOS QUE VIVIMOS SOLOS
12.06.14 .
Archivado en Mayores, Espiritualidad, Psicología, Poesía
El justo crecerá como la palmera,
se alzará como cedro del Líbano.
Aún en la vejez tendrán sus frutos,
pues aún están verdes y dan brotes,
para anunciar cuán justo es el Señor,
que en mi Roca no existe la maldad. Salmo 92
El justo crecerá como la palmera,
se alzará como cedro del Líbano.
Aún en la vejez tendrán sus frutos,
pues aún están verdes y dan brotes,
para anunciar cuán justo es el Señor,
que en mi Roca no existe la maldad. Salmo 92
La familia extensa de muchos hijos, que incluía también a los abuelos, los tíos..., se fue reduciendo a nuclear, matrimonio con escasa descendencia (con suerte, la parejita), y sin abuelos, porque las viviendas pequeñas que ahora se construyen no dan para muchos. Los abuelos ahorradores fueron adquiriendo su actual domicilio y se disponen a vivir una vejez
tranquila, no muy lejos, a ser posible, del hogar de sus hijos y nietos. A medida que van pasando los años, uno de los mayores, o los dos, necesitará cuidados muy especiales, quizás en residencia.
Hasta que -no somos eternos- descanse en paz, un día, uno de ellos. Sobrevivirá casi siempre la mujer, porque es notablemente más longeva que el hombre y suele ser unos años más joven que él. Vivirá sola en el hogar familiar; y si su economía está siendo suficiente, una empleada de hogar le dedicará unas horas de compañía y utilísimos servicios de intendencia.
He fabulado una sencilla historia, que en la realidad se complicará “ad infinitum”. Alguno de los mayores pudo haber sufrido anteriormente un divorcio o haber perdido, por fallecimiento, a su cónyuge. La economía se quebró, acaso, y el Ayuntamiento y Cáritas les están ayudando a cerrar el mes con cierta dignidad, etcétera...
En el post de hoy pretendemos animar a la pareja mayor, o al sobreviviente, al soltero anciano o a la viuda con bastón... Son los poetas quienes mejor han venido expresando la sabiduría del alma en carne viva, esparciendo semillitas de luz y fuego por los fecundos surcos del corazón.
LARGO SE LE HACE EL DÍA
A QUIEN NO AMA...
Los primeros versos de hoy están redactados por el lírico
zamorano Claudio Rodríguez. De él escribió Fernando Beltrán: "Era un ser
excepcional, en todos los sentidos. En el personal, un ser tierno y entrañable,
con los ojos muy abiertos y una curiosidad permanente. En lo poético, un
asombro. Para mí, es el gran poeta español del siglo XX, un siglo que generó en
España un enorme puñado de nombres excepcionales, pero dentro de ellos hubo dos
tocados por un ángel especial: Federico García Lorca y él.”
El poema presente, “Ajeno”, incluido en “Alianza y condena”
(1958), describe, como un cámara documentalista, el ir y venir de un personaje
anónimo que no vive solidario del prójimo, sino “ajeno” a la familia humana. Su
jornada es vacía, su soledad de día y, sobre todo, de noche, interminablemente
fatigosa. “Y él bien sabe que nunca / vivirá aquí, en la tierra...” La mirada
contemplativa de Claudio, a un tiempo amorosa y crítica, me evoca la tristeza
de Jesús en su encuentro con el joven rico (Mc 10, 17-30).
El Maestro de Galilea observaba, con ternura y profundidad,
el corazón del ser humano y leía su interior más allá del escenario social;
así, por ejemplo, alabó un día la generosidad de la viuda pobre (Lc 21, 1-4).
La persona mayor que vive sola, podría, incluso con dificultades de
movilización, interesarse por familiares y amigos, acaso también por
desconocidos, prestarles humildes servicios, por ejemplo de escucha presencial
o telefónica, recibir y atender visitas, orar por necesidades concretas...
AJENO
Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
VEN, LEVÁNTATE, DAME LA MANO...
La sugerente antología de textos sobre el hecho de envejecer
“Siempre hay un mañana” (Scripta, 1992), selección de la religiosa María Cos
Boada, presenta como anónimos los siguientes versos, traducidos del portugués
por Marcelino Garriga, con el título de “¡Ven!”.
Se dirige el desconocido poeta a una persona mayor que
descansa perezosamente sobre las tablas de un banco público, y le invita a
observar a los pájaros libres y las solidarias hormigas. Y a contemplar las
flores, el mar, los peces del río, el sol, todo lo que le rodea y está vivo. Le
anima a levantarse y arreglarse un poco. Vestirá su mejor traje, clavará una
flor en la solapa y sonreirá a una nueva vida... Porque, a pesar de las
arrugas, su corazón es joven...
¡VEN!
¡Ven!
Levántate del banco donde estás sentado,
donde te calientas al débil sol del invierno,
donde buscas la sombra amiga del verano.
¡Ven, levántate!
Tu cuerpo todavía es fuerte.
Tus miembros no están paralizados todavía,
y no eres un inválido.
Eres solamente un hombre más
a quien ha llegado el límite de edad para trabajar,
y nada más.
Ven, no te dejes ir
a recordar con nostalgia la juventud y tu pasado.
Ven, levántate,
dame la mano, ven conmigo;
ven a ver cómo los pájaros
vuelan en libertad
y como olvidan las rejas.
Ven, a ver y admirar las hormigas.
Mira cómo ellas olvidan los rencores
y se unen para trabajar.
Ven a ver como crecen las flores,
como las olas besan la playa,
como los peces nadan en el río.
Ven, contempla bien el sol:
tantos años como tiene
y todavía brilla en el azul del cielo.
Ven, levántate y ven a vivir,
olvida tus cabellos blancos,
¡porque la edad no te ha vencido todavía!
Ven, levántate y demuestra que todavía eres alguien.
Aféitate la barba y péinate.
Ponte la camisa limpia y la corbata,
ponte tu mejor traje,
aunque esté gastado:
ponte una flor en la solapa,
una flor que te guste.
¡Sonríe después a ti mismo!
¡Sonríete,
pero con una sonrisa de verdad!
Porque, aunque tengas arrugas,
tú eres un joven,
¡un joven de la tercera edad!
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