lunes, 1 de septiembre de 2014

EL PARAÍSO EXISTE Y NO ESTÁ AQUÍ / Rafael SANTANDREU


EL PARAÍSO EXISTE Y NO  ESTÁ  AQUÍ (tomado del libro "El arte de amargarse la vida", sobre LAS VISUALIZACIONES RACIONALES).

            Antes de que estallase la Primera Guerra Mundial, en la década de 1910, un artista alemán llamado Erick Scheurmann tuvo la oportunidad de pasar un tiempo en algunas islas de la Polinesia.
Al finalizar la contienda decidió escribir un libro sobre su experiencia en Samoa. Lo hizo desde la perspectiva de los samoanos e inventó el personaje de un jefe polinesio llamado Tuiavii de Tiavea que viajaba a Europa invitado por un hombre blanco y hacía una descripción del modo de vida occidental. El libro se titula Los papalagi y fue publicado en 1920.
            Como si de un antropólogo se tratase, se suponía que el jefe Tuiavii había visitado Alemania y hacía una reflexión sobre la loca vida del hombre moderno. Tuiavii les explicaba a sus compañeros cómo eran los papalagi (los hombres blancos), seres enfermos de codicia:
            Los papalagi realizan infinidad de cosas a base de mucho trabajo y privación, cosas como anillos para los dedos, matamoscas y recipientes de comida. Ellos piensan que tenemos necesidad de todas esas cosas hechas por sus manos, porque ciertamente no piensan en las cosas con las que el Gran Espíritu nos provee.
            ¿Pero quién puede ser más rico que nosotros? y ¿quién puede poseer más cosas del Gran Espíritu que justamente nosotros?  Lanzad vuestros ojos al horizonte más lejano, donde el ancho espacio azul descansa en el borde del mundo. Todo está lleno de grandes cosas: la selva, con sus pichones salvajes, colibríes y loros; las lagunas, con sus pepinos de mar, conchas y vida marina; la arena, con su cara brillante y su piel suave; el agua crecida, que puede encolerizarse como un grupo de guerreros o sonreír como una flor; y la amplia cúpula azul que cambia de color cada hora y trae grandes flores que nos bendicen con su luz dorada y plateada.
¿Por qué hemos de ser tan locos como para producir más cosas, ahora que ya tenemos tantas cosas notables que nos han sido dadas por el mismo Gran Espíritu?
A principios del siglo XX, Erich Scheurmann fue capaz de ver la diferencia abismal que existía entre el modo de vida de ese pueblo “no civilizado” y el de sus compatriotas europeos, y la relación de las dos filosofías de vida y la salud mental. En otra parte del libro, Tuiavii dice:
Actualmente esos papalagi piensan que pueden hacer mucho y que son tan fuertes como el Gran Espíritu. Por esa razón, miles y miles de manos no hacen nada más que producir cosas, del amanecer al crepúsculo. El hombre hace cosas, de las cuales no conocemos el propósito ni su belleza.
Sus manos arden, sus rostros se vuelven cenicientos y sus espaldas están encorvadas, pero todavía revientan de felicidad cuando han triunfado haciendo una cosa nueva. Y, de repente, todo el mundo quiere tener tal cosa; la ponen frente a ellos, la adoran y le cantan elogios en su lenguaje.
Pero es signo de gran pobreza que alguien necesite muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de las cosas del Gran Espíritu. Los papalagi son pobres porque persiguen las cosas como locos. Sin cosas no pueden vivir. Cuando han hecho del caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo hacen una caja, y para la caja, una caja más grande. Todo lo envuelven en pellejos y cajas. Hay cajas para taparrabos, para telas de arriba y para telas de abajo, para las telas de la colada, para las telas de la boca. Y otras clases de telas. Cajas para las pieles de las manos y las pieles de los pies, para el metal redondo y el papel tosco, para su comida y para su libro sagrado, para todo lo que podáis imaginar.
Como dice el jefe Tuiavii, los occidentales estamos enfermos de lo que hemos llamado “necesititis”, esto es, la tendencia a creer que necesitamos cada vez más cosas (materiales e inmateriales) para sentirnos bien. Confundimos “deseos” con “necesidades” y no nos damos cuenta de que cada necesidad nos hace más infelices, más insatisfechos. Tuiavii añade en su libro:
Cuantas más cosas necesites, mejor europeo eres. Por eso las manos de  los papalagi nunca están quietas, siempre hacen cosas. Esta es la razón por la que los rostros de la gente blanca a menudo parecen cansados y tristes y la causa de que pocos de ellos puedan hallar un momento para mirar las cosas del Gran Espíritu o jugar en la plaza del pueblo, componer canciones felices o danzar en la luz de una fiesta y obtener placer de sus cuerpos saludables, como es posible para todos nosotros.
Tienen que hacer cosas. Tienen que seguir con sus cosas. Las cosas se cierran y reptan sobre ellos, como un ejército de diminutas hormigas de arena. Ellos cometen los más horribles crímenes a sangre fría, sólo para obtener más cosas. No hacen la guerra para satisfacer su orgullo masculino o medir su fuerza, sino sólo para obtener cosas.
Si ellos hicieran uso de su sentido común, sin duda comprenderían que nada de lo que no podemos retener nos pertenece y que cuando la marcha sea dura no podremos llevar nada. Entonces también empezarían a darse cuenta de que Dios hace su casa tan grande porque quiere que haya felicidad para todos. Y en verdad sería suficientemente grande para todo el mundo, para que todos encontráramos un lugar soleado, una pequeña porción de felicidad, unas pocas palmeras y ciertamente un punto en el que dos pies se apoyaran.

La necesititis siempre produce malestar emocional porque: a) si no poseemos esa cosas que creemos que necesitamos, somos desgraciados; b) y si las tenemos, tampoco estamos bien por dos razones. En primer lugar, porque siempre las podríamos perder y esta posibilidad introduce la ansiedad en nuestra vida. Ya lo decía Tuiavii:
Dios les envía muchas cosas que amenazan su propiedad. Envía calor y lluvia para destruir sus propiedades, lo envejece, derrumba y pudre. Dios también da a la tormenta y al fuego poder sobre sus cosas acumuladas. Y lo peor de todo: introduce miedo en los corazones de los papalagis. Miedo es la cosa principal que ha adquirido. El sueño de un papalagi nunca es tranquilo, porque tiene que estar alerta todo el tiempo, para que las cosas que ha amasado durante el día, no le sean robadas por la noche. Sus manos y sentidos tienen que estar ocupados todo el tiempo agarrando su propiedad.


La segunda razón por las que las necesidades inventadas, aunque las poseamos, también nos producen malestar / reside en que esas cosas nos desilusionan. Tarde o temprano, nos caemos del caballo.



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