Carta
Pastoral del Señor Obispo de Cajamarca Excmo. Mons. Fr. José del Carmelo
Martínez Lázaro. O. A. R. con motivo del Nuevo Año Litúrgico.
El tiempo de
Adviento, con que la Iglesia inicia
el nuevo año litúrgico 2014, es una ocasión privilegiada para reflexionar sobre
nuestra vocación cristiana y nuestro quehacer pastoral en las circunstancias
que nos toca vivir, deseando que los miembros de la Iglesia de Cajamarca
“sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos
por compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las
esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación
(plegaria eucarística V/c), siendo un
elemento de entendimiento y progreso en la sociedad civil donde se halla
insertada.
Por eso, no
podemos dejar de observar estas situaciones que marcan el escenario eclesial y
social de Cajamarca. Es inquietante el ambiente de sobresalto y violencia que
se expresa en múltiples modos: sufrimos violencia verbal y una actitud de
permanente agresión personal, padecemos violencia en las instituciones públicas
y privadas. Hemos perdido el sentido genuino de la institucionalidad y los
ciudadanos parecen hallarse en una situación de desconcierto que sólo halla su
resolución en la agresión y la frustración. Constatamos hechos que implican
pérdidas de vidas humanas que han sido respondidos con la protesta tanto
personal como de varias instituciones, pero eso no ha logrado cambiar las
fuentes de zozobra y de conflicto. Una protesta es una demostración exterior de
insatisfacción; pero si no tiene los cauces necesarios y atinados, no modifica
permanentemente las causas de la injusticia contra la que se reclama; ni cambia
ni mejora sustancialmente a las personas.
Además,
constato con tristeza que muchos padres de familia hacen largas filas, pasan
frío, sufren incomodidad, para encontrar una vacante en algún colegio para sus
hijos. Es necesario ampliar la oferta y la calidad educativas. Es necesario
crear nuevos colegios e implementarlos apropiadamente, tanto en infraestructura
como con docentes idóneos: ¡Qué será de nuestros niños, niñas y jóvenes sin
oportunidades de educación!
Estas
circunstancias, y muchas más, vulneran la vida de nuestras familias, que viven
con intranquilidad permanente. La situación laboral, la pobreza, la
marginación, la violencia familiar, y la violencia contra la mujer son
extremos. El anhelo de todos es que nuestro pueblo logre la paz social y un
clima donde las esperanzas de cada persona puedan ser logradas. Esto no es
posible en las circunstancias actuales y con las posibilidades objetivas sólo
produce mayor frustración. Ese no es un clima propicio para promover la
dignidad humana. La Iglesia tiene como misión iluminar los diversos eventos de
la historia, ella “va caminando junto con toda la humanidad, experimenta la
misma suerte del mundo, siendo fermento y como alma de la sociedad, que debe
renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios” (GS 40).
San Juan
Bautista, heraldo de Cristo, es uno de los protagonistas del adviento. Su
exhortación va dirigida a cada persona, pero también a quienes representaban
las instituciones públicas de su tiempo (Lc. 3, 10-18). Su firme llamado oscila
entre la integridad de cada individuo, su resonancia en el bien común de la
sociedad y su proyección hacia el fin último de cada persona: su salvación.
Liturgia de adviento impulsa a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los
pueblos: Dios viene. Este es también un llamado a estar preparados y vigilantes
favoreciendo una conversión sincera. Conversión que es personal, nunca
individual, es decir, con connotaciones y consecuencias comunitarias,
eclesiales y sociales.
Como en los
tiempos bíblicos, en nuestra comunidad y sociedad cajamarquina debemos
sentirnos interpelados por esta llamada a la purificación de nuestros corazones
abriéndolos a Cristo que viene, y lo hemos de expresar en un cambio de actitud
personal y social que nos ayude a realizar un camino para construir una
sociedad fraterna, justa y solidaria.
Llamada a una conversión personal
No podemos
esperar un cambio permanente y constructivo si no nos proponemos un cambio
personal de mente y de corazón. Para eso debemos estar dispuestos a abrazar el
exigente camino de los valores, que son discernidos en común, y de las
virtudes, que son dadas como inherentes a la naturaleza del ser humano.
La corrupción
social e institucionalizada empieza por
una corrupción personal. La clave de una sociedad en progreso es la honradez de
cada ciudadano. Es imposible pensar que todos seamos controlados por la
autoridad pública en cada acto individual. No es posible tener un policía
detrás de cada ciudadano. Querer controlar a cada persona en todos sus actos
mediante la fuerza pública produce una situación irrespirable. Pero la
corrupción existe y con frecuencia contribuimos con su propagación.
Contribuimos a la corrupción cuando cedemos a la tentación del soborno o la
coima para acelerar un trámite pequeño o para ganarse un favor en negocios de
gran envergadura, o cuando queremos comprar la justicia. Es destructivo para
conseguir la sociedad que queremos
cuando delinquimos y el delito queda oculto. Se comete un daño enorme al bien
social cuando se dicta una sentencia injusta contra el inocente. Condenar a un
inocente es más grave, muchísimo más grave, que absolver a un culpable. Más aún
si el inocente es condenado por no tener medios para comprar su libertad.
¿Cómo podemos
ser honestos, autoridades y dirigentes, si no lo somos en la intimidad de
nuestra vida personal? Las autoridades y dirigentes fueron en su momento
ciudadanos comunes como la mayoría de nosotros. Todos, según la Constitución
peruana, somos potenciales autoridades. Si no hay honestidad personal ¿quién
podrá convertirse en una autoridad o en un dirigente honrado? Si preferimos la
violencia como respuesta ¿quién será el
ciudadano que sea promotor de la paz? Si nuestro modo de actuar es la coima
¿quién podrá ser elegido para ser autoridad que administre honradamente el
dinero público?
Es ingenuo
pensar que las grandes reformas o cambios pueden venir simplemente desde los
estamentos superiores o de la fuerza pública. Una ley, una sentencia judicial,
un programa político, una promesa electoral, una medida policial, una ordenanza
municipal, una marcha de protesta, un reclamo y unas pancartas, o peor un
insulto o el atropello de los derechos de los demás no pueden mejorar una
sociedad. Sólo es posible una mejoría con una opción personal y nueva actitud
desde los valores y virtudes.
El adviento
nos exige una mejor disposición para ser personas virtuosas y contribuir al
bien de los demás. Una persona que rechaza la virtud hace que su existencia
misma se convierta en un peligro público. El significado de su vida es
negativo. Y aunque nadie puede ser coaccionado a ser honesto y a contribuir
positivamente en la sociedad, pues, esta es una opción libre, responsable y
soberana: quien no opta por esta actitud nueva carece de la calidad moral y
desmerece en sus reclamos.
Llamada a una conversión eclesial
Contribuir al
bien común exige hoy en día la formación integral de las personas. Sin
educación una sociedad se arruina. Por eso que la tarea principal de los
Pastores del pueblo de Dios es la formación espiritual de las personas, la
solidez de su sentido ético y consolidación de una conciencia luminosa. Su
fundamento es la belleza y la bondad del discípulo de Cristo. Esto impide
imponer los deberes por simple coerción o moralismo. La doctrina católica que
propone el mensaje del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia ha sido y es
constructora de personajes de grandes valores. Esto lo demuestran personajes de
todos los tiempos: León Magno, Agustín de Hipona, Bernardo de Claraval,
Catalina de Siena, Juana de Arco, Francisco de Asís, Juan Bosco, Toribio de
Mogrovejo, Juan Pablo II, son algunos pocos ejemplos de cómo es posible para un
individuo virtuoso transformarse y transformar.
La Iglesia
cumple su misión evitando el intimismo. Los males del mundo no deben ser excusas
para reducir nuestra entrega. Debemos asumir el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de
encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de participar en esa marea algo
caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad
(EG 87). La Iglesia ha de salir de sí misma para ir hacia el otro, hacia las
periferias humanas, a los débiles. Cuando
la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para
los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se
goza la dulce alegría del amor, ya no palpita el entusiasmo de hacer el bien (EG
2). Pero de nada serviría el encuentro con el necesitado si no es rescatado de
su necesidad. El primer objetivo de la caridad o, si se quiere llamarla de otro
modo, promoción humana; es que el necesitado deje de serlo. Por ejemplo, la
auténtica solicitud por el pobre es que deje de ser pobre. Es una falsa caridad
hacer que el pobre siga siendo pobre haciéndolo dependiente.
La Iglesia no
desea valerse de la sociedad, sino a estar a su servicio sin perder su
fisonomía y su misión. Ella se reduce cuando sólo trata de conservar unas costumbres
y usos sin elevarse sobre ellos para proponer a Cristo y su acción como
fermento de bien y paz. Su colaboración es esencial, aunque no sea esto
perceptible a causa de la fragilidad de sus miembros.
Llamada a una conversión comunitaria y
social
Aunque
vivimos en una sociedad plural y en un Estado que se define como no
confesional, las aspiraciones más elevadas de nuestra convivencia
constitucional se inspiran en los valores que tiene origen cristiano: la
primacía de la persona como fin supremo de la sociedad y del Estado es un claro
ejemplo. Las libertades y derechos no son tales porque lo dice la Constitución
sino porque pertenecen al ser humano y son recibidos de Dios mismo. Y son
inalienables aunque las constituciones de los países no lo dijeran.
La familia es
el eje fundamental de la sociedad; en
ella se forjan los valores personales, comunitarios y sociales y se adquieren
las habilidades racionales. La familia, su unión, su vivencia de afecto,
comprensión, ayuda permanente, motiva a cada uno de sus integrantes a crecer en
un ambiente sano y a formarse como persona única e irrepetible. Es
responsabilidad de los padres proponer a sus hijos los valores y virtudes que
los harán mejores personas. La familia tiene la responsabilidad de ser fuente
de alegría, de animar a las buenas acciones, de ser ejemplo de abnegación para
dar sin esperar nada a cambio, de ser forjadora de comprensión y armonía, de
enseñar a superar las dificultades. Con amor todo se supera y las cargas se
hacen más livianas.
Todos
deseamos vivir en un clima de paz y de bienestar, es un derecho que reconoce la
Constitución en el artículo 2, Nº 22. Pero la consecución de esa paz y crear un
ambiente adecuado para el mejor desarrollo de la vida personal y social, no
sólo corresponde al Estado y a las instituciones, sino a todos. El Estado y las
instituciones harán lo que les corresponde, pero cada ciudadano también es
responsable. Por eso es indispensable, por el bien y el futuro de la sociedad
en Cajamarca, que se produzca un diálogo sincero y franco. Un diálogo
interdisciplinar entre todos los actores sociales que desvelen opciones a
tantos conflictos y rémoras. Muchos conflictos surgen como respuestas a obvias
injusticias, otros son provocados por intereses no justificables. Hay
mentalidades que buscan hacer conflicto y sembrar caos en cada oportunidad, aún
en momentos más dramáticos se carece del pudor más mínimo.
Sin embargo,
el diálogo no desechas las opiniones diferentes sino que busca canalizarlas. Es
necesario escucharnos para confrontar nuestras ideas buscando el bienestar de
todos. Diálogo es excluir los insultos. Insulta el mediocre porque no tiene la
sabiduría para proponer y convencer.
Es claro que
las autoridades del Estado tienen una gran responsabilidad en la gestión de la
sociedad, pero es imposible que puedan atender al detalle el destino y
bienestar de cada ciudadano. Esto corresponde a cada persona, a cada familia.
Debemos desterrar la falsa convicción según la cual el Estado es responsable de
la prosperidad o felicidad de cada individuo o de cada familia. Esto no es
posible en ningún sistema del mundo. Cada ciudadano es, y más en una República,
responsable de su propia realización y de promover el bien común. El mejor modo
de contribuir a que las personas hagan opciones que las conduzcan a mejores
logros es proporcionarles una educación de la máxima calidad posible. Educación
que no sólo se limita a la mera información, sino que proporciona una profunda
formación humanística.
Las
instituciones tutelares del Estado, no obstante tienen una gran tarea que
cumplir. En primer lugar es recobrar y reafirmar la mayor credibilidad posible.
Una credibilidad real porque cumplen sus fines con integridad y
profesionalidad. Hoy sabemos que popularmente las sentencias o los
apercibimientos judiciales para muchos ciudadanos tienen sólo valor formal;
pero no real. Es imposible pensar que en sociedades verdaderamente democráticas
se vote por personas requisitoriadas o en procesos judiciales. Esto significa
que no se cree en la administración de justicia. Es muy necesario restablecer
su crédito social. Sin un sistema de justicia de máxima reputación no hay paz social
posible. Nunca se podría establecer si finalmente un contrato es obligatorio
entre las partes o si un crimen quedará impune, o si se restablecerá el orden
jurídico cuando este se violenta. ¿Cómo
esperar prosperidad sin la justicia más básica?
El Estado
debe garantizar la seguridad pública. Cuando un ciudadano percibe la carencia
de las Fuerzas Policiales y está seguro que está ante quien cuida de sus
derechos y de su vida, tenemos una institución que ofrece una contribución
incomparable para el bien común. Pero cuando el abuso, la arbitrariedad, la
coima, el chantaje toman su lugar, el daño es casi irreparable. Del policía
debemos esperar ejemplaridad y una recta conducta. Cuando ocurre lo contrario,
una institución imprescindible se convierte en amenaza. ¿Cómo esperar así paz
social?
Los cargos y
oficios públicos deben estar ocupados por los mejores ciudadanos, que no les
absorba la ambición del poder por el poder. La corrupción avalada por proclamas “roba pero hace obra” sólo
revela un desplome de la auténtica democracia.
Debemos tener
una firme convicción de que es posible revertir el mal que existe en nuestra
sociedad, y potenciar el bien que subsiste. Quiero animar al diálogo
constructivo, al argumento informado, al proyecto fundamentado para redirigir
nuestra amada sociedad.
Deseo que especialmente la Iglesia sea pionera de este
diálogo, que exponiendo su inagotable doctrina y sus mejores obras contribuya
al progreso y a la construcción de la paz en nuestra sociedad. Sabemos que
nuestro fin supremo se halla en Dios y con Dios; pero ese fin se construye en
este mundo que él mismo nos ha dado como tarea. Los fines temporales y los
eternos tienen a los mismos protagonistas, Dios y el hombre.
Inspirados en
María, la Madre Dolorosa, acojamos este llamado a la conversión y a la
esperanza, y abramos nuestro corazón a Cristo, el Dios-Hombre que se hizo
ciudadano de su propia patria, que vence al pecado y al mal, y camina con
nosotros construyendo su Reino.
Con mi
bendición episcopal. Cajamarca, 30 de noviembre del 2014.
Esta carta
pertenece a los perfumes de otro rosal, aroma que se impregnó por la gentileza
de Juan Carlos Pérez Chávez quien nos alcanzó la primera copia en su afán de
divulgación. Expresamente me refiero a mi viaje de excursión Trujillo-Cajamarca,
para celebrar realmente el cumpleaños de Yolanda y que terminó “con broche de
oro” [obteniendo una valiosa información], las exhortaciones de un Pastor a la
altura de su tiempo y sus
propias circunstancias, después de celebrar el Día festivo por excelencia, la Misa en la Catedral “Santa Catalina” en la cual participamos en la ceremonia previa:
“encender el cirio y leer el compromiso de la Corona de Adviento”; lo mejor que
nos podía pasar. En la sección de avisos se anuncia sobre la existencia de la
Carta Pastoral y de allí nace el vivo interés de hacerla mía.
Tenía en
mente dar a conocer las riquezas naturales del lugar, [Porcón, por ejemplo]. Por ahora, dejo a los
historiadores que narren las grandezas de aquella geografía y me detengo en las
directrices para mantener la armonía de dicho suelo.
Agradezco
nuevamente a Juan Carlos, por la copia, que ahora se convierte, por su
presentación, en una fuente original para nuestros seguidores nacionales y
extranjeros…Quiero entender que es el párroco, servidor de la Catedral,
presente en el confesionario, presente en los avisos, atendiendo en el Despacho
y obsequioso con los foráneos imprimiendo el documento con presteza, [en domingo], comprendiendo mi actitud de entonces, como si le dijera: “Cartero, entrégame
esa carta”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario