Por lo demás, si antiquísima la relación
filosofía-poesía, no por ello deja de ser de actualidad, aclarándose de día a
día. Algunos han tratado ya con profundidad y agudeza la filosofía y aun la
teología de Kafka. Lo que interesa aquí es la correspondencia con su propia
poesía o, mejor aún, la consideración de la relación ideología-poesía en Kafka.
“Los razonamientos e investigaciones de la filosofía –dice oportunamente
Santayana” –son laboriosos; sólo de un modo artificial y con escaso donaire
puede la poesía vincularse a ellos. Pero la visión de la filosofía es sublime.
El orden que revela en el mundo es algo hermoso, trágico, emocionante; es
justamente lo que, en mayor o menor proporción, se esfuerzan todos los poetas
en alcanzar”. Precisamente, lo logrado por Kafka. Difícil conquista.
Para Santayana “En la filosofía misma los
razonamientos y las investigaciones no son sino partes preparatorias y
subordinadas, medios para alcanzar un fin. Culminan en la intuición o en lo
que, en el más noble sentido de la palabra, puede llamarse teoría, es decir, una firme contemplación de todas las cosas según
su orden y valor. Tal contemplación es de tipo imaginativo. No puede alcanzarla
nadie que no haya ensanchado su espíritu y amansado su corazón [Por eso afirmamos
que Kafka es más un pensador y más que un poeta]. El filósofo que a ella llega
es, por el momento, un poeta [Kafka llegó, luego Kafka es un poeta]. Y “el
poeta que dirige su apasionada imaginación hacia el orden de todas las cosas o
hacia algo que se refiere al conjunto es, por el momento, un filósofo”. Por el
momento, lo es Kafka, pero en la continuidad del conjunto, siempre es poeta].
Pero, lo que pudiera ser dirigido
directamente a Kafka y justificar la poesía de su prosa es esto que se dice del
poeta: “Un espíritu persuadido de que vive entre cosas que, como las palabras,
son esencialmente significativas, convencido de que las cosas significan la
mágica atracción llamada amor, que arrastra tras él todos los objetos, es un
espíritu poético en su intuición, aun cuando el lenguaje que emplea sea la
prosa… El primer plano [en Dante como en Kafka] está ocupado por las eternas
consecuencias de lo que ha producido el tiempo”.
Mas, el bien tiene también su poesía ¡y qué
poesía! Imitada por desgracia por el mal…”convertir la razón, la facultad que
establece el orden, en un medio de organizar el desorden, constituye una
perversidad enteramente satánica: hace del mal un arte”. Este mal era la
obsesión de Kafka: vivió para oponerse a él y sólo por eso escribió.
POETA DE LA
EXISTENCIA
Naturalmente, el aspecto novelesco de la
obra de Kafka contiene episodios; pero cada episodio se convierte en símbolo y
en símbolo, no sólo de un estado moral o de un principio moral, sino de algo
metafísico y teológico.
Precisamente por su insobornable atracción
por lo absoluto sentía el anhelo de la integridad de su alma en una eternidad.
Esa irresistible fuerza está latente en la
vigorosa visión de los hechos particulares, por rara maestría, a la vez comunes
y extraordinarios, y en la profética percepción de las amenazas de desdichas,
infortunios, catástrofes y apocalipsis, que no pueden por menos despertar una
conmiseración entrañablemente humana. Su profunda y a la vez altísima
sensibilidad creó su ideal y su ideal lo atormentó porque no lo pudo realizar.
A este respecto no se ha advertido todavía
que el personaje literario más parecido a la persona misma de Kafka es
precisamente el Bartleby de Melville,
existencialista avant la lettre, que
se ignora y muere porque, como empleado de la sección de cartas muertas –las
devueltas por no llegar a su destino y destrozan así una vida—su sensibilidad,
al no poder soportarlo, lo desequilibra y, finalmente, lo mata. Por su parte,
Kafka es la radical incertidumbre en un hipersensible que es ¡oh paradoja!,
empleado de una compañía de seguros.
Pero si Kafka posee una filosofía
existencial está muy lejos, de ser un existencialista nihilista como lo afirma
Sartre inescrupulosamente. Kafka es el poeta del paraíso, aunque sea el poeta
del paraíso definitivamente perdido. “Hay –escribe—dos pecados capitales
principales del hombre: la impaciencia y la negligencia. A causa de la
impaciencia fue expulsado del paraíso; a causa de su dejadez, allí ya no puede
volver” Aforismos. Según él no
solamente está perdido sino que ya no puede haber ninguna conexión con él y ni
siquiera cabe imaginarla: es que la culpa es definitiva. He aquí sus dos verdades fundamentales: cada
hombre es el representante de todo el género humano, y cada cual repite la
historia religiosa de toda la humanidad. Añoranza y esperanza símbolos son del
clamor de un enterrado en el féretro de la desesperación.
Para él, ante la eternidad se confunden en
un solo instante el juicio particular y el juicio de toda la humanidad. Pero el
juicio ya empieza aquí y ahora.
Y ese juicio siempre será condenatorio
porque el hombre es absolutamente culpable. Por ser representante de toda la
humanidad, aun antes de cometer una culpa personal ya se siente culpable y
abocado a la pena. Además, ese juicio, como en El Proceso, es una sentencia inapelable. ¿Qué le queda, pues al
hombre? Sólo la angustia: existir es ser culpable. La muerte no es sino la
ejecución capital. Pero una ejecución que no termina, sino que dura toda la
eternidad.
Ahora bien: la oscura culpabilidad sentida
aquí en la vida será aun más hondo sentimiento de culpabilidad en la claridad
de la eternidad.
Y la culpabilidad es, además, definitiva
para él porque no hay posibilidad alguna de satisfacer a la divinidad.
Así el sentimiento trágico de la vida es aun
mucho más pavoroso en Dostoiewski, Melville, Unamuno, Kierkegaard…
Así de enorme es la influencia, no sólo
judía, sino protestante en Kafka.
Y llega así a la situación límite: Kafka
tuvo la demoníaca tentación de probar que la absoluta negatividad de la
existencia implica la negación existencial de Dios, pues si Dios fuera algo
sería amor y aquí no hay sino angustia, y la angustia es, precisamente la
inexistencia del amor; la melancolía, su consecuencia y, a su vez, ésta, la
negación de la posibilidad de una lejana bienaventuranza tras una resurrección.
Semejante dialéctica kafkiana parece superar
la dialéctica marxista.
Y ante la luminosidad de la sublime poesía
de la transfiguración universal enraizadas en el sentido sacramental del
universo, jamás se encontró mayor contraste que esta tenebrosidad de una poesía
cuya máxima esencia poética consiste, así, paradójicamente, en el trágico
sentimiento de lo antipoético. Por eso, sin duda Kafka puede ser llamado el
poeta del limbo porque su mundo es del limbo.
Así, tampoco Kafka se explica sin su hondo
judaísmo: es el más genuino representante de la situación religiosa de un
pueblo que, de hecho, parece no esperar más en un Redentor.
Su espantosa consecuencia, pareja d la
última consecuencia del protestantismo, es la concepción de la crueldad de
Dios; es decir, una demoníaca representación de la divinidad.
Luego, éste es el trágico itinerario de
Kafka: una veloz evasión a la existencia anticristiana, o a la inexistencia,
pero sin suicidio (porque en el fondo es una existencia theonoma), y, a la vez
una irresistible atracción de infinito y eternidad.
Y el hecho de que Kafka mande destruir todos
sus escritos, al final de su vida, es claro indicio del reconocimiento de su
error de su concepción.
Terminó, en efecto, por encontrar una
subjetiva redención en el sentimiento de pertenencia a una determinada
comunidad que tiene por misión, precisamente, poner de manifiesto el dominio de
Dios, pese a toda problematicidad, hasta en las regiones más inferiores de la
creación.
La culpa de su pueblo absorbe la propia
culpa personal y la vuelve así más llevadera aunque no cambie, en suma, la
objetividad del ser no rescatado.
Poor cierto, cuando Kafka renunció
heroicamente a la creación poética, volcó su corazón y sus pensamientos en el
sionismo. El pueblo judío entero se le volvió el mesías.
Sintió el anonadamiento, pero encontró
–acaso por eso mismo—que “El hombre no podrá vivir sin la confianza en algo
indestructible en sí mismo; sin embargo, lo indestructible, lo mismo que la
confianza, pueden quedarle constantemente ocultos. Una de las posibilidades de
expresión de este quedar oculto es la creencia en un Dios personal” (Journal. 260) Imposible, pues el
aniquilamiento. Y “Lo indestructible es uno: es cada hombre en particular, al
mismo tiempo que es común a todos; de donde esta sin par indisoluble
comunicación entre los hombres” (Id. 267). Y así, ya está en el sendero: es
“una inmensa esperanza; una fe inquebrantable, un Paraíso a recobrar”. “A
partir de cierto punto ya no hay retorno. Este punto es el que hay que
alcanzar”. (Id.248).
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