lunes, 8 de diciembre de 2014

LO FILOSÓFICO-TEOLÓGICO Y PRÁCTICO DE KAFKA DESDE UNA PÁGINA DE SANTAYANA / Juan Carlos GARCÍA SANTILLÁN


   Por lo demás, si antiquísima la relación filosofía-poesía, no por ello deja de ser de actualidad, aclarándose de día a día. Algunos han tratado ya con profundidad y agudeza la filosofía y aun la teología de Kafka. Lo que interesa aquí es la correspondencia con su propia poesía o, mejor aún, la consideración de la relación ideología-poesía en Kafka. “Los razonamientos e investigaciones de la filosofía –dice oportunamente Santayana” –son laboriosos; sólo de un modo artificial y con escaso donaire puede la poesía vincularse a ellos. Pero la visión de la filosofía es sublime. El orden que revela en el mundo es algo hermoso, trágico, emocionante; es justamente lo que, en mayor o menor proporción, se esfuerzan todos los poetas en alcanzar”. Precisamente, lo logrado por Kafka. Difícil conquista.
   Para Santayana “En la filosofía misma los razonamientos y las investigaciones no son sino partes preparatorias y subordinadas, medios para alcanzar un fin. Culminan en la intuición o en lo que, en el más noble sentido de la palabra, puede llamarse teoría, es decir, una firme contemplación de todas las cosas según su orden y valor. Tal contemplación es de tipo imaginativo. No puede alcanzarla nadie que no haya ensanchado su espíritu y amansado su corazón [Por eso afirmamos que Kafka es más un pensador y más que un poeta]. El filósofo que a ella llega es, por el momento, un poeta [Kafka llegó, luego Kafka es un poeta]. Y “el poeta que dirige su apasionada imaginación hacia el orden de todas las cosas o hacia algo que se refiere al conjunto es, por el momento, un filósofo”. Por el momento, lo es Kafka, pero en la continuidad del conjunto, siempre es poeta].
   Pero, lo que pudiera ser dirigido directamente a Kafka y justificar la poesía de su prosa es esto que se dice del poeta: “Un espíritu persuadido de que vive entre cosas que, como las palabras, son esencialmente significativas, convencido de que las cosas significan la mágica atracción llamada amor, que arrastra tras él todos los objetos, es un espíritu poético en su intuición, aun cuando el lenguaje que emplea sea la prosa… El primer plano [en Dante como en Kafka] está ocupado por las eternas consecuencias de lo que ha producido el tiempo”.
   Mas, el bien tiene también su poesía ¡y qué poesía! Imitada por desgracia por el mal…”convertir la razón, la facultad que establece el orden, en un medio de organizar el desorden, constituye una perversidad enteramente satánica: hace del mal un arte”. Este mal era la obsesión de Kafka: vivió para oponerse a él y sólo por eso escribió.

POETA DE LA EXISTENCIA
   Naturalmente, el aspecto novelesco de la obra de Kafka contiene episodios; pero cada episodio se convierte en símbolo y en símbolo, no sólo de un estado moral o de un principio moral, sino de algo metafísico y teológico.
   Precisamente por su insobornable atracción por lo absoluto sentía el anhelo de la integridad de su alma en una eternidad.
   Esa irresistible fuerza está latente en la vigorosa visión de los hechos particulares, por rara maestría, a la vez comunes y extraordinarios, y en la profética percepción de las amenazas de desdichas, infortunios, catástrofes y apocalipsis, que no pueden por menos despertar una conmiseración entrañablemente humana. Su profunda y a la vez altísima sensibilidad creó su ideal y su ideal lo atormentó porque no lo pudo realizar.
   A este respecto no se ha advertido todavía que el personaje literario más parecido a la persona misma de Kafka es precisamente el Bartleby de Melville, existencialista avant la lettre, que se ignora y muere porque, como empleado de la sección de cartas muertas –las devueltas por no llegar a su destino y destrozan así una vida—su sensibilidad, al no poder soportarlo, lo desequilibra y, finalmente, lo mata. Por su parte, Kafka es la radical incertidumbre en un hipersensible que es ¡oh paradoja!, empleado de una compañía de seguros.
   Pero si Kafka posee una filosofía existencial está muy lejos, de ser un existencialista nihilista como lo afirma Sartre inescrupulosamente. Kafka es el poeta del paraíso, aunque sea el poeta del paraíso definitivamente perdido. “Hay –escribe—dos pecados capitales principales del hombre: la impaciencia y la negligencia. A causa de la impaciencia fue expulsado del paraíso; a causa de su dejadez, allí ya no puede volver” Aforismos. Según él no solamente está perdido sino que ya no puede haber ninguna conexión con él y ni siquiera cabe imaginarla: es que la culpa es definitiva. He aquí sus dos verdades fundamentales: cada hombre es el representante de todo el género humano, y cada cual repite la historia religiosa de toda la humanidad. Añoranza y esperanza símbolos son del clamor de un enterrado en el féretro de la desesperación.
   Para él, ante la eternidad se confunden en un solo instante el juicio particular y el juicio de toda la humanidad. Pero el juicio ya empieza aquí y ahora.
   Y ese juicio siempre será condenatorio porque el hombre es absolutamente culpable. Por ser representante de toda la humanidad, aun antes de cometer una culpa personal ya se siente culpable y abocado a la pena. Además, ese juicio, como en El Proceso, es una sentencia inapelable. ¿Qué le queda, pues al hombre? Sólo la angustia: existir es ser culpable. La muerte no es sino la ejecución capital. Pero una ejecución que no termina, sino que dura toda la eternidad.
   Ahora bien: la oscura culpabilidad sentida aquí en la vida será aun más hondo sentimiento de culpabilidad en la claridad de la eternidad.
   Y la culpabilidad es, además, definitiva para él porque no hay posibilidad alguna de satisfacer a la divinidad.
   Así el sentimiento trágico de la vida es aun mucho más pavoroso en Dostoiewski, Melville, Unamuno, Kierkegaard…
   Así de enorme es la influencia, no sólo judía, sino protestante en Kafka.
   Y llega así a la situación límite: Kafka tuvo la demoníaca tentación de probar que la absoluta negatividad de la existencia implica la negación existencial de Dios, pues si Dios fuera algo sería amor y aquí no hay sino angustia, y la angustia es, precisamente la inexistencia del amor; la melancolía, su consecuencia y, a su vez, ésta, la negación de la posibilidad de una lejana bienaventuranza tras una resurrección.
   Semejante dialéctica kafkiana parece superar la dialéctica marxista.
   Y ante la luminosidad de la sublime poesía de la transfiguración universal enraizadas en el sentido sacramental del universo, jamás se encontró mayor contraste que esta tenebrosidad de una poesía cuya máxima esencia poética consiste, así, paradójicamente, en el trágico sentimiento de lo antipoético. Por eso, sin duda Kafka puede ser llamado el poeta del limbo porque su mundo es del limbo.
   Así, tampoco Kafka se explica sin su hondo judaísmo: es el más genuino representante de la situación religiosa de un pueblo que, de hecho, parece no esperar más en un Redentor.
   Su espantosa consecuencia, pareja d la última consecuencia del protestantismo, es la concepción de la crueldad de Dios; es decir, una demoníaca representación de la divinidad.
   Luego, éste es el trágico itinerario de Kafka: una veloz evasión a la existencia anticristiana, o a la inexistencia, pero sin suicidio (porque en el fondo es una existencia theonoma), y, a la vez una irresistible atracción de infinito y eternidad.
   Y el hecho de que Kafka mande destruir todos sus escritos, al final de su vida, es claro indicio del reconocimiento de su error de su concepción.
   Terminó, en efecto, por encontrar una subjetiva redención en el sentimiento de pertenencia a una determinada comunidad que tiene por misión, precisamente, poner de manifiesto el dominio de Dios, pese a toda problematicidad, hasta en las regiones más inferiores de la creación.
   La culpa de su pueblo absorbe la propia culpa personal y la vuelve así más llevadera aunque no cambie, en suma, la objetividad del ser no rescatado.
   Poor cierto, cuando Kafka renunció heroicamente a la creación poética, volcó su corazón y sus pensamientos en el sionismo. El pueblo judío entero se le volvió el mesías.

   Sintió el anonadamiento, pero encontró –acaso por eso mismo—que “El hombre no podrá vivir sin la confianza en algo indestructible en sí mismo; sin embargo, lo indestructible, lo mismo que la confianza, pueden quedarle constantemente ocultos. Una de las posibilidades de expresión de este quedar oculto es la creencia en un Dios personal” (Journal. 260) Imposible, pues el aniquilamiento. Y “Lo indestructible es uno: es cada hombre en particular, al mismo tiempo que es común a todos; de donde esta sin par indisoluble comunicación entre los hombres” (Id. 267). Y así, ya está en el sendero: es “una inmensa esperanza; una fe inquebrantable, un Paraíso a recobrar”. “A partir de cierto punto ya no hay retorno. Este punto es el que hay que alcanzar”. (Id.248).

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