“Creer significa…: ser”.
KAFKA (Journal, p. 228)
La atracción de Kafka
EL Kafka de
nuestra moda no es el Kafka de su modo.
Basta las variadísimas y contradictorias
actitudes ante su obra:
Kafka es el más genial novelista. Kafka
no es novelista.
Kafka es un pobre loco. Kafka es un
iluminado.
Kafka, ateo. Kafka místico.
Kafka sólo un amargado. Kafka sólo un
profeta.
Kafka, dicen unos, es combatido por ser
judío. Kafka, dicen otros, es ensalzado por judío.
Kafka demoledor. Kafka edificante.
Kafka existencialista. Y hasta Kafka
in-sistencialista.
Kafka para los snobs. Kafka contra los snobs…
No cabe duda que nuestras actitudes ante
el conocimiento de Kafka nos ayudan a conocernos a nosotros mismos.
En todo caso esto es indudable: Kafka es
un polo magnético que ejerce una enorme atracción sobre el hombre moderno.
Desgraciadamente, no es lo mejor de Kafka lo que constituye esa atracción.
El hombre moderno ha perdido la
tranquilidad y de la obra de Kafka surge, poderoso, un clamor por la seguridad.
El hombre moderno es el hombre del confort, pero, paradójicamente, ha
perdido la comodidad, y Kafka, ni siquiera convertido en gusano, encuentra
donde reposar.
El hombre moderno es el hombre acosado, y
Kafka es el hombre del Proceso continuado y de la Colonia penitenciaria.
El hombre moderno es el hombre-ficha, y
Kafka es el más elocuente alegato contra el monstruo de la burocracia.
El hombre moderno ya carece de libertad
para seguir un oficio o una profesión; Kafka se ve obligado a seguir la más
odiosa para él.
El hombre moderno es el solitario entre
la masa, y Kafka es la misma soledad.
El hombre moderno se ve reducido a una
especie de hongo porque el mundo de hoy es la disolución de la familia y la
carencia de hogar, y Kafka es el pordiosero de ternura.
El hombre moderno ha perdido la alegría
de vivir, y Kafka es el llanto sin consuelo.
El hombre moderno carece de espacio
vital, y Kafka es un apátrida sin espacio siquiera para respirar: el que como
en El Castillo, jamás llegará a su
patria.
El hombre moderno muere de la angustia
del tiempo, y a Kafka lo paraliza la velocidad de su tiempo.
El hombre moderno es el simple individuo de
una especie desvalorizada, y Kafka no puede sofocar la inaudita pretensión de
ser persona todavía.
El hombre moderno se siente despojado de
su hombriedad, y Kafka es un pobre hombre, pero no puede dejar de ser hombre.
El hombre, no moderno, sino a la moderna
es snob, y Kafka nos sigue sobrando.
Y en el doble sentido de la palabra, porque supera a la mayoría y porque, precisamente
por superarla, sobra él, está demás, pues la haría pensar y la obligaría a
tomarse el esfuerzo de cambiar.
En efecto, Kafka es el hombre que no sabe
separar la vida de la muerte y así no puede vivir de un tiempo sin eternidad.
El hombre moderno es el hombre
científicamente acondicionado, y
Kafka aspira a ser el hombre libremente contemplativo.
El hombre moderno busca la salud en la
medicina psicosomática o en el psicoanálisis y hasta en la logoterapia del
hombre de las tres dimensiones (cuerpo, alma, espíritu), con religión y todo,
pero sin la Cruz, y Kafka, judío, se siente crucificado.
El hombre moderno es un repartidor de
talentos de acuerdo con sus simpatías. Kafka es un repartidor de simpatías de
acuerdo con su talento. Él es el hombre más moderno todavía: el del mundo de la
cuarta dimensión: el continuo espacio-tiempo: hueco de misterio como para que
sólo la Gracia pueda llenarlo entre esos dos factores como los dos leños que
forman los cuatro brazos de la Cruz, la más alta y más real cuarta dimensión.
Kafka se ve tan relativo que anhela apoyo en su absoluto superlativo.
El hombre moderno quiere conocerse a la perfección usando
psicológicas recetas, mas olvidando que, con el tono con que se las dan, pueden
enfermarlo más, y que la única manera de conocer al hombre es amarlo y amarlo
en la Cruz.
¡Qué magnífico coronamiento de una integral
psicología este par de populares dísticos alemanes:
Liebe und eine Kreuz dazu
Gibt dem Herzen Ruh.
Ohne Kreeuz stauschb sehr.
Kreuz ist ohne Liebe schwer.
Cuya
traducción, acaso sin demasiada traición, podría darse con este ritmo español:
El amor y la Cruz
Dan paz al corazón.
Sin Cruz, mucho se
engaña el Amor.
Sin Amor, mucho pesa la
Cruz.
Kafka siente que sobre el hombre moderno,
naturalmente, pesan muchísimas más muertes que cualquier hombre del pasado y,
como por otra parte, toda muerte es nuestra muerte, el hombre actual
consciente, se siente más muerto de tantas muertes: es el madurado en la muerte
(“raza de muerte” como, con gran elocuencia, rezaba el estribillo de una pobre
demente recluida). ¡Y sin poder perder la esperanza de ser resucitado para
siempre!
KAFKA
IMPOSIBLE NOVELISTA
Con todo lo dicho hasta aquí ya se comprende
que a quienes sólo ven en Kafka un novelista o un gran novelista les resulte
imposible la ubicación de su obra en alguno de los distintos tipos de novela
conocidos: no es desde luego la novela clásica, ni la novela romántica; tampoco
es realista ni naturalista, ni victoriana, ni unanimista, no es roman-fleuve o novela ciclo aunque no
dejen de formar serie y tener continuidad; ni se puede decir que es lo que se
llama novela autobiográfica, aunque casi todo sea su autobiografía; está lejos
de ser la novela absoluta, tipo Ulises;
no es sólo simbolista; no es únicamente superrealista; ni proustiana,
precisamente por rebasar la preocupación del tiempo, ni dostoiewskiana, locura
de absoluto en lucha contra las evidencias; ni es novela de tesis, tampoco la
por Bourget bien llamada novela de ideas que él no escribió pero sí Gide, por
ejemplo, (o por mal ejemplo y por pésimas ideas); ni, en fin, para no seguir
con los inagotables ismos, no es
novela meramente existencialista. Y si
tomamos la global y aguda clasificación de Carlos Gustavo Jung de novela psicológica y novela visionaria, no
es, ni con mucho menos psicológica, que según el mismo Jung es la menos
psicológica por ser deliberada consideración geométrica de los primeros y más
superficiales planos de la conciencia, ni tampoco es la simple visionaria, a lo
Hoffmann, ni a lo Poe, ni siquiera a lo Hawthorne o a lo Henry James o a lo
Melville, aunque hay un ahondamiento en esta dirección abismal del creador de La Ballena Blanca, para Jung la obra más
importante de la literatura norteamericana, cuya blancura es un simbolismo
profundo que mereció un importante trabajo de la profesora platense María
Arregui en nuestra cátedra de literatura contemporánea, simbolismo del color
blanco muy próximo, por cierto, al de la nívea blancura de El Castillo. Tiene, sí, mucho de poético-simbólico-visionario la
obra de Kafka.
El sufrimiento personal de Kafka es tan
auténtico y tan intenso que mal puede ocuparse en primer término de la llamada
alma colectiva. Es su propio dolor lo que le hace sentir el dolor de los demás,
y viceversa.
A Kafka no puede no puede explicarlo la
psicología sociológica del alma colectiva, de Jung. Mucho más se le aproxima la
psicología existencial de Frankl. Kafka llega al sufrimiento límite
precisamente porque tiene su ilimitada responsabilidad, y siente su ilimitada
responsabilidad porque le es evidente la
plenitud de su libertad.
¿La inspiración? Sí, pero desde esa
condensación. Condensación que no es sólo concentración, aunque también la
contenga, con algo más que pertenece a todo el ser humano, cuyos distintos
elementos intervienen en ella, pero a partir de esa fina punta del alma. Ahora bien: es tal la transformación que desde
ese momento se da en este ser humano, sobre todo en su capacidad creadora, que
llega hasta parecernos otro: voz de toda la humanidad: realización de los
anhelos, de los ideales, de los amores, de los sueños de todos los seres
humanos del pasado, unidad en la cristalización de los más grandiosos o
profundos ensueños en la humanidad actual paciente y militante, y a la vez
mensaje profético y anticipado sueño de los ensueños de todos los hombres que
aún vendrán.
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