lunes, 1 de diciembre de 2014

KAFKA, POETA DE LA ETERNIDAD / Juan Carlos GARCÍA SANTILLÁN


                                              “Creer significa…: ser”.
                                                   KAFKA (Journal, p. 228)

                        La atracción de Kafka

EL Kafka de nuestra moda no es el Kafka de su modo.
      Basta las variadísimas y contradictorias actitudes ante su obra:
      Kafka es el más genial novelista. Kafka no es novelista.
      Kafka es un pobre loco. Kafka es un iluminado.
      Kafka, ateo. Kafka místico.
      Kafka sólo un amargado. Kafka sólo un profeta.
      Kafka, dicen unos, es combatido por ser judío. Kafka, dicen otros, es ensalzado por judío.
      Kafka demoledor. Kafka edificante.
      Kafka existencialista. Y hasta Kafka in-sistencialista.
      Kafka para los snobs. Kafka contra los snobs
      No cabe duda que nuestras actitudes ante el conocimiento de Kafka nos ayudan a conocernos a nosotros mismos.
      En todo caso esto es indudable: Kafka es un polo magnético que ejerce una enorme atracción sobre el hombre moderno. Desgraciadamente, no es lo mejor de Kafka lo que constituye esa atracción.
      El hombre moderno ha perdido la tranquilidad y de la obra de Kafka surge, poderoso, un clamor por la seguridad.
      El hombre moderno es el hombre del confort, pero, paradójicamente, ha perdido la comodidad, y Kafka, ni siquiera convertido en gusano, encuentra donde reposar.
      El hombre moderno es el hombre acosado, y Kafka es el hombre del Proceso continuado y de la Colonia penitenciaria.
      El hombre moderno es el hombre-ficha, y Kafka es el más elocuente alegato contra el monstruo de la burocracia.
      El hombre moderno ya carece de libertad para seguir un oficio o una profesión; Kafka se ve obligado a seguir la más odiosa para él.
      El hombre moderno es el solitario entre la masa, y Kafka es la misma soledad.
      El hombre moderno se ve reducido a una especie de hongo porque el mundo de hoy es la disolución de la familia y la carencia de hogar, y Kafka es el pordiosero de ternura.
       El hombre moderno ha perdido la alegría de vivir, y Kafka es el llanto sin consuelo.
       El hombre moderno carece de espacio vital, y Kafka es un apátrida sin espacio siquiera para respirar: el que como en El Castillo, jamás llegará a su patria.
      El hombre moderno muere de la angustia del tiempo, y a Kafka lo paraliza la velocidad de su tiempo.
      El hombre moderno es el simple individuo de una especie desvalorizada, y Kafka no puede sofocar la inaudita pretensión de ser persona todavía.
      El hombre moderno se siente despojado de su hombriedad, y Kafka es un pobre hombre, pero no puede dejar de ser hombre.
      El hombre, no moderno, sino a la moderna es snob, y Kafka nos sigue sobrando. Y en el doble sentido de la palabra, porque supera a la mayoría y porque, precisamente por superarla, sobra él, está demás, pues la haría pensar y la obligaría a tomarse el esfuerzo de cambiar.
      En efecto, Kafka es el hombre que no sabe separar la vida de la muerte y así no puede vivir de un tiempo sin eternidad.
      El hombre moderno es el hombre científicamente acondicionado, y Kafka aspira a ser el hombre libremente contemplativo.
      El hombre moderno busca la salud en la medicina psicosomática o en el psicoanálisis y hasta en la logoterapia del hombre de las tres dimensiones (cuerpo, alma, espíritu), con religión y todo, pero sin la Cruz, y Kafka, judío, se siente crucificado.
      El hombre moderno es un repartidor de talentos de acuerdo con sus simpatías. Kafka es un repartidor de simpatías de acuerdo con su talento. Él es el hombre más moderno todavía: el del mundo de la cuarta dimensión: el continuo espacio-tiempo: hueco de misterio como para que sólo la Gracia pueda llenarlo entre esos dos factores como los dos leños que forman los cuatro brazos de la Cruz, la más alta y más real cuarta dimensión. Kafka se ve tan relativo que anhela apoyo en su absoluto superlativo.
      El hombre moderno  quiere conocerse a la perfección usando psicológicas recetas, mas olvidando que, con el tono con que se las dan, pueden enfermarlo más, y que la única manera de conocer al hombre es amarlo y amarlo en la Cruz.
    ¡Qué magnífico coronamiento de una integral psicología este par de populares dísticos alemanes:
                          Liebe und eine  Kreuz dazu
                         Gibt dem Herzen Ruh.
                         Ohne Kreeuz stauschb sehr.
                         Kreuz ist ohne Liebe schwer.
Cuya traducción, acaso sin demasiada traición, podría darse con este ritmo español:
                        El amor y la Cruz
                        Dan paz al corazón.
                        Sin Cruz, mucho se engaña el Amor.
                        Sin Amor, mucho pesa la Cruz.   
      Kafka siente que sobre el hombre moderno, naturalmente, pesan muchísimas más muertes que cualquier hombre del pasado y, como por otra parte, toda muerte es nuestra muerte, el hombre actual consciente, se siente más muerto de tantas muertes: es el madurado en la muerte (“raza de muerte” como, con gran elocuencia, rezaba el estribillo de una pobre demente recluida). ¡Y sin poder perder la esperanza de ser resucitado para siempre!

KAFKA IMPOSIBLE NOVELISTA

   Con todo lo dicho hasta aquí ya se comprende que a quienes sólo ven en Kafka un novelista o un gran novelista les resulte imposible la ubicación de su obra en alguno de los distintos tipos de novela conocidos: no es desde luego la novela clásica, ni la novela romántica; tampoco es realista ni naturalista, ni victoriana, ni unanimista, no es roman-fleuve o novela ciclo aunque no dejen de formar serie y tener continuidad; ni se puede decir que es lo que se llama novela autobiográfica, aunque casi todo sea su autobiografía; está lejos de ser la novela absoluta, tipo Ulises; no es sólo simbolista; no es únicamente superrealista; ni proustiana, precisamente por rebasar la preocupación del tiempo, ni dostoiewskiana, locura de absoluto en lucha contra las evidencias; ni es novela de tesis, tampoco la por Bourget bien llamada novela de ideas que él no escribió pero sí Gide, por ejemplo, (o por mal ejemplo y por pésimas ideas); ni, en fin, para no seguir con los inagotables ismos, no es novela meramente existencialista.  Y si tomamos la global y aguda clasificación de Carlos Gustavo Jung  de novela psicológica y novela visionaria, no es, ni con mucho menos psicológica, que según el mismo Jung es la menos psicológica por ser deliberada consideración geométrica de los primeros y más superficiales planos de la conciencia, ni tampoco es la simple visionaria, a lo Hoffmann, ni a lo Poe, ni siquiera a lo Hawthorne o a lo Henry James o a lo Melville, aunque hay un ahondamiento en esta dirección abismal del creador de La Ballena Blanca, para Jung la obra más importante de la literatura norteamericana, cuya blancura es un simbolismo profundo que mereció un importante trabajo de la profesora platense María Arregui en nuestra cátedra de literatura contemporánea, simbolismo del color blanco muy próximo, por cierto, al de la nívea blancura de El Castillo. Tiene, sí, mucho de poético-simbólico-visionario la obra de Kafka.
   El sufrimiento personal de Kafka es tan auténtico y tan intenso que mal puede ocuparse en primer término de la llamada alma colectiva. Es su propio dolor lo que le hace sentir el dolor de los demás, y viceversa.
   A Kafka no puede no puede explicarlo la psicología sociológica del alma colectiva, de Jung. Mucho más se le aproxima la psicología existencial de Frankl. Kafka llega al sufrimiento límite precisamente porque tiene su ilimitada responsabilidad, y siente su ilimitada responsabilidad  porque le es evidente la plenitud de su libertad.

   ¿La inspiración? Sí, pero desde esa condensación. Condensación que no es sólo concentración, aunque también la contenga, con algo más que pertenece a todo el ser humano, cuyos distintos elementos intervienen en ella, pero a partir de esa fina punta del alma. Ahora bien: es tal la transformación que desde ese momento se da en este ser humano, sobre todo en su capacidad creadora, que llega hasta parecernos otro: voz de toda la humanidad: realización de los anhelos, de los ideales, de los amores, de los sueños de todos los seres humanos del pasado, unidad en la cristalización de los más grandiosos o profundos ensueños en la humanidad actual paciente y militante, y a la vez mensaje profético y anticipado sueño de los ensueños de todos los hombres que aún vendrán.

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