lunes, 8 de diciembre de 2014

CONCLUSIÓN [KAFKA] / Juan Carlos GARCÍA SANTILLÁN

           
   Entre tan riquísimo “surtido”, esto es lo innegable: Kafka es un hombree de una autenticidad extraordinaria. Kafka es un artista colosal, de máxima sensibilidad. Kafka es un apasionadísimo buscador de la verdad. Kafka no puede apaciguar su anhelo ni contentarse sino con Dios. Kafka tiene el valor de romper con cuanto vínculo o compromiso se opone a sus ansias de eternidad y de absoluto. Kafka escribe con la misma enorme sinceridad con que vive. Escribe para ver claro y, como mensaje, para que se vea claro. Kafka universaliza así su drama íntimo porque Kafka es ante todo, y sobre todo, poeta. Kafka es único en esto: en el heroísmo de llegar a una situación límite particularmente suya: renuncia a toda esperanza para encararse con la más completa desesperanza y, en tal situación límite, se encuentra, como en inesperada recompensa, con que –destruida toda esperanza—en el hombre hay, sin embargo, algo indestructible, y esto ya es una nueva ventana abierta a la esperanza: y hasta llega así a definir la fe con extraña penetración, no como abstracta convicción, según Rochefort, sino como real y concreta reincorporación a lo indestructible.
   “Creer significa: liberar en sí lo indestructible o, más exactamente, su indestructible o, aún más exactamente: ser” (Id.p. 208).
   En fin, Kafka durante casi toda su vida fue el poeta de la eternidad, pero de una eternidad vacía, torturante. Su atormentador ambiente lo condujo a este absurdo concepto de una eternidad como al revés: si para Platón el tiempo es la imagen móvil de la inmóvil eternidad, para Kafka, por aberración, el tiempo es la imagen inmóvil (inmovilidad ante El Castillo) de una móvil eternidad (siempre se aleja El Castillo).
   Mas, al final, llega el mensajero del Castillo: la comunicación: la esperanza: ¿la gracia?
      Luego, si Unamuno es el poeta de la eternidad en el tiempo, y Machado el poeta del tiempo en la eternidad, Kafka, al final, es sencillamente el poeta de la eternidad.
   La trágica poesía de la vida de Kafka es la trágica poesía de su obra.
   Kafka durante su vida de martirio pudo haberse definido a sí mismo en relación a Dios con sólo estas tres trágicas palabras: “Soy su ausencia”.

   Por ese tormento acaso ya a la hora de su muerte haya podido clamar con acento trémulo de trueno por lo que fue, y de exultación por la adveniente eternidad: “Soy su presencia”.

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