jueves, 16 de febrero de 2012

DE "NORMAS DE VIDA": Segunda Meditación, Alberto CASAL CASTEL.

                       Poco basta cada día,
                       si cada  día logramos ese poco.  PAYOT.

                                                         LAS HORMIGAS saben que no hay distancia larga ni cuerpo demasiado pesado. Para ellas no existe la palabra imposible. Tampoco existía para Maribeau, que en vez de ser hormiga era un águila. Éste solía decir a su secretario: "No me digas nunca esa mala palabra".

    Decir que una cosa es imposible equivale a que realmente lo sea. Cuando la palabra imposible está en nuestro vocabulario no tenemos, nunca, cosas fáciles entre las manos. Por emplearla frecuentemente, muchos desconfían de su fuerza, y otros con fuerzas suficientes, no llegan a nada.

     No conozco otro anestésico de la voluntad que pueda comparársele. El imposible es la religión de los que no tienen ninguna, pues ésta, bajo cualquiera de las formas conocidas, es un tónico que hace al malo bueno y al bueno mejor en la lucha tenaz de superarse.

    Atrás de esta palabra se esconden los débiles, los enfermos, los perezosos, los vencidos, en fin, todos aquellos que padecen el mal de la "imposibilidad congénita".

    Ellos son frentes muertas, brazos muertos, almas muertas; porque así como el ejercicio de la dificultad renueva nuestros ímpetus, el ocio -esa herrumbre del alma- los diseca.

    De haber empleado la palabra imposible, Colón no habría descubierto América. Por no saberla emplear, Miguel Ángel levantó la cúpula de San Pedro, Koch encontró el bacilo de la tuberculosis, Vesalio corrigió la obra anatómica de Galeno, Newton acabó con la superchería astronómica de los antiguos, Copérnico recuperó la verdad, derribando el sistema de Ptolomeo, Virchow abrió nuevos rumbos en las investigaciones de Schwan sobre las células.

   Ellos fueron hombres que sólo conocieron un término: ¡Posible!, o a lo sumo dos: ¡Posible y realizable!

    Nada significó para el genovés que las cartas antiguas concluyeran en las columnas de Hércules y que más allá se estampara, escrito y dibujado por los cartógrafos: "Hic sit leonis", (Aquí hay leones). Él tenía la voluntad de Hércules y no le aterraban  las zarpas del destino, ni la melena salvaje de los mares sin horizontes.

   ¿No tienes ojos, oídos, brazos, piernas, a igual que el más grande de los mortales? Lo que él vio, tú puedes observarlo; lo que él escuchó, tú puedes oírlo; lo que él ha alcanzado, tú puedes alcanzarlo; hasta donde él ha ido, puedes ir tú. Lo que otro haga, eso puedes hacer tú.

    ¿Crees que su inteligencia es diferente de la tuya? Te equivocas. A veces en dos predios de la misma tierra y de iguales dimensiones, un agricultor traza un jardín, y el otro duerme sobre las zarzas.

    Afila tu inteligencia; úsala como pala: carpe con ella tus ilusiones, quédate con una, y a esa riégala desde la mañana hasta la noche. Verás cuajar la flor cuando menos pienses; quizá en una aurora que no está lejana.

    Todo lo que vemos y que más nos admira ha sido nuestra obra. ¿La habríamos hecho sin coraje, sin voluntad, sin optimismo, sin tiempo...? ¿Sobre todo, sin tiempo?

    La naturaleza trabaja despacio. Trabaja de la misma manera, y cuando lo que te propones sea la obra de una vida, piensa que ésta es la suma de un día distinto del otro. 

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