viernes, 24 de febrero de 2012

PICASSO, LEYENDA VIVIENTE. Por Noel BUSCH.

  Pablo Ruiz:1881-1973.
                                                    LA REVISTA Time ha dicho que es "el héroe cultural del siglo". En 1967 se vendió uno de sus cuadros por más de 500,000 dólares, precio que parece ser el más alto pagado por la obra de un artista en vida. Algunos calculan -él personalmente ha perdido la cuenta desde hace mucho- que sus pinturas han superado el número de 10,000, sin contar sus dibujos, bocetos, piezas de cerámica y esculturas. Como todavía posee alrededor de mil lienzos, Pablo Picasso es, sin lugar a dudas, el pintor más rico que ha habido jamás.


  Sin embargo, la riqueza no sería ni con mucho la vara más justa para medir la grandeza de Picasso como artista. En ocasión de su nonagésimo aniversario (25 de octubre de 1971) en todos los continentes se festejó la ocasión con exposiciones de su obra y celebraciones especiales. En una demostración de respeto sin precedente, el Museo de Louvre, de París, reservó parte de su Grande Galerie a una selección de telas de Picasso.

  La verdad es que Picasso ha ejercido una influencia sin igual sobre el arte de su tiempo. Al incorporarse por primera vez al medio artístico de París en 1900, los pintores seguían ateniéndose al principio básico de que debe haber una relación discernible entre lo que pintan sobre la tela y el objeto que sirve de motivo a la pintura. Pero Picasso empezó a pintar figuras y objetos resolviéndolos en formas geométricas de color y luz enlazadas entre sí en un estilo que posteriormente se llamó cubismo. De ahí a poco todo lo que hacía era un laberinto de ángulos y fragmentos mellados, combinando en una sola tela varios aspectos del mismo objeto, muchas veces sin relación perceptible con la realidad visual. "No sólo tratamos de desplazar a la realidad, sino que la realidad ha dejado de ser el objeto", dijo en una ocasión. "La realidad está en el cuadro. Cuando el pintor cubista se dice: voy a pintar un cuenco, se lanza a hacerlo con plena conciencia de que el cuenco de la pintura no tiene nada que ver con el cuenco de la vida real. Y no queremos engañar al ojo. Queremos engañar a la mente".

  Este paso condujo al arte moderno, tal como lo conocemos hoy. Es una de las revoluciones más trascendentales que hayan ocurrido en la pintura desde el Renacimiento. Aunque Picasso no fue su único autor, fue su principal instigador y con la exuberancia y la espontaneidad que lo caracterizan, contribuyó más que cualquier otro artista a insuflar vida en la revolución artística.

  Prodigio geriátrico. Hace muchos años dijo Picasso que, para él, la buena vida consiste en "ser rico, pero comportarse como pobre". En realidad, su actual modo de vivir parece a quienes lo visitan una inverosímil componenda entre la holgura de un millonario y la austeridad de un siervo de la gleba. El único lujo de que realmente disfrutaba es la libertad de trabajar sin interrupciones, dondequiera que sea y en el momento que le venga en gana.

  La villa de Picasso en Mougins (Francia), cercana a Cannes, donde ha vivido los últimos diez años, es singularmente apropiada para sus costumbres. En su mayoría, las habitaciones, más que amuebladas, están condicionadas de modo que sirvan de estudios. Las mesas y sillas colocadas allí soportan rimeros de periódicos, libros, pinturas y montones de objetos heterogéneos que tiene a mano como referencia. Hay varios sirvientes, pero su presencia casi no se advierte. Su mujer, Jacqueline, está siempre cerca del pintor, cuando trabaja.

  La jornada de Picasso empieza por lo común a mediodía. En verano viste pantalones cortos y sandalias; en invierno, pantalones arrugados y suéter. Al contrario de muchos pintores que gustan de trabajar en la luz, más uniforme, que se filtra por ventanas orientadas al norte, Picasso pinta en una gran variedad de condiciones de luz, e incluso de noche, en un cuarto alumbrado por una o varias bombillas sin pantalla. En vez de usar paleta, mezcla y ensaya sus colores sobre una hoja del diario o un trozo de cartón. Si el trabajo procede bien, continúa hasta las 2 ó 3 de la mañana.

   A Picasso le divierten e interesan los animales, y en la villa hay siempre un par de perros. Pero sólo un grupo muy selecto de parientes y amigos puede visitar la casa. Entre los privilegiados figuran el comerciante de obras de arte Daniel Henry Kahnweiler, a quien Picasso conoce desde 1907, y la cuñada de éste, Louise Leiris. Compran virtualmente todos los cuadros que Picasso quiere vender, y después los ceden, racionados, a otros comerciantes y coleccionistas particulares, a un ritmo calculado para mantener altos los precios sin suspender enteramente la oferta.

  El oráculo. De vez en cuando Picasso aplica a su propio arte sentencias que resuenan como el oráculo. A los críticos que se quejan de que su pintura es difícil de entender, les contestó: "No leo el inglés, y para mí un libro en ese idioma no dice nada. Pero eso no significa que el inglés no exista. ¿Por qué había de culpar a nadie, sino a mí mismo, de no entender lo que no conozco?"
Y sin embargo, la virtud esencial de la pintura estaba antes en que constituía un lenguaje universal, inteligible para todos sus espectadores. La reacción ante los viejos maestros como Miguel Ángel, Rembrandt y Velásquez era - y sigue siendo - una sensación instantánea de maravilla y deleite. Nadie tiene mayor conciencia de eso que Picasso mismo. Francoise Gilot, que con Carlton Lake escribió la historia de su vida con el maestro, pone en su boca estas palabras: "Siempre he pensado que la pintura debe despertar algo en el hombre no habituado a contemplarla. En su gran mayoría, la gente carece de espíritu de creación o invención. De manera que, ¿cómo se podría enseñarle algo nuevo? Mezclando lo que conocen las personas con lo que no conocen. Entonces dicen: Ah, ya conozco eso. Y eso es sólo un paso hacia el ya lo conozco todo. Así lanzan la mente hacia lo desconocido y acrecientan sus poderes de comprensión".

  Picasso expresa con igual énfasis sus opiniones sobre las mujeres y la política. Aunque ha compartido la vida con toda una serie de atractivas compañeras, una de ellas dice que en general considera a las mujeres como "diosas o felpudos", según su humor del momento. Cuando el gobierno republicano de España (su patria de nacimiento), atacado entonces en la guerra civil de Franco, le pidió una pintura para el pabellón español en la Feria Mundial de París, de 1937, respondió con la composición titulada Guernica (nombre del pueblo vasco bombardeado). Era una enorme tela cubierta de imágenes que expresan la agonía y la destrucción de la guerra fratricida, y que algunos críticos consideran su obra maestra.

  En 1944 causó sensación en todo el mundo al afiliarse al partido comunista. Pero suponer por esto que Picasso se haya sometido alguna vez a la disciplina del partido -o que haya tratado siquiera de averiguar lo que eso significa - sería un error. Cuando en 1948 se le acosó hasta obligarlo a asistir al "Congreso de la Paz" organizado por los comunistas en Wroclaw (Polonia) soportó el tedio de las sesiones hasta que un delegado ruso, en una cena, le reprochó que pintara en un estilo decadente y burgués. Picasso respondió diciendo que no tenía por costumbre  tomar lecciones de pintura de ignorantes títeres de algún partido, con lo que convirtió la cena en una riña general.

  "Yo, el Rey". A Picasso nunca le ha faltado confianza en sí mismo. Fue el primogénito y único varón de unos padres que lo adoraron. Su padre, don José Ruiz, era un pintor académico sumamente capaz, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Además de dar a su hijo un inapreciable adiestramiento básico en las técnicas del oficio, don José permitía que el joven Pablo le ayudara con sus pinturas profesionales. Cuando Pablo cumplió 12 años, su padre le cedió la paleta, en simbólico reconocimiento de la superioridad del hijo.

  El ingreso en la clase superior de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona dependía de los resultados de un examen consistente en un dibujo del natural que los aspirantes debían terminar en un mes. Pablo aprobó el examen con los máximos honores en un solo día, y dos años más tarde, cuando tenía 16, realizó la misma hazaña para ser admitido en la Real Academia de San Fernando, en Madrid. Al cumplir los 19 años, Pablo - que entonces decidió usar el apellido de soltera de su madre, porque era menos común - estaba listo para emigrar a París. La confianza que ya entonces tenía en sí mismo se refleja en un autorretrato de la época. En la frente se lee (no una, sino tres veces) la frase: "Yo, el Rey".

  El París de fin de siglo era una ciudad que hervía de impulsos creadores, sobre todo en el campo de la pintura. Picasso, joven atractivo, de insaciables ojos negros, que compensaba su corta estatura (aproximadamente 1,63 m.) con una explosiva vitalidad y un ingenio mordaz, se lanzó gozoso al tumulto, como si lo hubieran forjado para su personal regocijo. Esto significaba vivir en un destartalado edificio de viviendas, construido de madera en Montmartre, centro del hervidero artístico de París. Su estudio se convirtió en centro de reunión de jóvenes pintores y escritores.

  La prodigiosa habilidad de Picasso como dibujante le permitió absorber con rapidez las innovaciones aportadas a la pintura por los vanguardistas de los decenios anteriores: Corot, Van Gogh, Gauguin, Cézanne. En 1906 empezaba a ganar reputación -y un modesto pasar- como autor de pinturas de payasos melancólicos y famélicos personajes urbanos. (Estos cuadros fueron las obras de sus períodos azul y rosa, denominados así por los colores predominantes en los lienzos). Pero Picasso debe su eminencia artística a una contribución que puede centrarse en un solo cuadro, ejecutado en la primavera de 1907, conocido en la actualidad como Les Demoiselles d´Avignon (Las señoritas de Aviñón). En él introdujo el estilo cubista, que habría de convertirse en la máxima expresión estética de la época. (Siempre cambiante, Picasso mismo probó pronto otros estilos sucesivos de pintura.)

  Una ley en sí mismo. Las primeras reacciones a Les Demoiselles entre la mayoría de los críticos, comerciantes y pintores que vieron el cuadro en el estudio de Picasso fueron francamente desfavorables. Sin embargo, unos pocos -sobre todo el crítico Wilhelm Uhde, Daniel Henry Kahnweiler y el pintor Georges Braque- advirtieron interesantes posibilidades en la nueva visión, enderezada más al intelecto que a los sentidos. A fines de la primera guerra mundial el cubismo se había convertido en la escuela pictórica dominante.

  Años más tarde Picasso resumía así su evolución artística: "A los doce años sabía dibujar como Rafael, pero necesité toda una vida para aprender a pintar como un niño". Después de haber sobrevivido a la mayoría de sus contemporáneos por dos épocas extraordinariamente fecundas -con lo que se convirtió en una maravilla de longevidad y maestría-, ha acumulado un acopio de educación que lo situó en un nicho donde se yergue solo.

  La verdad simple y llana es que a los 90 años Picasso sigue siendo, por lo que se refiere a su persona, tan monárquico como a los 19. Y quizá no tanto porque se considere el rey de los pintores, sino más bien porque, aparte de considerarse como su propio pintor de corte, se erige a sí mismo en ley. Tal vez por eso conserva tantos lienzos suyos, pues ha dicho de sus últimos trabajos: "Lo que importa es hacerlos, hacerlos, hacerlos".

  Cualquiera que sea el rumbo que tome el arte futuro, la directriz habrá sido sin duda, en gran parte, fruto de la vitalidad, el virtuosismo y la implacable energía de Pablo Picasso.
                                 -- Noel BUSCH
SELECCIONES del Reader´s Digest. Septiembre de 1972.

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