miércoles, 7 de marzo de 2012

BERNINI, EL INCOMPARABLE. Por Ernest HAUSER.

Su vida es el triunfo del cincel sobre la piedra,
del espíritu sobre la materia.
                                                    POCOS HOMBRES han marcado tan profundamente en el tiempo la huella de su paso como Gian Lorenzo Bernini, "soberano del arte". Escultor, arquitecto, pintor, escritor y hombre de teatro, fue reconocido como el genio más grande y cabal que su país produjo desde Miguel Cngel. Lo mismo que Miguel Ángel, Bernini trataba con príncipes, reyes y papas como con iguales, pero, a diferencia del adusto y solitario gigante, Bernini era comunicativo y sociable, y tuvo tanta fortuna en su vida personal como en el reino de su inspiración.
   Roma resplandece con sus obras. Algunos de los lugares m!s célebres de la Ciudad Eterna, tales como la Plaza de San Pedro y la Fuente de los Cuatro Ríos, son creaciones originales suyas. Más todavía, toda aquella embrujadora combinación de majestad y fantasía que, año tras año, deleita a incontables muchedumbres de turistas, no sugiere sino un nombre: Bernini.
  Al romper con los cánones clásicos del Renacimiento, Bernini se convirtió en el más exuberante exponente de ese estilo libérrimo y explosivo que conocemos como el barroco. "Siempre que comienzo una nueva obra", dijo una vez a un amigo, "siento como si penetrara en un jardín de deleites". Las maravillas que creó irradian ese júbilo. Sus retozonas fuentes de mármol, desparramadas por toda Roma, son islotes de encanto en una ciudad laboriosa. Sus esculturas parecen respirar. Sentimos que hubiera bastado un toque más del mágico cincel de Gian Lorenzo  para lanzarlas danzando por el espacio.
  En su persona, el maestro, según nos muestran retratos hechos por él mismo y por otras manos, tenía la apariencia de un salvaje de pura sangre que apenas soportaba los arreos de la civilización. Era de estatura mediana, cabello negro, piel oscura y ojos negros y penetrantes de los que nada escapaba. Todos los que lo conocieron hablan de su intenso atractivo y de cómo no podían menos de "enamorarse de él", simplemente.
  Nacido en Nápoles en 1598, Bernini era un artista hecho y derecho a la edad de diez años, cuando su padre, renombrado escultor, se mudó con la familia a Roma, donde debía realizar varios encargos del papa Paulo V. Al oír hablar de la extraordinaria capacidad del niño el pontífice hizo que llevaran a su presencia al prodigio y le ordenó que le dibujara la cabeza de su santo patrón, el apóstol Pablo. El niño produjo una obra magistral y el asombrado papa se dirigió al cardenal Maffeo Barberini, protector de las artes, para pedirle que cuidara de la educación artística de aquel "nuevo Miguel Ángel". La selección del tutor había de ser providencial: andando el tiempo, el cardenal Barberini se convertiría en el papa Urbano VIII.
  Durante tres laboriosos años, el diligente muchacho se dedicó día tras día, del alba al oscurecer, a dibujar las estatuas de mármol de las colecciones papales. Durante algunos años más ayudó a su padre a hacer sus esculturas.
  El primer encargo de importancia se lo dio el cardenal Scipio Borghese, sobrino del papa Paulo V, quien le pidió que labrara una serie de grandes estatuas de mármol para su villa. Estas esculturas, que se exhiben en el Museo Borghese, de Roma, aunque producto de un artista que aún no había cumplido los 25 años, se cuentan entre los más célebres tesoros artísticos de Italia. Todas las figuras parecen captadas en plena actividad violenta, y la gélida piedra se diría carne vibrante, con tensos músculos y pulso que palpitan bajo una piel lisa y tersa. 
  Esas estatuas hicieron famoso a Bernini. Aseguraban los críticos de su tiempo que nadie había hecho jamás nada igual con el mármol. Dondequiera que el joven aparecía, lo recibían con aplausos. Los ricos y los poderosos lo colmaban de favores. El papa Gregorio XV, sucesor de Paulo, el encargó tres retratos de busto condecoró a Gian Lorenzo con la codiciada Orden de Cristo. A partir de ese momento se le conoció por toda Europa como "el Cavaliere Bernini".
  Cuando, terminado el breve pontificado de Gregorio, ascendió al trono de San Pedro el protector del artista, Barberini, uno de sus primeros actos fue llamar a Gian Lorenzo. "Cavaliere", le dijo sonriendo, "tenéis la fortuna de vernos Papa". Pero nos somos afortunado, porque Bernini vive durante nuestro papado". Y entonces aquellos dos hombres, ambos extraordinariamente dotados, que compartían el mismo amor por lo grandioso, empezaron a trabajar de consuno para asombrar al mundo.
  El primer fruto de su feliz asociación fue el baldaquín de bronce que se alza sobre el lugar donde se supone que está la tumba de San Pedro, bajo la poderosa cúpula de la basílica del apóstol. Como habría de señalar el centro mismo de la fe católica, la obra tenía que ser a la vez majestuosa e inspiradora. Bernini trabajó durante tres años, perfeccionando el diseño y preparando modelos pormenorizados en yeso. Para que el baldaquín quedara terminado, debían pasar otros seis años. Asalarió docenas de ayudantes, muchos de los cuales habían de seguir con él toda la vida. La obra acabada, que se vació bajo su escrupulosa vigilancia personal, era una estructura de 25 metros de altura, con un dosel ricamente decorado, apoyado en cuatro gigantescas columnas salomónicas. Aún en su posición original, el macizo monumento parece una obra delicada en el vasto interior del templo.
  La amistad entre el papa y el artista siguió siendo tan estrecha como cuando Urbano era cardenal. El Cavaliere entraba y salía de las habitaciones del Papa en el Vaticano sin necesidad de cita previa. Urbano, a su vez, visitaba a Gian Lorenzo -en cierta ocasión, con asombro de Roma, acompañado por una comitiva de 16 cardenales- para observar la marcha de los trabajos.
  -Cavaliere -solía decirle el Papa durante las visitas-, necesitáis alguien que os cuide. Una esposa velaría por vuestra paz y tranquilidad en los quehaceres.
  -¿Para qué fundar una familia? -contestaba Bernini- . Mis estatuas son mis hijos.
  Sin embargo, a la edad de 40 años aceptó el consejo del papa y contrajo matrimonio con Caterina Tezio, que tenía 22 años y estaba considerada como "la más bella muchacha de Roma". Tuvieron once hijos, nueve de los cuales llegaron a la edad adulta.
  En su calidad de arquitecto de San Pedro -título que habían tenido también Miguel Ángel y Rafael- , Bernini reinaba sobre una multitud de pintores, canteros y dibujantes. Tanto aumentó el volumen de sus tareas, públicas y privadas, que hubo de trasferir algunos de sus encargos a subcontratistas. Sin embargo, seguía planeando todas sus composiciones y casi siempre daba los últimos toques a las esculturas antes de entregarlas.
  Para Bernini, el arte era un soplo de inspiración divina. Cuando esculpía una estatua, trabajaba por lo común de seis a siete horas sin interrupción. Mientras se desplazaba sobre el andamiaje casi como en trance, un asistente del taller tenía que vigilarlo, no fuera a seguir andando en el vacío. Los canteros lo admiraban porque "nunca daba un golpe en falso".
  El fallecimiento del papa Urbano, en 1644, ocurrió en un mal momento de la vida de Bernini. Un campanario erigido por él en una esquina de San Pedro había causado grietas alarmantes en la fachada de la basílica y había tenido que ser demolido a toda prisa. Furioso, el nuevo papa, Inocencio X, quería despedirlo. Pero cuando vio el modelo que el artista había preparado para una fuente, exclamó: "No podemos prescindir de él".
  Esa obra, la Fuente de los Cuatro Ríos, de la plaza Navona, en Roma, muestra el genio de Gian Lorenzo en un aspecto juguetón. Sus arcos de roca, su armadillo, su caballo, su león y su palmera, todo tallado en piedra porosa, hacen las delicias de los niños de Roma que se arremolinan bulliciosos a todas horas en torno al monumental juguete. Tan pronto como hubo terminado de construirlo, Bernini y el Papa penetraron en el recinto que lo ocultaba, para darle un primer vistazo. Encantado ante el espectáculo de la fuente que manaba agua de sus innumerables hendiduras, dijo el pontífice al escultor: "¡Habéis añadido diez años a nuestra vida!"
  El vuelo de la imaginación berniniana daba vértigos a los artistas contemporáneos. Entre sus obras lo mismo figuraban la iglesia de san Andrés, en el Quirinal, que la colosal estructura, casi un risco, donde se aloja en la actualidad la Cámara de Diputados de Italia. Decoró una puerta de la ciudad, trabajó en un arsenal a la orilla del mar, colocó dos filas de ángeles azotados por el viento en un puente sobre el Tíber. Pero más de medio siglo el principal escenario de su actividad fue la Basílica de San Pedro, que enriqueció con sus más espléndidas obras.
  Entre una y otra tarea se las arreglaba para desempeñar el papel de representante oficial de la urbe en actos de bienvenida, así como para organizar mascaradas y desfiles. Escribía chispeantes obras de teatro que él mismo dirigía, representando todos los papeles en los ensayos.
  Distinguidos visitantes extranjeros, muchos de los cuales lo consideraban "el más grande de los europeos", pedían ser recibidos por él. Luis XIV, el Rey Sol, lo invitó a París, lo alojó en habitaciones principescas durante cinco meses y puso a su servicio una de sus propias carrozas. El busto de Luis XIV esculpido por Bernini, que se encuentra en el palacio de Versalles, quedó concluído en 13 sesiones, en un bloque de mármol -hazaña no poco notable para un hombre de 67 años- y debe considerarse entre los mejores retratos regios de todos los tiempos.
  De regreso en Roma, Bernini dedicó los años de su postrera madurez a terminar su más  grandioso proyecto artístico: la columnata de la Plaza de San Pedro. Fue la cumbre de su actividad. De forma ovalada, con un eje mayor de de 240 metros, el espacio abierto frente a la basílica está rodeado de pórticos cuádruples con un total de 372 columnas y pilastras. Bernini no sólo cuidó en persona el modelado de las gigantescas columnas, cada una de las cuales se labró  como si se tratara de una preciosa escultura, sino que él mismo dio forma a 96 de las 140 estatuas que decoran el techo. El maravilloso conjunto, que no conoce par en el mundo, tiene una función y un significado. Extendida al pie del palacio papal que se levanta a la derecha, la plaza fue diseñada para que se congregaran en ella enormes muchedumbres en espera de la bendición del Papa. Pero las columnatas gemelas, con su suave curvatura -según las propias palabras de Bernini- , simbolizan los brazos extendidos "con que la Iglesia maternalmente acoge a los fieles e infieles por igual".
  Faltaban nueve días para que Bernini cumpliera 82 años de vida cuando exhaló el último suspiro en su casa de Roma, rodeado de amigos y parientes. Europa entera lloró su pérdida, y hubo necesidad de aplazar el entierro para contentar a la multitud de extranjeros y romanos que deseaban participar en el cortejo fúnebre.
  Aparecerían otros artistas después de él, pero ninguno alcanzó el rango principesco que el mundo otorgó al Cavaliere Bernini. Su vida fue un triunfo sobre la piedra, del espíritu sobre la materia.-



  Me cupo la suerte de conocer estas obras y otras más por una gira inesperada en julio del año 2007 aprovechando la cercanía relativa de Roma y Alemania, propiamente Kassel a la que fuimos invitados por nuestro familiar Carlos Manuel Calderón y luego por Flor Marina Hurtado.


  Observamos, Yolanda y yo, fielmente los Recorridos de un buen turista bajo la guía de una conocedora y residente del lugar:
1° Recorrido: Coliseo Romano.
2° Recorrido: San Pablo Extramuros.
3° Recorrido: Santa María La Mayor.
4° Recorrido: San Juan de Letrán.
5° Recorrido: S. Maria in Trastévere.
6° Recorrido: Fuente de Trevi.
7° Recorrido: Panteón y Plaza Navona.
8° Recorrido: Catacumba de San Calixto.


    De yapa conocimos Asís. (Lo dedicamos todo un día).


Lo que más recuerdo es la suntuosa fuente de Roma: la Fontana de Trevi. Esta fuente es célebre no sólo por su agua excelente, sino también por la leyenda; en efecto, dice ésta que la persona que la bebe puede estar segura de que volverá a Roma. Es la fachada de un gran palacio, decorada con estatuas y bajorrelieves, colocadas sobre montones de rocas. El agua mana de la fuente por doquier. Fue Agripa quien trajo el agua "Vergine" a Roma, por medio de un acueducto. Esta fuente  es obra del arquitecto Salvi y fue decorada por artistas de la Escuela de Bernini. Se narra que los soldados de Agripa, hallándose en el campo en busca de agua, encontraron a una muchacha que les mostró el manantial de esta agua purísima, por lo que fue llamada "Vergine": el bajorrelieve a la derecha representa este acontecimiento.

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