Dios nos vende todos los bienes
a cambio de nuestro trabajo. EPICARMO.
LOS DEDOS de la mano son todos desiguales entre sí, pero cada cual tiene un papel que desempeñar y está hecho para "su" trabajo. Se parecen en aquello que los diferencia.
Si tomamos cinco individuos, uno será el índice. Otro el pulgar. Otro el meñique. ¿Podría el uno envidiar a los demás? ¿Qué ganaría con ello? Y si los envidia, ¿podría el pulgar convertirse en índice o en meñique?
En la vida social, donde las personas son simples falanges del destino que actúan movidas por las circunstancias, los cambios son más explicables. Con todo, si veis a un obrero que de la fábrica ha llegado hasta la universidad y en vez de fabricar suelas modela inteligencias, tened por seguro que no había nacido para lo primero.
Después de todo, un buen carpintero vale tanto como un buen filósofo.
Y, sin duda, el buen labrador vale más que el mal abogado. Mientras aquél cosecha la mejor hortaliza, contribuyendo a la dicha de la mesa, este otro nos amortajará de desgracias con un injusto pleito.
Y lo importante es saber aquello que uno puede hacer bien, y hacerlo lo mejor posible.
Da lo mismo, para el caso, el poeta eximio que el excelente tejedor; ambos contribuyen a hacer más agradable la vida, porque tan necesario nos es el verso que hinca nuestras sensaciones, como el paño que las suaviza.
Nuestro trabajo se cambia por trabajo. Este es el dinero con que se paga a la naturaleza. Y que los hombres honrados cambian entre sí.
¿Y el heredero que no trabajó nunca? -me diréis-. Busca en la amelga que usurpa la gaviota, al buey. ¡No le encontraréis lejos! Alguien habrá trabajado para que ella sacuda sus alas dichosas. Si no es el hijo de Juan, habrá sido el padre de Juan; si no es el padre de Juan, será el abuelo de Juan; si no es el abuelo de Juan, será el abuelo del abuelo de Juan.
El trabajo es el nombre más poético dado al esfuerzo, y el esfuerzo tiene la alegría salvaje de la lucha.
Trabajo es todo lo que vemos: el tintero, el edificio, la lámpara, el libro, la cafetera, el automóvil, formas distintas con que la misma ambición de triunfo se disfraza. En ellos la mano de Dios hizo mucho; la mano del hombre completó lo que faltaba.
Atrás de la esfera del reloj, especialmente por las noches, cuando las horas pasan más lentamente, se me hace ver la cara que yo imagino barbada de quien manufacturó las ruedas íntimas del tiempo -a ese escritor de mis horas-, y quiero agradecerle el regalo que me hiciera: unos pocos instantes tristes en medio de muchos días felices que sigo pasando con mi pluma.
Pero lo maravilloso no es el relojero y el escritor, sino la infinita cadena de colaboración tendida entre el hombre y la naturaleza a través de millares de hombres, cuyos rostros no conocemos, que están a nuestro servicio.
Uno depende de todos; todos de uno. Si lo supiéramos bien, la vanidad habría desaparecido de la tierra como un mal fruto, porque la vida depende -en este viaje de expreso- no del maquinista, ni del guardavías, ni del señalero, sino de aquel anónimo hombre que en un taller lejano de Glasgow puso toda su fe en un tornillo de dos milímetros.
¡Hagamos, pues, un tornillo de dos milímetros como si estuviéramos haciendo el mundo! Que a veces lo pequeño es lo verdaderamente grande en la vida. Como son casi siempre grandes, para bien o para mal, todos los actos ocultos.
Partiendo de tal idea, no hay tarea que denigre; no hay trabajo que aflija; no hay dedicación que no tenga en sí su estímulo. El cocinero de Voltaire no será para nosotros como Voltaire mismo, pero es probable que si Voltaire hubiera tenido que guisarse las viandas, "Pangloss" formara parte del menaje de cocina, pensado y perdido entre una y otra mondadura de papas.
Unos liman para que otros canten, pero es preciso reconocer que nadie puede aspirar a un bien que desea, si no hace una u otra cosa.
La cigarra y la hormiga tienen -según la fábula- dos inviernos diferentes. Aspiremos a calentar el nuestro con la previsión, sin pensar cómo lo hará el vecino, que al fin arden lo mismo el pino que el roble, sustituída la calidad por la cantidad en la rapsódica lengua de la hoguera.
Los antiguos creyeron en una liberal y pródiga largueza de la tierra. El "alma parens rerum ", con que la expresaron, viene de esa dadivosa creencia. Hoy sabemos que forcejea el árbol para costearse su vida; que la semilla desarrolla una enorme energía capaz de conservarse a través de miles de años -la misma que rompe el terrón -, que el lobo debe salir de caza y ganarse el sustento en noches terriblemente iluminadas por el hambre y ennegrecidas por sus gritos; que todos los seres trabajaban; que el hombre que no trabaja o que trabaja poco es el primero en ser desplazado y el primero también en sucumbir.
Fuera de que el trabajo es el mejor remedio para las enfermedades, las enfermedades se apoderan más pronto del hombre que ha entrado en "punto muerto". Busca en el trabajo la salud que anhelas, o el remedio que necesitas.
Gama profunda: lo biológico en la semilla, se hace instintivo en el animal y consciente en el hombre.
Lleva esa conciencia tan lejos como sea posible. Si lo consigues, puedes pedir la estrella. ¡La obtendrás!
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