"Delante de nosotros está siempre el infinito"
Saint HILAIRE.
jAMÁS frase alguna puede impresionarnos tanto. Al leerla corre por la imaginación cierto escalofrío. Es como si una estrella en la noche cayera sobre nosotros y nos aplastara.
Ella nos dice al mismo tiempo -con la voz celeste, sideral, del genio- que no debemos considerarnos ni suficientemente pequeños para no estimarnos, ni suficientemente grandes como para estimarnos demasiado.
Sobre todo, nos dice que debemos desconfiar de nuestra ciega confianza en lo que hemos hecho, y confiar, por la inmensa cifra de posibilidades, en lo que estamos haciendo.
Ante esta noción, todos los apoyos fracasan, el alma tiembla, la frente se vuelve más humilde en su búsqueda de la verdad.
Océanos de luz, abismos de tinieblas están más allá del cielo más alto; océanos de luz y abismos de tinieblas hay más acá del cielo más bajo: sobre la tierra y en el corazón humano.¡Lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, que diría Pascal!
Pero si la matemática misma fracasa en sus exposiciones; si los telescopios más poderosos llegan a escudriñar apenas una distancia no mayor de un millón de años luz y más allá continúa el espacio, ¿cómo medir, en cifras, la infinitud del espíritu y registrar sus prodigiosas distancias?
El que tiene el infinito frente a sí -como en realidad lo está- , sabe que cuenta con infinito número de recursos, con infinito número de obstáculos, con infinito número de alientos para caer y proseguir su loca carrera a través del infinito espacio de su esperanza que le dice: "¡Más allá" "¡Más alto!" "¡Más aún!" "¡Más allá, donde aquello que acaba comienza!"
Criado en el campo, mi mundo -perdonadme que lo llame así- era mi casa rústica; después el pueblito amplió sus márgenes y la ciudad las derribó del todo.
A medida que cambiaba de lugar, vivía y estudiaba: agrandaba la edad e iba poco a poco, también, agrandando mi ignorancia: una ignorancia que después de haberme dado a conocer cierta ciencia práctica y limitada de la vida, preguntaba: "...¿Y luego?, hasta que el pensamiento silenciaba sus respuestas cada vez más tardías, para preguntas cada vez más frecuentes.
De ahí que pronto concebí una matemática para la ambición y la voluntad. La primera crece en progresión geométrica; la segunda en progresión aritmética. La una son los caballos; la otra el carro por el camino de los años que la memoria va envolviendo con su rosada polvareda. Pero resignémonos a esa suerte. ¿Qué sería de nosotros, en un mundo limitado, de verdades limitadas y de interrogaciones también limitadas? Sabríamos más de la vida, es cierto. ¡Ventajosísima cosa! Pero también sabríamos más de la muerte. Y ¿qué haríamos con ello? Probablemente echarnos a dormir sobre la infancia, en un presente puro, en un presente ya muerto, sin tener para consuelo ese bálsamo: "¡Mañana!".
Quien se conforme con lo que es, no podrá ser lo que quiere ser. Y el querer ser es el ámbito en que se mueve el idealismo: ese infinito de las personas.-
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