MAR. Ancho, inmenso, de aguas nunca quietas, sino movidas siempre y con un rítmico canturrear. Llegamos a ti con ávido espíritu de paz; silenciosamente te contemplamos.
Aprehenderte es nuestra ansiedad, captar la lección muda que nos das.
Tus aguas a ratos parecen quieta masa gris o azul; en otros, claro espejo propicio para mirar el llanto turbio que a los ojos asoma, ante el asombro de lo inmenso y profundo de tus aguas, comparables al dolor.
La playa, arena caliente, cual lecho enorme que grita soledad y que, sin embargo, allí está, generosa, invitándonos a soñar, dormir, casi morir. No; mejor sufrir, agonizar, amando hasta el final.
Brisa juguetona, cargada de esperanza que se respira con fruición. El ulular que traes dice: vida, vibración, amor. Los ojos contemplan el extenso mar, y el alma quisiera desentrañar el misterio que éste guarda.
¡Quién pudiera captar la lección muda que da el mar!
Mar, ¿eres agua, vida?, ¿playa, mundo?, ¿roca, voluntad? No lo sé. Te siento. Soy y quisiera darme a ti, entregarme amplia y serenamente; llegar con mi soledad. Sin risa, porque ésta se apagó; sin llanto, porque ya está seco, pero con enorme e inquebrantable fe.
Ola, naces gigante, oscura a veces, pero casi siempre con una aureola de blanco encaje y espuma, de enternecedora y sorprendente suavidad, que envuelven a las Ondinas que, confiadas y juguetonas, se dejan atrapar en tu seno.
Ola, llegas voluptuosamente a la ocre y ardiente arena que, yerta, espera tu beso refrescante, capaz de hacerla vivir o revivir para servir de refugio a quienes ven en ti, flujo y reflujo, movimiento, ansiedad de ser, no sólo de estar.
Ola, tú que llegas susurrando una ignota canción, estampas un místico beso y te deshaces.
Ola, agonizas. El viento se lleva tu gemido, y el ancho y avaro mar te vuelve a recoger. Dolor que estarás siempre clavado, aunque oculto en el alma del ser.
Ha muerto la ola entre la arena que la quiso aprisionar. El mar se torna generoso y nuevamente invita a amar. Amor.
Una ola más hermosa vuelve a renacer y, cual voluble mariposa, retorna con la playa a coquetear.
He allí el misterio de las olas del mar: nacer para morir, morir para nacer; misterio que se renueva sin cesar. Así, las almas generosas olvidan que las ofenden y sólo recuerdan que deben perdonar, para volver a amar.
Alma, vive cual el mar; espera cual la playa. Si te hieren, agoniza, no mueras; y en muriendo, yérguete como una roca para que te bañe la ola encrespada. Sé roca altiva, no reclames besos, no implores brazo acogedor; solamente pide comprensión. Indiferente, recibe sol, frío, humedad.
Eso sí, procura siempre estar sin dejar de ser, lo que debes ser.
Alma, no olvides la lección muda que te da el mar; aseméjate a las olas, gigantes o pequeñas, tiernas o arrebatadas, pero siempre olas. Con alegría o dolor, vibra ante eso que se llama Amor.
--María Julia LUNA TIRADO DE CIUDAD.
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