REFLEXIONES ÍNTIMAS.
FRÍA LA NOCHE. El alma ausculta, y en medio del silencio, espera algo que nunca llegará: la alegría cascabelera que se tornó fugaz, imperceptible, y que se fue así, en silencio, hasta asemejarse a la noche: sorda, muda y queda.
Silencio, es el lenguaje de un mirar profundo, donde se adivina el dolor, dolor callado, rodeado de un misterio que no aterra, pero que invita a meditar.
¿Tiene el silencio voz? No lo sé, pero dentro de él hay algo que habla en murmullo o en grito seco, apagado. Habla, aunque sin palabras, enviándonos su mensaje y su sentir hondo y profundo.
Silencio que dice: Calla, ten coraje, tu dolor es tuyo; ve en él un tesoro, riqueza que sólo tú puedes disponer y disfrutar.
Sé avara con él. Es riqueza espiritual en una dimensión desconocida, ignorada. Disfrútalo tú solo, deleitándote en cada instante sublime e inundado de fe.
Silencio, para medir lo hondo, lo grande, lo profundo del ser.
Silencio, para ahogar la maldad de los que, aún queriéndolos, hieren sin piedad, lo que los hace y nos hace infelices.
Silencio, para guardar el recuerdo de la ilusión volandera, para elevar un
réquiem profundo por ese amor que, aunque intentaron matarlo, no murió.
Silencio, para expresar la fidelidad de ese cariño puro, sin ilusión, pero con sinceridad y gratitud, que siente el alma que ha sufrido, y que la vida la hizo madurar a fuerza de dolor.
Silencio, para ver cuando la mujer madre, agigantada en su ternura y en su sacrificio, lleva al niño en su regazo, luego, de la mano, le muestra la vida; y más tarde, marchan juntos por el sendero hacia la conquista de la libertad.
Silencio, no sólo ante el grito alegre o angustioso de la vida, para poder sentir su intensidad al decirnos suave y dulcemente: Vida, Amor, Paz.-
-- María Julia LUNA TIRADO.
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