"OBRAR ES FÁCIL; pensar difícil; obrar de acuerdo con lo pensado, incómodo". Así Goethe en su "Wilhelm Meister", asentando una enorme verdad, porque estamos cansados de ver quiénes obran sin pensar y quiénes piensan sin obrar. Los unos son espíritus prácticos y los otros utópicos. Aquéllos, poseídos de un simple afán acomodaticio, resbalan por las pendientes de la moral hacia los hondones de la vida vulgar, sin ofrecer resistencia a los errores de la época, con cuyos cómplices celebran alianzas; estos otros, tienen sueños pero no los examinan, protestan pero no se sacrifican en sus cargos contra los vicios; viven en un mundo superior de perfecciones que los subyuga, pero no descienden al valle humano porque el polvo los asquea e irrita.
Si llamamos materialistas a los primeros, ¿podremos llamar a los segundos idealistas? No.; el idealismo no consiste en poblar de ilusiones la cabeza; consiste en descubrir una realidad en nuestros sueños y trabajar por ella para que algún día el sueño se convierta en realidad.
Mucho más cobarde parece el espiritualista que habiendo entrevisto un mundo ideal, reniega la misión de predicarlo entre los hombres, por el temor de verse befado o incomprendido, que el materialista, víctima de los sentidos que lo tienen aprisionado o de la debilidad que lo esclaviza.
Amamos la vida -el más preciado de los bienes- pero no todos la aman de la misma manera. Unos la aman en lo que tiene de bestial: en cuanto a sus goces puramente carnales, para dormir, beber y regalarse con sus ofrecimientos; otros la aman por lo que ella significa para el logro de magníficas conquistas.
¡Egoísmo y altruísmo! Mientras el egoísta sólo se aprecia a sí mismo y por consecuencia sólo concibe a la vida con un interés particular, el altruista la celebra como regalo para los otros. Es en la legión de los altruistas donde el idealismo encuentra a sus héroes: filántropos, reformadores, sabios, artistas, músicos, gentes todas que aportarán un poco de belleza al cansancio del mundo, que lo afiebrarán de nobles inquietudes, que lo guiarán hacia los nobles horizontes, porque han tenido una concepción superior de la vida.
El ideal no es un absurdo. Tiene su lógica. Es una realidad en potencia; es lo que queremos que sea y no hemos logrado, pero cuya arquitectura entrevemos magnífica, porque todo -lo real y lo irreal- está en el hombre "sub especie aeternitatis" a la espera de que le demos la forma de nuestras ambiciones.
El idealista posee, a menudo, el perfil de los disconformes, pero ¿quién podría aceptar o tolerar la ramplonería, el fraude, la licencia, la mediocridad, la defección, el atraso, el robo? No; si no es cordura, conformismo o indiferencia, lo que necesitamos. Lo que necesitamos es un poco de locura, de esa sagrada locura que desoiga la voz de los intereses, el consejo de los cobardes y la resignación de los torpes para ver, por encima de la estepa uniforme del pensamiento vulgar, aquellos signos que nadie observa y que son como guiñadas del más allá.-
-- Alberto CASAL CASTEL.
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