Uno de los mayores problemas de la economía italiana ha sido el ausentismo al trabajo; en el resto del mundo, se está haciendo cada vez más agudo. Afecta menos al empleado de oficinas que al obrero industrial. Es sólo hoy que los teorizantes sociales y sicólogos han comenzado a estudiar sus causas. Hace unas cuantas décadas que Adler dijo creer que los tres problemas principales de la vida eran el vecino, el sexo opuesto y el tiempo en que se vive. El calavera y el millonario tienen que “matar el tiempo” mientras que el obrero en un trabajo agobiante no sólo ha de matarlo al cesar su trabajo sino durante él. El tiempo es el peor enemigo del hombre moderno, fuente de su neuroticismo, que tiene que ser calmado con música, ahogado en licor, embotado con drogas y olvidado con píldoras para dormir. El temor a levantarse por las mañanas para hacer frente al día, las largas vigilias frente a la pantalla de la televisión, los alaridos de una música embravecida son tan sólo unos cuantos de los síntomas de una nueva enfermedad: cronofobia, o temor al presente o temor al presente o tiempos que corren.
Así como el aire que respiramos está
contaminado, así también la vida se ha contemporanizado. Aún ir y volver en
busca de pan en nuestras ciudades se ha convertido en un Moloch devorador del
tiempo. Karl Marx acostumbraba a decir que el problema del asalariado bajo el
capitalismo era que el trabajador perdía plusvalía; es decir, que el
capitalista derivaba ganancias del trabajo, que era la único que daba valor al
producto. Esto es incierto pero, de cualquier forma, ha dado lugar a un
fenómeno actual mucho más complejo: cómo “matar” el tiempo. La misma palabra
“matar” sugiere que es un formidable enemigo y que nada menos que su
destrucción es deseable.
Una de las causas principales del hastío con
el tiempo es que hoy el hombre no es ya dueño de las herramientas con que
trabaja. El que cuida de su jardín, cuando ha terminado con tuercas y tornillos
en una fábrica, experimenta una alegría que no siente cuando se está ganando el
pan. La esposa con sus equipos de cocina se siente más feliz que el capataz con
sus poleas y catalinas que pertenecen a la General Motors. Puede muy bien ser
que la multiplicidad de las huelgas industriales se deba menos a los bajos
salarios que a la irritación causada por el aburrimiento, la repetición y la
ausencia de disfrute en el trabajo. “Mejor depender de la caridad pública”
puede muy bien ser una protesta inconsciente contra el sistema que lo priva a
uno de la estimación de sí mismo en el moderno asalto masivo contra la dignidad
humana.
Siempre surge el resentimiento frente a todo
esfuerzo por inferiorizar el sentido profundo de la valía personal. No en balde
tanta gente joven opta por el arte; tiene sus propios pinceles, colores y
lienzos. Puede que no gane ni la décima parte de lo que gana un obrero
agremiado, pero posee el sentido de ser libre. Aquí está oculto el remedio para
la neurosis que se origina del diario bregar, es decir, el cultivo de alguna
afición personal o “hobby” en que uno utiliza sus propias herramientas, sea en
carpintería, artes plásticas o cocina en general. Con lo altas que están las
cuentas de plomeros, electricistas y carpinteros, puede que los esposos se vean
obligados a tener sus propias herramientas y aprender cómo usarlas no sólo para
reducir sus gastos sino también para curar la cronofobia.
Lo que ha complicado el problema del tiempo
es que la lectura, en vez de aliviar el hastío, lo ha intensificado. Los libros
de láminas estuvieron en un tiempo considerados sólo como para niños que
preguntaban: “¿Tiene muñequitos?”. Hoy los adultos sólo quieren ilustraciones y
deben sucederse las unas a las otras con una rapidez bien en exceso de aquella
con que se vuelven las hojas. En la lectura escoge uno los temas; en la televisión
los temas se imponen. La selección de lo que debe hacer con su tiempo está
mucho más limitada por los canales que en el caso de las bibliotecas. El lector
puede escoger sus propios instrumentos y determinar lo que debe meterse en la
mente, pero con la televisión el espectador tiene que trabajar con las
herramientas suministradas por los estudios.
Todo esto es superficial. La razón por la
cual el hombre moderno teme al tiempo es que no va a ninguna parte. Nada más
aburrido que un viaje sin destino; que un viaje sin puerto de arribo. Pero si
se da al tiempo un momento para decir “sí” o “no” al Amor Eterno, entonces
estará pleno de romance. La vida se convierte en aventura. Cada segundo, sea
alentador o doliente, se convierte en una especie de plegaria. Jamás cruzar de
nuevo este camino, da al camino dignidad. Como soy portador de mis propias
herramientas para hacerme el alma, es mucho más emocionante usar el tiempo que
matarlo.
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