Respiro a
Dios.
El cerro, como un novio,
se ha vestido
de flores sertanejas,
porque la
madre noche ha derramado
sus plácidas
vasijas
sobre el
programa cierto de noviembre.
El aire amanecido
--la brisa del profeta—
visita mis
pulmones.
¡Dios sea bienvenido!
El campo
huele auténtico
Olor de Dios
me llega.
El sol me
arropa, tibio,
la espalda
caminante, cerro y Carmelo arriba.
Las olas de los
montes que modeló Su Mano
cubren de paz
mis ojos vespertinos.
Escribo
“Paz”, sobre la arena húmeda,
sobre la
carne frágil de esta Tierra en combate.
Firma de paz,
el río, certifica el encuentro
y sigue su
camino hacia la mar lejana.
Un pájaro me
canta: “Bem-te-vi”.
¡Él, Él, me
ve, mejor que yo me veo!
Abro mi cruz,
mis brazos,
a todo lo que
venga.
Sé que
también me espera la jornada de Elías…
Pero ahora,
hermanos, respiro a Dios, lo huelo a campo abierto.
Y callo, bajo
el sol de su presencia,
como un niño
dormido.
Ahora Dios me
abraza enteramente.
En términos Kierkegaardianos diríamos que Casaldáliga escribe en "indicativo", mientras los demás escriben en "subjuntivo" o en "condicional": "quisiéramos" o "querríamos que algo "fuera" o "fuese", cuando en él "es" --y lo respalda con todo su vivir-- (José María Velarde, autor del Prólogo). Suerte que lo tenemos vivo en un rincón de Brasil.
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