sábado, 7 de abril de 2012

EL JESÚS DESCONOCIDO: Bruce BARTON.



SEGUNDA PARTE:
                                       Rasgos de ingenio:
                                                                             AUNQUE FÁCILMENTE podía rebatir una objeción, Jesús raras veces discutía. En algunas ocasiones demostró lo que se proponía con una sencilla pregunta..., una de las mejores armas del arsenal de la persuasión.

          Los fariseos le habían preparado una trampa. Un sábado, fiesta de guardar entre los judíos, buscaron a un hombre que tenía seca la mano derecha y lo dejaron en el Templo, por donde seguramente habría de pasar Jesús. Y estuvieron a la expectativa; acechando. Si lo curaba, habría quebrantado la Ley, que prohibía toda actividad el sábado. Jesús sospechó que le habían tendido un lazo, pero no se inmutó.

          -¡Levántate! -ordenó al pobre hombre.
          Los gazmoños se le acercaron. Ya se creían vencedores; habían tramado el ardid astutamente y su víctima estaba a punto de caer. Pero entonces la dulce mirada de Jesús se tornó severa, se le abultaron los músculos de la mandíbula, "los miró con ira" y les preguntó:
          -¿Es lícito en día de sábado hacer el bien, o hacer daño? ¿Salvarle la vida a un hombre, o quitársela?. Aguardó la respuesta. Mas ¿qué podían responder? Si decían que la Ley prohibía hacer el bien, su respuesta, repetida por toda la ciudad, desacreditaría a aquellos altivos defensores de la Ley. Los fariseos, que así lo comprendieron, no despegaron los labios y se retiraron, corridos.

          En los tres años que duró su vida pública, ni un momento dejó de ser dueño absoluto de la situación. Era accesible para todos: en la plaza del mercado, en el Templo o en las calles. Llegó a ser un entretenimiento entre los hombres agudos e incisivos medir con él su ingenio. Escribas y fariseos trataron de confundirlo y también lo intentó "cierto doctor de la ley". Todos salieron mal parados de la prueba, llenos de envidia y rencor... No pidieron con Él. Precisamente la semana anterior a la muerte de Jesús los fariseos y los herodianos reunieron una delegación de esclarecidos intelectuales y la enviaron a Jesús con un argumento que les parecía invencible. Empezaron lisonjéandolo; después de todo, no era más que un provinciano... y esperaban pillarlo desapercibido.

          -Maestro -le dijeron-, sabemos que eres veraz y que de la verdad no te apartan ni la autoridad ni la importancia de las personas, pues a todas tratas igual y de todos dices francamente lo que piensas, ya que recibes tus pensamientos directamente de Dios. Y bien, ¿es o no es lícito pagar tributo al César?

          Muy astutos aquellos caballeros. Si responde que no es lícito, pondrán la constancia de su respuesta en manos de Herodes antes de una hora, y lo prenderán por predicar la rebelión contra el poder romano. Si responde que sí es lícito, perderá la adhesión popular, ya que el pueblo odia a los romanos y elude el pago de impuestos siempre que puede.
          Jesús los miró con desprecio.
          -Prestadme una moneda -dijo. Y uno de sus oyentes sacó una del bolsillo y se la dio. Jesús la levantó en alto para que todos la viesen- . ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? -preguntó.

          Todos comenzaron a inquietarse. Los más perspicaces sospecharon que por ese camino se iba al despeñadero, mas no podían hacer otra cosa que responder:
          -De César.
          -Muy bien -continuó Jesús-. Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.

          Un nuevo fracaso de los mejores letrados de la ciudad;  otro motivo de risas para el pueblo, otra anécdota para contar en las tabernas, en el Templo, en el mercado... dondequiera que se reuniera la gente sencilla. Al describir a los vencidos interrogadores, tres de los Evangelios dicen: "Se quedaron maravillados ante Él". Y un poco más adelante: "Y nadie, después de eso, se atrevió a preguntarle nada". Todas las trampas se habían cerrado en las propias manos de quienes las tendieron. Ya no les quedaba más argumento a sus enemigos... que el último; el argumento que siempre equivale a la confesión del fracaso. Tenían la fuerza bruta de su lado. No podían hacer frente a sus razones, pero sí podían clavarlo en una cruz, y así lo hicieron.

          No a tiempo, sin embargo. No antes que terminara su obra. No antes de adiestrar y equipar una fuerza que llevaría adelante su obra con doble eficacia, por el mismo hecho de su muerte. Al prometerles obstáculos en vez de premios, logró templar el blando metal humano de sus discípulos hasta convertirlo en durísimo acero. Las enseñanzas del Maestro lograron su objetivo: "La sangre de los mártires fue la simiente de la Iglesia".
          La gran Idea prevaleció.

                                                     Maestro de la palabra
          VIVIÓ saludablemente y propagó la salud dondequiera que fue. Expresó con palabras de gran belleza los pensamientos más atrevidos y más elevados, concebidos por Él antes que por nadie. Pero también dio de comer al hambriento, consoló al triste, hizo andar al cojo y dio vista al ciego. Una niña a quien los médicos habían dado por muerta se sienta y sonríe cuando Él la toma de la mano. "Y divulgóse el suceso por todo aquel país", dicen las Escrituras, y no es extraño; lo conocían por sus obras. Solamente en una ocasión pronunció un discurso largo, que probablemente fue a menudo interrumpido con preguntas y debates.

          Uno de los versículos más reveladores para quienes quieran saber el secreto del poder de su palabra, es el siguiente: "Todas estas cosas dijo Jesús al pueblo en parábolas, sin las cuales no solía predicarle". Conocedor de las leyes y costumbres de la mente humana, les contaba cuentos, relatos que entrañaban profundas enseñanzas.

          Pudo decir, como otros maestros: "Cuando estéis entregados a vuestras ocupaciones, tened consideración con los otros viajeros que van por el camino de la vida; buscad a aquellos menos afortunados que vosotros, y ayudadlos cuando podáis".

          Pero no. En vez de eso prefirió pintar una llamativa escena: "Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, le cubrieron de heridas y se fueron, dejándole medio muerto..." Y todo el mundo sabe lo que aconteció. La parábola del Buen Samaritano condensa la filosofía cristiana en media docena de párrafos inolvidables. Las generalidades se hubieran olvidado muy pronto; mas la historia, basada en las diarias ocurrencias y necesidades humanas, vivirá eternamente.

          Tomemos al caso cualquiera de las parábolas, y encontramos el ejemplo perfecto de cómo debe presentarse una idea nueva. Siempre un vigoroso cuadro en la frase inicial; lenguaje enérgico y gráfico; y la intención tan clara que ni al más despreocupado se le puede escapar. Todo el que quiera conocer un poco más a Jesús debe estudiar sus parábolas, instruirse en su lenguaje y aprender a conocer los elementos de su fuerza. Cuando Jesús quiso explicar el más profundo misterio filosófico, los atributos de Dios, dijo: "Un rey dio un banquete e invitó a mucha gente. Dios es el rey y vosotros sois los invitados; el reino de los cielos es alegría... Es un banquete del que debemos gozar".

          Muchas nobles oraciones se han elevado al Trono de Dios... Largas e imponentes piezas oratorias. La única plegaria que Jesús recomendó públicamente fue la de un pobre publicano que exclamó: "Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador". Oración de diez palabras que Jesús consideró muy buena. La que Él enseñó a sus discípulos consta d poco más de 50 palabras. El Padre nuestro puede escribirse en el reverso de una tarjeta postal. Él dijo que contenía todo cuanto el hombre necesita decir, o Dios escuchar.

          Su lenguaje era maravillosamente sencillo. Es difícil encontrar en sus  enseñanzas una sola frase que un niño no pueda entender. Sus ejemplos fueron sacados de los más comunes acontecimientos de la vida: "Un sembrador salió a sembrar". "Cierto hombre tenía dos hijos". "Un hombre fabricó su casa sobre arena". "El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza".

         Jesús se valió de muy pocos adjetivos calificativos y los que usó son cortos. La mayoría de las palabras del Padre nuestro son de una y de dos sílabas. La sinceridad ilumina todas sus palabras. Fue su modo de entender a los hombres y la vida que llevó entre ellos lo que dio a sus palabras fuerza para transformar al mundo. Su vida y sus palabras son una misma cosa: se identifican.

          Las ideas que quiso dar al mundo fueron pocas, pero revolucionarias. "Dios es nuestro padre; Él se preocupa por el bienestar de cada uno de vosotros, más que cualquier padre terrenal podría preocuparse por sus hijos. ¡Su reino es de alegría! Su ley, el amor". Esto era lo que tenía que enseñar y era preciso hacerlo entender desde cualquier punto de vista. Por eso, en una de sus parábolas Dios es el pastor que busca la oveja extraviada; en otra, el padre que da la bienvenida al hijo pródigo; en otra más, el rey que perdona grandes sumas a sus deudores. Muchas narraciones, pero solamente una gran idea. Y como las parábolas eran inolvidables, sobrevivió la idea.-
Mañana: Tercera parte.

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