lunes, 9 de abril de 2012

EL JESÚS DESCONOCIDO: Bruce BARTON.


CUARTA PARTE:
                               El Señor
                                                        ASÍ LLEGAMOS  a las pruebas finales de la vida del hombre...¿De qué manera soporta la desilusión? ¿Cómo muere?

  Durante dos años pareció cierto que Jesús prevalecería. La gente se disputaba el honor de tenerlo como huésped; sus auditorios eran amistosos; todo marchaba a pedir de boca. Si leemos la historia con cuidado, notaremos que su tono y su porte eran más seguros; en momentos de exaltada comunión se sentía Hijo de Dios y capaz de levantar los corazones como ningún otro lo había hecho. "Yo soy el camino", exclamó, y pidió a sus amigos que se hicieran libres; que creyeran y se regocijaran más, y que esperaran más en Dios.

  Su palabra era convincente. Hasta los más indiferentes no podían menos de admirarlo. "Jamás ha hablado así ningún hombre", decían.

  Luego sobrevino el cambio.
  Su ciudad natal es la primera en volverse contra Él. Jesús de Nazaret lo llamaban, dándole así a modo de apellido el nombre de su patria chica. Él había sacado de la oscuridad el despreciado villorrio, y ahora, en el apogeo de su gloria, se disponía a volver allá. En esta visita, que sin duda había planeado con cierto entusiasmo, sólo encontró cinismo.

  En la sinagoga lo esperaba una multitud que cuchicheaba y estiraba el cuello. Él avanzó por entre el gentío, hasta el fondo del recinto, tomó el rollo Isaías, se volvió hacia los asistentes y comenzó a leer: "El espíritu del Señor reposó sobre mí: por lo cual me ha consagrado con su unción divina, y me ha enviado a evangelizar o dar buenas nuevas a los pobres; a curar a los que tienen el corazón contrito; a anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos vista; a soltar a los que están oprimidos.

  "A promulgar el año de las misericordias del Señor". (Lucas, 4,18)
  Después cerró el libro y dijo sencillamente: "La Escritura que acabáis de oír, hoy se ha cumplido".

  Hubo un silencio tenso en la sinagoga. "Y todos tenían fijos en Él los ojos". Él sabía  lo que pensaban: "Has podido causar revuelo en Cafarnaún, pero nosotros te conocemos. Tú no eres profeta; no eres más que el hijo de José, el carpintero... A nosotros no nos engañas". Querían una demostración; que hiciera algún prodigio como los que había realizado en otras partes. Pero Él sabía que ante las burlas y la presunción de la ignorancia se estrellarían los milagros.

  -Ningún profeta es bien recibido en su patria -les dijo, y se marchó, agobiado de tristeza.

  Entonces se desató la tormenta. Toda la envidia reprimida en aquellos pechos salió a la superficie. La muchedumbre vociferante siguió tras Él y lo empujó por la calle hasta el borde de un precipicio donde hubiera querido arrojarlo. Mas cuando Él se volvió y le hizo frente, la turbamulta retrocedió, amedrentada, impotente; y antes que tuviera tiempo de recobrarse, Jesús pasó "por medio de ellos" y siguió su camino. Desde entonces Cafarnaún fue "su ciudad". Nazaret, su propia cuna, se había negado a recibirlo.

   Sus hermanos lo abandonan. Los parientes cercanos de cualquier hombre grande que hayan compartido con él las prosaicas experiencias de la vida diaria deben de quedarse perplejos ante la reverencia que tal hombre inspira al mundo. Los hermanos de Jesús, testigos de su derrota, se quedaron atrás para sufrir la ignominia. Las mofas y el escarnio ya eran bastante, pero nada en comparación con los alarmantes relatos que llegaban de otras partes. Se decía que lanzaba arengas sediciosas; que lo encarcelarían a Él y a sus parientes. De ahí que su familia se esforzara para que se alejara lo más posible de su casa. Lo apremiaron a que se marchara, diciéndole que si realmente podía hacerlo lo que decía, el mejor sitio para adquirir fama era la capital.

  "Porque aun muchos de sus hermanos no creían en Él". (Juan, 7,5).
   El pueblo lo abandonó. La multitud lo aplaudió y ensalzó su nombre a orillas del lago cuando quiso hacerlo su rey a la fuerza, cuando Él se retiró a la montaña a meditar y a orar. Debió de ser dramático el momento en que reapareció. Les dijo en voz alta:
  -No he venido a restaurar el reino de Jerusalén. Mi misión es espiritual; yo soy el pan de la vida. He venido a darme a vosotros para que, conociéndome, conozcáis a vuestro Padre.

  Sus oyentes se quedaron atónitos. ¿No habían visto ellos los signos de que Él era el caudillo tan esperado, el que expulsaría a los romanos para restaurar el trono de David? Y cuando llegaba el momento propicio, cuando estaban dispuestos a marchar, ¿a qué venían esas necias palabras de que Él era "el pan de la vida"?

  Tales palabras eran un sacrilegio o un disparate. En todo caso, demostraban que era un caudillo sin vigor. Silenciosamente, la muchedumbre se fue dispersando, y después todos negaron que hubieran tenido nada que ver con Él.

  Habían vuelto las tornas. Jesús lo comprendió claramente y se propuso inculcar a sus doce apóstoles un alto sentido de las responsabilidades que les aguardaban. Temía "ir a Jerusalén", les dijo, y que allí "padeciese mucho de parte de los ancianos, de los escribas y de los sacerdotes... y que fuese muerto". Toda esperanza de revivir y regenerar la nación se había perdido. La única posibilidad de que siguiera ejerciendo una influencia permanente era unir estrechamente su pequeño grupo y sellar esa unión con su sangre.

                                    Tres escenas finales
  SU GRUPITO de amigos andaba todavía a tientas por lo que se refería a su misión y a sus propósitos cuando Jesús los llevó por última vez a Jerusalén, a celebrar la última cena.
  Esa postrera semana de su vida comenzó con triunfantes exclamaciones de "¡Hosanna!" y terminó con feroces gritos de "¡Crucifícalo!"

  Entre la primera mañana de triunfo y las últimas horas de mortal agonía ocurrieron sus más brillantes victorias verbales sobre sus oponentes; nunca estuvieron sus nervios más firmes, ni más alto su valor, ni más aguda su mente. Deliberadamente acumuló sobre sí una montaña de odios, sabiendo que lo aplastaría, pero resuelto a no dejar duda a las venideras generaciones acerca de la naturaleza de su doctrina, y del por qué de su muerte.

  Escena 1. En la noche fresca y tranquila del jueves, los doce se reunieron a tomar la última cena. Jesús sabía que se acercaba el fin. Sus parientes, sus paisanos de Nazaret y el pueblo en general le habían vuelto la espalda; sus enemigos estaban a punto de triunfar. Ya uno de sus propios discípulos había desertado para traicionarlo y aquella noche los soldados lo prenderían. Los sacerdotes y los fariseos aprovecharían la ocasión para mofarse de Él. Lo llevarían a empellones por las calles.

  Sabía que todo lo esperaba, y sin embargo, ¿cuál fue su actitud? Se irguió en su puesto. Levantó la cabeza y en un tono esplendoroso que todavía nos hace estremecer de admiración, el joven orgulloso que no había querido ser rey y que ahora iba a morir, habló así:"No se turbe vuestro corazón" (Juan 14,1) "Tened confianza; yo he vencido al mundo " .(Juan 16,33)
  ¡Nada hay en la historia tan majestuoso!

  Escena 2. Fueron al huerto donde tantas horas alegres habían pasado juntos. No era aún demasiado tarde para salvar la vida. Supongamos que hubiera dicho: "He comunicado el mensaje divino fielmente, pero en vano. Judas ha ido por los soldados; estarán aquí dentro de media hora. ¿Por qué he de quedarme para morir? Jericó está a sólo 29 kilómetros. Podríamos llegar a casa de nuestro amigo Zaqueo al amanecer, descansar allí mañana, cruzar luego el Jordán y seguir trabajando provechosamente el resto de nuestra vida. Los discípulos pueden pescar; yo puedo abrir un taller de carpintería y seguir enseñando en forma discreta. ¿Por qué no?"

  Todo eso era muy posible. Los dirigentes políticos de Jerusalén se habrían alegrado de deshacerse de Él en esa forma. Esa fue la última gran tentación, la decisiva, y Él la rechazó definitivamente. Cuando llegaron a un lugar apacible, Jesús se separó de sus once compañeros para pasar su última hora en íntima comunión con Dios, su Padre.

  Su espíritu sufría una desgarradora agonía. Era joven; tenía 33 años. Pidió a su Padre que apartara de sus labios aquel cáliz, que le diera tiempo para desvanecer los cargos de blasfemia y de maldad que sus enemigos habían acumulado sobre Él; tiempo para fortalecer el frágil ánimo de su reducido grupo, del cual dependía el porvenir de la doctrina que había venido a predicar. Oró en agonía, y cuando regresó, al poco rato, encontró dormidos a los apóstoles. Aun tan corta vigilia había resultado insuperable para aquellos espíritus endebles.

  Volvió a retirarse. El valor, que nunca lo había abandonado durante los últimos tres años, disipaba las sombras de su alma y templaba sus nervios. volvió a orar: "Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad".

  Regresó al lado de sus discípulos..., que dormían. Por tercera vez se apartó de ellos. Luego, con la tranquilidad y la calma del conquistador, ya podía prepararse para el fin. Era la victoria completa después de la batalla.

  Al reunirse con ellos esta vez, los despertó con la terrible noticia de que la hora crucial había sonado. Los soldados llegaban ya a la entrada del huerto. Desde lo alto de la colina donde estaba, Jesús podía ver sus antorchas al pasar el arroyo y alcanzar el sendero. Allí aguardó hasta que la patrulla irrumpió en su presencia.

  Entonces se puso en pie y dijo:
  -¿A quién buscáis?
  Desconcertados, temerosos, apenas pudieron pronunciar su nombre.
  -A Jesús Nazareno.
  -Yo soy.

  Tanta calma, tanta dignidad, era para ellos algo desconocido. Involuntariamente retrocedieron y algunos, por más que eran curtidos veteranos, "cayeron en tierra".
  -Ya os he dicho -repitió con calma_. Y en seguida, pensando en aquellos que habían compartido con Él sus triunfos y sus sacrificios, añadió -: Ahora bien, si me buscáis a mí, dejad ir a éstos.

  Mas en vano se preocupaba por la seguridad de los discípulos... porque ellos ya se habían puesto en salvo...  Los últimos desertores.

  -Primero sus paisanos,
  -después sus parientes,
  -después la muchedumbre,
  -finalmente, ellos, los once.

  Todos se habían ido. Lo habían dejado que afrontara solo su destino.

  Escena 3. En la cima de una desnuda colina, fuera de los muros de la ciudad, clavaron su cuerpo en la cruz. Dos ladrones fueron crucificados con Él. Todo había concluido. El populacho se hartó pronto de su venganza y se dispersó; sus amigos estaban escondidos; los soldados echaban a suertes sus vestiduras. No quedaba ninguna de aquellas manifestaciones exteriores que encienden la imaginación de los hombres. En verdad, ¿no era absoluta la victoria de sus enemigos?
  Y no obstante...
  La victoria duradera fue la suya. "El hombre que pierda la vida por amor mío", dijo Jesús, "la volverá a hallar".
CONDENSADO DEL LIBRO DE BRUCE BARTON.

3 comentarios:

  1. magnifico, nadie puede describir mejor a Jesús,
    es como si la persona que escribió el libro hubiera estado presente durante estos acontecimientos.
    josemelot64@gmail.com

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  2. Maravillosamente descrito ese Jesús Divino; Mi Dios, Mi Señor, Mi Luz Mi Guia, Mi Pastor!!!!!!!!!!!

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  3. A Javier le hice llegar mi agradecimiento, felicitándole por su dedicación de sacar el mejor provecho de su buena lectura, que en sí, es un arte.
    Lo mismo puedo decir a Atala, resaltando los atributos de quien se describe. Gracias.

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