La iglesia más grande de la cristiandad. Iniciada en el siglo XVI, bajo el pontificado de Julio II, ocupa un área de 40,000 metros cuadrados y recibe más de diez millones de visitantes al año.
ENTRAMOS en la más noble piazza de Roma, caemos en el brazo imponente doble hilera de columnas y recibimos una leve salpicadura de los dos grandes surtidores que suben muy alto a la luz del sol. Ascendemos por anchos y cómodos escalones, atravesamos el sombreado pórtico y penetramos en San Pedro. Muy probablemente nos detenemos, un tanto desilusionados, pensando: "Al fin y al cabo, no es tan grande!"
Entonces reanudamos la marcha. Esos joviales querubines que sostienen las pilas de agua bendita parecen delicadamente pequeños... hasta que llegamos a ellos y descubrimos que son más grandes que nosotros. Aquella paloma esculpida a lo lejos es en realidad del tamaño de un pavo, por lo menos. La imagen de este santo tiene más de tres veces nuestra estatura; aquel cañón de pluma de ave que San Mateo tiene en la mano, en ademán de escribir, mide cerca de dos metros de largo.
Ahora nos percatamos de la realidad: indudablemente todo aquí es de grandes dimensiones, pero está tan perfectamente proporcionado que produce en nosotros la impresión de ser de menor tamaño. San Pedro es realmente la más grande, con muchísima diferencia, de todas las iglesias cristiana de la tierra.
En el piso de la nave, tachonado de mármol, hay incrustadas tiras de bronce con explicaciones en latín que demuestran lo cortas que son alguna de las otras grandes iglesias del mundo comparadas con San Pedro, que tiene cerca de 200 metros de largo. Por fantástico que parezca, la que sigue a esta longitud, San Pablo, de Londres, con 157 metros, cabría transversalmente en la nave norte sur de San Pedro.
Con su sacristía y su pórtico, San Pedro abarca una extensión aproximada de 40,000 metros cuadrados, equivalente a seis campos de fútbol. Sin contar otros centenares que hay fuera, el interior del templo tiene 499 grandes columnas, además de 439 enormes estatuas y más de 40 altares separados, entre ellos el altar mayor, donde normalmente sólo puede celebrar misa el Papa.
Tiene diez cúpulas además de "La cúpula" por antonomasia; la gran burbuja de piedra que parece flotar en las nubes. La punta de la fulgurante cruz en que culmina está a la altura de un edificio de 35 pisos. Esta cúpula -la última gran obra de Miguel Ángel- parece ligera y etérea, pero los matemáticos han calculado su peso en unas 50,000 toneladas.
Algunos romanos todavía llaman a San Pedro la "nueva" basílica, porque hasta 1506 ocupaba su sitio otra gran iglesia llamada igualmente San Pedro. La había erigido el primer emperador cristiano, Constantino, y había sido consagrada en el año 326 y venerada durante cerca de 1200 años... hasta que el papa Julio II escandalizó a la cristiandad al ordenar su demolición completa con el fin de dejar espacio para una nueva basílica. No servía para ello ningún lugar más que aquel. Por tradición casi tan antigua como el cristianismo, es el lugar exacto donde quedó sepultado San Pedro después de su crucifixión por orden de Nerón.
La primera piedra de la nueva basílica se colocó en 1506. Los trabajos continuaron durante 120 años bajo 20 papas, dirigidos por algunos de los más grandes genios de Italia: Bramante, Miguel Ángel, Maderno, Bernini. Ningún otro templo ha costado tanto jamás: se calcula su costo en una equivalencia de 300 millones de dólares, unas 16 veces más que San Pablo de Londres.
Ninguna iglesia de la tierra atrae tanta gente: por lo menos diez millones de personas al año. Para los católicos, que constituyen cerca de la sexta parte de la población total del mundo, San Pedro es el más potente de todos los imanes. Naturalmente, no sólo acuden los católicos. Cualquier visitante, aun cuando esté en Roma unas pocas horas, insiste en ver por lo menos dos cosas: el Coliseo y San Pedro.
"Siempre en cambio"... Seguí a un grupo de fieles cuando entraron y, como ellos, doblé a la derecha para detenerme en silencio ante la gran Piedad de Miguel Ángel, la estatua más famosa de la basílica, que representa a María sosteniendo el cuerpo fláccido y sin vida de su hijo crucificado. Poco después nos congregamos alrededor de otra célebre estatua, la severa figura de bronce de San Pedro, y observé otro gran cambio. Durante muchos siglos los católicos piadosos habían besado en tan gran número el saliente pie derecho de la imagen, que el pie estaba gastado casi hasta la mitad. Ahora ya muy pocos hacen eso.
Continuando adelante por la nave, todas las miradas se sienten atraídas hacia el tremendo baldaquín de bronce que Bernini erigió sobre el altar mayor -con cuatro macizas columnas arrolladas en espiral- que se eleva 29 metros y pesa un total de 93 toneladas, de las cuales 60 son de bronce. El deslumbrante baldaquín brilla casi más de aquello que está destinado a exaltar; el altar mayor, construido encima de otros tres altares más antiguos, directamente sobre la tradicional tumba de San Pedro...
Como a unos 25 metros del altar mayor están las cuatro poderosas pilastras que soportan la gran cúpula y son los apoyos más macizos de toda la iglesia. El contorno de cada pilastra es de unos 70 metros. En cada pilastra hay un nicho para guardar y ocultar las principales reliquias de San Pedro. Se dice que es una madera de la Cruz; otra es la Verónica, o sea el paño que sirvió para secar el sudor del rostro de Jesús en la Vía Dolorosa; la tercera es la punta de la lanza que se clavó en el costado de Cristo. El último nicho está vacío desde que Paulo VI devolvió, hace varios años, la cuarta reliquia -la presunta cabeza de San Andrés- a Grecia.
Aunque San Pedro es un gigantesco mosaico de historia, arte, leyenda y sabiduría, sigue siendo una animada iglesia, a la altura de los tiempos presentes.
"¿Quién se atreverá hoy a levantar tal iglesia?
!Nunca más, en ninguna parte de la tierra, volverá a haber otro templo remotamente parecido a éste!"
-- Gordon GASKILL.
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