miércoles, 14 de enero de 2015

¿FUE JESÚS UN REVOLUCIONARIO? / Fulton SHEEN


(Especial para La Prensa en Lima)

La juventud está dividida en dos grupos: los “hippies” que no harían daño a una margarita y los rebeldes que son violentos por el placer de serlo. El uno es pasivo; el otro activista. El uno ama, el otro odia. Uno rechaza la sociedad, el otro la destruye. Uno representa un repliegue desde la responsabilidad; el otro, avanza hacia la irresponsabilidad. El primer grupo sonríe al otro; el segundo gruñe al primero.

   No hablaremos aquí del primer grupo; solamente del segundo en relación con la justificación que da a la violencia. Como la violencia está de moda actualmente en los Estados Unidos, hay quienes dicen que los norteamericanos son gente violenta, sedienta de sangre. Lo que sorprende es la cantidad de teólogos que tratan de justificarla, lo cual solo demuestra, como dijo Shakespeare: “/Qué error más craso, pero habrá mentes sobrias que lo sancionen y lo aprueben con un texto!”.

   Casi todos los que defienden la violencia, sean teólogos que aman la política o rebeldes que aman la teología, hacen mención de cómo Nuestro Señor echó del templo a los mercaderes. Un escritor ignora de tal forma la Historia que llega hasta a decir que fueron los romanos los expulsados del templo. “No queremos ser una generación de asesinos yendo a Viet Nam, pero para escapar estamos dispuestos a hundir a los Estados Unidos en el caos”.

    Con objeto de que podamos pensar correctamente acerca de las escrituras y violencia debe hacerse notar que la palabra “violencia” no aparece nunca en ninguna parte del Viejo Testamento. En el Nuevo Testamento sólo aparece dos veces y esto es en relación con la conquista del reino de los Cielos. ¡Evidencia más bien que magra para justificar la reducción volcánica de nuestra querida tierra al caos!

   Quienes traten de justificar la violencia apelando a Jesús se olvidan de que Su Vida fue no tanto comisión de violencia como entrega a la violencia. Todos los hombres vienen a vivir. Él vino a morir. La muerte interrumpió las enseñanzas de Sócrates; para Cristo fue el oro que buscaba, la meta de su vida. La sombra de la Cruz cayó sobre Su Cuna, mientras sobre la cueva pasaban en tropel los caballos de Herodes. La hora final fue la que predijo y fue fuente de su ansiedad hasta llegar a ella. La violencia que aceptó de manos de los hombres fue la violencia que los propios hombres merecían. Pero la aceptó como si un juez que sentenciara a muerte a un criminal se bajara él mismo del estrado para que se cumpliera en él la sentencia.

   Es cierto que en el momento había fanáticos y gente violenta dedicados al propósito de vencer a los romanos invasores. Cualesquiera de ellos estaban listos a emplear tácticas extremas y hasta a tirar bombas de haberlas tenido, con el fin de liberarse. Algunos de sus discípulos estuvieron inclinados hacia la violencia: Santiago y Juan quisieron quemar la ciudad de los samaritanos; Judas, cuyo nombre Iscariote puede haber sido transcripción semítica de sicarius o espada, puede haber sentido tanta violencia hacia los romanos que al comprobar que Nuestro Señor no simpatizaba con sus inclinaciones, lo traicionó. Pedro fue violento y tiró de una espada para proteger a su Maestro sólo para que se le dijera: “Vuelve tu espada a la vaina, pues quien toma la espada, a espada morirá”. Hasta la palabra “bar-jona” con que Jesús llamó a Pedro puede muy bien haber sido “bar-yona, que los acadios traducían como “terrorista”. Una de las acusaciones que se hicieron a Jesús cuando se comprobó que no era revolucionario fue acusarlo de serlo y de organizar una revuelta contra los romanos que habría de iniciarse en Galilea.

   Calificar a Jesús de “luchador por libertad” es tontería supina. Cuando se le mostró una moneda que se empleaba para pagar impuestos a los romanos dijo a sus espantados oyentes: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. El poder de que disfrutaba el César era provisional. Él es el Señor del universo. Hasta la autoridad de la cual se valió Pilatos para condenarle le había venido de Él y de Su Padre Celestial. Su total indiferencia ante las pugnas sobre autoridad política se refleja en Su respuesta a las preguntas de Pilatos acerca de reinados: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, Mis hombres se habrían batido para prevenir Mi arresto”. En otras palabras: “Habrían usado cócteles Molotov y bombitas pestíferas en el Jardín. Mis hombres andarían armados; harían disparos desde la copas de los árboles contra la policía que se hubiera atrevido a poner sobre Mi sus manos y Yo habría huido hacia Cuba en busca de protección contra injusticias legales.


    La violencia no es tan fácilmente justificada tomando como ejemplo la vida de Jesús como sus defensores gustarían de hacernos creer. Más bien, la violencia que hoy se invoca es la violencia de Hitler y de Stalin. Sus raíces no están en la Biblia sino en “Mi lucha” y en el “Manifiesto comunista”. Nuestra pobre lógica ha llevado al mundo a dos falsos extremos: primero, la sanción de los grandes beligerantes y, ahora, la sanción de los cócteles Molotov de los guerrilleros. La revolución que Jesús propugnó no es del tipo que uno u otro quieren seguir: la revolución está encaminada a eliminar el odio de nuestros corazones para trabajar en bien de la paz.

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