(Especial para La Prensa en Lima)
La juventud
está dividida en dos grupos: los “hippies” que no harían daño a una margarita y
los rebeldes que son violentos por el placer de serlo. El uno es pasivo; el
otro activista. El uno ama, el otro odia. Uno rechaza la sociedad, el otro la
destruye. Uno representa un repliegue desde la responsabilidad; el otro, avanza
hacia la irresponsabilidad. El primer grupo sonríe al otro; el segundo gruñe al
primero.
No hablaremos aquí del primer grupo;
solamente del segundo en relación con la justificación que da a la violencia.
Como la violencia está de moda actualmente en los Estados Unidos, hay quienes
dicen que los norteamericanos son gente violenta, sedienta de sangre. Lo que
sorprende es la cantidad de teólogos que tratan de justificarla, lo cual solo
demuestra, como dijo Shakespeare: “/Qué error más craso, pero habrá mentes
sobrias que lo sancionen y lo aprueben con un texto!”.
Casi todos los que defienden la violencia,
sean teólogos que aman la política o rebeldes que aman la teología, hacen
mención de cómo Nuestro Señor echó del templo a los mercaderes. Un escritor
ignora de tal forma la Historia que llega hasta a decir que fueron los romanos
los expulsados del templo. “No queremos ser una generación de asesinos yendo a
Viet Nam, pero para escapar estamos dispuestos a hundir a los Estados Unidos en
el caos”.
Con objeto de que podamos pensar
correctamente acerca de las escrituras y violencia debe hacerse notar que la
palabra “violencia” no aparece nunca en ninguna parte del Viejo Testamento. En
el Nuevo Testamento sólo aparece dos veces y esto es en relación con la
conquista del reino de los Cielos. ¡Evidencia más bien que magra para
justificar la reducción volcánica de nuestra querida tierra al caos!
Quienes traten de justificar la violencia
apelando a Jesús se olvidan de que Su Vida fue no tanto comisión de violencia
como entrega a la violencia. Todos los hombres vienen a vivir. Él vino a morir.
La muerte interrumpió las enseñanzas de Sócrates; para Cristo fue el oro que
buscaba, la meta de su vida. La sombra de la Cruz cayó sobre Su Cuna, mientras
sobre la cueva pasaban en tropel los caballos de Herodes. La hora final fue la
que predijo y fue fuente de su ansiedad hasta llegar a ella. La violencia que
aceptó de manos de los hombres fue la violencia que los propios hombres
merecían. Pero la aceptó como si un juez que sentenciara a muerte a un criminal
se bajara él mismo del estrado para que se cumpliera en él la sentencia.
Es cierto que en el momento había fanáticos
y gente violenta dedicados al propósito de vencer a los romanos invasores.
Cualesquiera de ellos estaban listos a emplear tácticas extremas y hasta a
tirar bombas de haberlas tenido, con el fin de liberarse. Algunos de sus
discípulos estuvieron inclinados hacia la violencia: Santiago y Juan quisieron
quemar la ciudad de los samaritanos; Judas, cuyo nombre Iscariote puede haber
sido transcripción semítica de sicarius
o espada, puede haber sentido tanta violencia hacia los romanos que al
comprobar que Nuestro Señor no simpatizaba con sus inclinaciones, lo traicionó.
Pedro fue violento y tiró de una espada para proteger a su Maestro sólo para
que se le dijera: “Vuelve tu espada a la vaina, pues quien toma la espada, a
espada morirá”. Hasta la palabra “bar-jona” con que Jesús llamó a Pedro puede
muy bien haber sido “bar-yona, que los acadios traducían como “terrorista”. Una
de las acusaciones que se hicieron a Jesús cuando se comprobó que no era
revolucionario fue acusarlo de serlo y de organizar una revuelta contra los
romanos que habría de iniciarse en Galilea.
Calificar a Jesús de “luchador por libertad”
es tontería supina. Cuando se le mostró una moneda que se empleaba para pagar
impuestos a los romanos dijo a sus espantados oyentes: “Dad al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios”. El poder de que disfrutaba el César era
provisional. Él es el Señor del universo. Hasta la autoridad de la cual se
valió Pilatos para condenarle le había venido de Él y de Su Padre Celestial. Su
total indiferencia ante las pugnas sobre autoridad política se refleja en Su
respuesta a las preguntas de Pilatos acerca de reinados: “Mi reino no es de
este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, Mis hombres se habrían batido para
prevenir Mi arresto”. En otras palabras: “Habrían usado cócteles Molotov y
bombitas pestíferas en el Jardín. Mis hombres andarían armados; harían disparos
desde la copas de los árboles contra la policía que se hubiera atrevido a poner
sobre Mi sus manos y Yo habría huido hacia Cuba en busca de protección contra
injusticias legales.
La violencia no es tan fácilmente
justificada tomando como ejemplo la vida de Jesús como sus defensores gustarían
de hacernos creer. Más bien, la violencia que hoy se invoca es la violencia de
Hitler y de Stalin. Sus raíces no están en la Biblia sino en “Mi lucha” y en el
“Manifiesto comunista”. Nuestra pobre lógica ha llevado al mundo a dos falsos
extremos: primero, la sanción de los grandes beligerantes y, ahora, la sanción
de los cócteles Molotov de los guerrilleros. La revolución que Jesús propugnó no es del tipo que uno u otro quieren
seguir: la revolución está encaminada a eliminar el odio de nuestros corazones para
trabajar en bien de la paz.
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