DE : "EL ARTE DE NO AMARGARSE LA VIDA"
DE: Rafael Santandreu.
En la línea de los grandes libros de psicología para el gran público, Rafael Santandreu expone en esta obra un método práctico, claro y científicamente demostrado, para caminar hacia el cambio psicológico. Nuestro destino es convertirnos en personas fuertes y felices.
El joven
Akira era el encargado de ir a buscar el agua fresca que se bebía en la
casa-escuela del maestro Oé. Todas las mañanas acudía a la rica fuente que
nacía al pie de la colina, a veinte
minutos de distancia. Para la tarea, se había hecho con dos grandes vasijas de
barro que mantenían el agua fresca todo el día. Los dos botijos colgaban de los
extremos de un recio palo que, colocado a lo largo del cuello, le permitía
llevar hasta trece o catorce litros sin mucho esfuerzo.
Pero resulta que una de las vasijas
tenía una grieta por la que se escapaba parte del agua y, al final de cada
trayecto, sólo llegaba la mitad del contenido.
Durante los dos últimos años, ésa
había sido la dinámica: Akira iba temprano a la fuente, llenaba los dos
recipientes y regresaba sólo con una vasija y media de agua.
El botijo perfecto estaba muy
orgulloso de sus logros; durante todo ese tiempo había llevado toda el agua que
le permitía su contenido. Pero el botijo roto estaba triste y avergonzado de su
propia imperfección, ya que era consciente de que sólo conseguía cumplir con la mitad del contenido para el que había
sido creado.
Después de aquellos dos años de
trabajo, la vasija rota ya no resistió más la presión y alzó la voz para decir:
-
¡Estoy
tan avergonzado!
Akira
volvió la cabeza hacia su izquierda, vio gemir a la pobre cerámica, y
preguntó:
-
¿Vergüenza
de qué, amigo mío?
- Durante
todo este tiempo, no he sido capaz de llevar bien el agua hasta la casa
del maestro.
¡Qué desperdicio! Por culpa de mis defectos, he echado a perder parte de tu
trabajo –se quejó el botijo.
Akira sonrió amablemente y dijo:
-
No
digas eso. Ahora llegaremos a la fuente y os llenaré de agua, y quiero que te
fijes en lo
hermoso que está el camino de vuelta a casa.
Cuando llegaron a la fuente, el
botijo dejó que le metieran el agua y, una vez sobre los hombros de Akira,
empezó a mirar a su alrededor, tal y como como le habían indicado.
- El
camino está precioso –dijo el botijo.
-
A
mí también me gusta. ¿Ves las hermosas flores que bordean la cuneta?
–preguntó
Akira.
-
¡Oh,
son bellísimas! –exclamó el recipiente.
- ¿Te
has dado cuenta de que sólo hay flores en esta vera del camino?
Durante estos
dos años, he plantado semillas en este lado porque sabía que crecerían las
flores gracias al agua que tú derramabas cada día –señalٕó el joven.
-
¿Es
eso cierto? – preguntó el botijo, emocionado.
- Sí.
Gracias a eso, durante estos años he gozado de estas flores en los paseos
matutinos y no sólo eso, he podido decorar con flores la mesa del maestro. ¡Mi
querido amigo, si no fueras como eres, ni el señor Oé ni yo hubiésemos podido
gozar de la belleza como lo hemos hecho!
Este antiguo cuento japonés encierra una
lección budista sobre la actitud correcta frente a los defectos o las propias incapacidades.
Y esta enseñanza encierra la clave para acabar con el estrés en el trabajo y en
la vida, aunque se trata de una lección un poco extraña para nuestra forma de
pensar occidental. Abramos bien la mente, pues estamos ante un verdadero reto
mental para nuestras acomodadas neuronas.
Y
es que el origen del estrés es el temor a no ser capaz de estar a la altura de
cierta expectativa y, por supuesto, se trata de una autoexigencia: “!Qué
desastre si no acabo el informe a tiempo! ¡Eso no puede pasar!” Cuando nos
estresamos, somos como el botijo de Akira que no soporta sus defectos. Tememos
no ser capaces, no ser igual de dignos que los demás.
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