martes, 7 de octubre de 2014

LA VALLA QUE SE PINTÓ SOLA / Rafael SANTANDREU



DE "INFLUIR EN NUESTRO ENTORNO"
DE: EL ARTE  DE NO AMARGARSE LA VIDA / Santandreu.

Santandreu ejerce como psicólogo en su consulta de Barcelona.
Tras una etapa como profesor en la Universidad de Llull, en la década de 2000 tuvo la oportunidad de estudiar y trabajar con el célebre terapeuta Giorgio Nardone en su Centro di Terapia Strategica de Arezzo, Italia.

Una radiante mañana de verano, la tía de Tom le ordenó pintar la larga valla que rodeaba la casa familiar. Era un día perfecto para pasarlo bañándose en el río, como iban a hacer los demás muchachos del pueblo, pero su tía estaba “cruelmente” convencida de que la diversión podía esperar.

Refunfuñando, Tom se puso a la tarea brocha en mano. En aquel instante, su amigo Ben, el más guasón del grupo, apareció por allí comiendo una manzana:
-       ¡Hola, compadre! Te hacen trabajar, ¿eh? –le dijo Ben con su típica sorna.

A Tom le reventaba estar allí aguantando las bromas de su amigo; además, se le hacía la boca agua pensando en la manzana; pero no cejó en su trabajo. Al cabo de unos segundos, le dijo a su amigo:
-       ¡Ah!, ¿eres tú, Ben? No te había visto.

-       Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, te gusta más trabajar…
Tom se quedó mirándole un instante y dijo:
-       ¿A qué llamas tú trabajo?
-       ¡Qué! ¿No es eso trabajo? –replicó Ben.
Tom siguió pintando y le contestó, distraídamente:
-       Bueno; puede que lo sea y puede que no. Lo único que sé es que me encanta.
-       ¡Vamos! ¿Me vas a hacer creer que te gusta?
-       No sé por qué no va a gustarme. ¿Es que le dejan a un chico pintar una cerca todos los días?
Aquello puso el asunto bajo una nueva luz. Ben dejó de mordisquear la manzana.
Tom movió la brocha, graciosamente, atrás y adelante; se retiró dos pasos para ver el efecto; añadió una mano allí y otra allá; juzgó de nuevo el resultado. Y mientras tanto, Ben no perdía de vista un solo movimiento, cada vez más y más interesado. Al fin dijo:
-       Anda, Tom: déjame pintar un poco.
Tom alargó la brocha…, estaba a punto de acceder, pero cambió de idea:
-       No, no; eso no podría ser, Ben. Ya ves…, mi tía Polly es muy exigente. No sabes
 tú lo que le preocupa esta valla; hay que hacerlo con muchísimo cuidado; puede ser que no hay in chico entre mil, ni aun entre dos mil que pueda pintarla bien.
-       ¡Qué dices!... ¿Lo dices de veras? Venga, déjame que pruebe un poco, sólo un
Poquito. Si fuera yo, te dejaría Tom.
-       De verdad que quisiera dejarte, Ben; pero la tía Polly…Mira: Jim también quiso, y ella no le dejó. Sid también quiso, y tampoco. ¿Ves por qué no puedo dejarte?
-       Anda…, lo haré con cuidado. Déjame probar. Mira, te doy la mitad de la manzana.
-       No puede ser. No, Ben; no me lo pidas…
-       ¡Te la doy toda!
Tom le pasó la brocha, con cara de desgana. Y mientras Ben sudaba al sol, se sentó sobre un viejo tonel, a la sombra, balanceando las piernas, se comió la manzana y planeó la ampliación de su nuevo negocio. No escasearon los inocentes: a cada momento aparecían muchachos; venían a burlarse, pero se quedaban a pintar. Para cuando Ben ya estaba exhausto, Tom había vendido el siguiente turno a Billy Fisher por una cometa en buen estado; cuando éste quedó reventado, Johnny Miller compró el derecho por una rata muerta, con un palo para hacerla girar; así siguió hasta la tarde.

Tom, que por la mañana estaba en la miseria, ahora nadaba en riquezas. Tenía, además de lo mencionado, doce tabas, un cometín, un trozo de vidrio azul para mirar las cosas a través de él, un carrete, una llave que ya no abría nada, una tiza, un tapón de cristal, un soldado de plomo, un par de renacuajos, seis petardos, un gatito tuerto, un tirador de puerta, un collar de perro y el mango de un cuchillo.

Además, había pasado un día delicioso sin hacer nada, con grata compañía, y la cerca tenía ¡tres manos de pintura! De no habérsele agotado las existencias de pintura, habría dejado en la quiebra a todos los chicos de la zona.

En esta maravillosa historia de Mark Twain, Tom seduce a los chicos para que hagan su trabajo. Los muchachos lo llevan a cabo y disfrutan de ello. De otra forma, “exigiendo”, hubiese sido imposible conseguirlo. Esto nos demuestra que la mente humana es flexible y lo que, de una manera determinada, parece una tortura, con un envoltorio reluciente, puede convertirse en un goce.


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