DE "INFLUIR EN NUESTRO ENTORNO"
DE: EL ARTE DE NO AMARGARSE LA VIDA / Santandreu.
Santandreu ejerce como psicólogo en su consulta de Barcelona.
Tras una etapa como profesor en la Universidad de Llull, en la década de 2000 tuvo la oportunidad de estudiar y trabajar con el célebre terapeuta Giorgio Nardone en su Centro di Terapia Strategica de Arezzo, Italia.
Una radiante mañana de
verano, la tía de Tom le ordenó pintar la larga valla que rodeaba la casa
familiar. Era un día perfecto para pasarlo bañándose en el río, como iban a
hacer los demás muchachos del pueblo, pero su tía estaba “cruelmente”
convencida de que la diversión podía esperar.
Refunfuñando, Tom se
puso a la tarea brocha en mano. En aquel instante, su amigo Ben, el más guasón
del grupo, apareció por allí comiendo una manzana:
-
¡Hola,
compadre! Te hacen trabajar, ¿eh? –le dijo Ben con su típica sorna.
A Tom le reventaba estar
allí aguantando las bromas de su amigo; además, se le hacía la boca agua
pensando en la manzana; pero no cejó en su trabajo. Al cabo de unos segundos,
le dijo a su amigo:
-
¡Ah!,
¿eres tú, Ben? No te había visto.
-
Oye,
me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, te gusta más trabajar…
Tom se quedó mirándole
un instante y dijo:
-
¿A
qué llamas tú trabajo?
-
¡Qué!
¿No es eso trabajo? –replicó Ben.
Tom siguió pintando y le
contestó, distraídamente:
-
Bueno;
puede que lo sea y puede que no. Lo único que sé es que me encanta.
-
¡Vamos!
¿Me vas a hacer creer que te gusta?
-
No
sé por qué no va a gustarme. ¿Es que le dejan a un chico pintar una cerca todos
los días?
Aquello puso el asunto
bajo una nueva luz. Ben dejó de mordisquear la manzana.
Tom movió la brocha,
graciosamente, atrás y adelante; se retiró dos pasos para ver el efecto; añadió
una mano allí y otra allá; juzgó de nuevo el resultado. Y mientras tanto, Ben
no perdía de vista un solo movimiento, cada vez más y más interesado. Al fin
dijo:
-
Anda,
Tom: déjame pintar un poco.
Tom alargó la brocha…,
estaba a punto de acceder, pero cambió de idea:
-
No,
no; eso no podría ser, Ben. Ya ves…, mi tía Polly es muy exigente. No sabes
tú lo que le preocupa esta valla; hay que
hacerlo con muchísimo cuidado; puede ser que no hay in chico entre mil, ni aun
entre dos mil que pueda pintarla bien.
-
¡Qué
dices!... ¿Lo dices de veras? Venga, déjame que pruebe un poco, sólo un
Poquito. Si fuera yo, te
dejaría Tom.
-
De
verdad que quisiera dejarte, Ben; pero la tía Polly…Mira: Jim también quiso, y
ella no le dejó. Sid también quiso, y tampoco. ¿Ves por qué no puedo dejarte?
-
Anda…,
lo haré con cuidado. Déjame probar. Mira, te doy la mitad de la manzana.
-
No
puede ser. No, Ben; no me lo pidas…
-
¡Te
la doy toda!
Tom le pasó la brocha,
con cara de desgana. Y mientras Ben sudaba al sol, se sentó sobre un viejo
tonel, a la sombra, balanceando las piernas, se comió la manzana y planeó la
ampliación de su nuevo negocio. No escasearon los inocentes: a cada momento
aparecían muchachos; venían a burlarse, pero se quedaban a pintar. Para cuando
Ben ya estaba exhausto, Tom había vendido el siguiente turno a Billy Fisher por
una cometa en buen estado; cuando éste quedó reventado, Johnny Miller compró el
derecho por una rata muerta, con un palo para hacerla girar; así siguió hasta
la tarde.
Tom, que por la mañana
estaba en la miseria, ahora nadaba en riquezas. Tenía, además de lo mencionado,
doce tabas, un cometín, un trozo de vidrio azul para mirar las cosas a través
de él, un carrete, una llave que ya no abría nada, una tiza, un tapón de
cristal, un soldado de plomo, un par de renacuajos, seis petardos, un gatito
tuerto, un tirador de puerta, un collar de perro y el mango de un cuchillo.
Además, había pasado un
día delicioso sin hacer nada, con grata compañía, y la cerca tenía ¡tres manos
de pintura! De no habérsele agotado las existencias de pintura, habría dejado
en la quiebra a todos los chicos de la zona.
En esta maravillosa
historia de Mark Twain, Tom seduce a los chicos para que hagan su trabajo. Los
muchachos lo llevan a cabo y disfrutan de ello. De otra forma, “exigiendo”,
hubiese sido imposible conseguirlo. Esto nos demuestra que la mente humana es
flexible y lo que, de una manera determinada, parece una tortura, con un
envoltorio reluciente, puede convertirse en un goce.
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