02.10.14
Nos vamos adentrando los mayores en novedoso ciclo de
retrasado
envejecimiento, porque las limitaciones físicas y psicológicas
afortunadamente se van posponiendo a posteriores fechas. Una de las
preocupaciones más generalizadas se refiere a
ciertos problemas con
la memoria (olvido de nombres, dificultad para recordar dónde
se han dejado las cosas, conciencia de haber perdido alguna vez el hilo de lo
que se viene hablando...). No conviene exagerar, porque probablemente, más
que de un serio problema suele tratarse de
olvidos benignos acordes
con la edad, que
no hay por qué
sospechar que anticipen
mayores
desmemorias.
Dedicaremos próximas páginas al tema de la Memoria y el
Olvido. Iniciamos hoy nuestra presentación
agradeciendo los regalos de la memoria y el
recuerdo, que
nos ayudan a recrear, en el presente,
pasadas experiencias gratificantes, que
refuerzan
nuestra identidad,
acrecientan la
autoestima y
nos ayudan a descubrir horizontes de
sentido en el día a día de nuestra aventura existencial.
BRASERO DE MI CASA
Seleccionamos hoy versos de dos poetas:
Concha Zardoya y
Francisca Aguirre. A sus 84 años se encerró
Concha a escribir sus memorias líricas,
dando a conocer en el 2000 su poemario “
Última Thule”.
Seleccionamos “
El fuego ardía lento”, íntima
reminiscencia del calor familiar
en torno al brasero
que
“arde todavía, / intacto en la memoria, / por siempre en su
ceniza.”
EL FUEGO ARDÍA LENTO
El fuego ardía lento.
El cisco crepitaba
alguna vez en
chispas.
El calor nos unía
en amoroso círculo,
fraternal,
amigable.
Lumbre nuestra materna,
regocijo de padre...
El brasero
humildísimo
entibiaba las vidas
entre los muros fríos.
Debajo de
cenizas
el amor ocultaba
puras ascuas, rescoldo
que apagar no
podía
ni la nieve o ventisca.
Brasero de mi casa
presidía el convivio:
sólo la muerte
supo
ahogarnos su lumbre.
Mas arde todavía,
intacto en la
memoria,
por siempre en su ceniza.
Ahora es cuando podemos comprender y sentir con más intensidad
los cuatro únicos versos del siguiente poema:
No se disuelven los días
como sales en el agua:
dejan su
huella encendida,
cenizas que no se apagan.
SONATA 29 de BEETHOVEN
De la encendida huella en la memoria de creativos escritores,
“cenizas que no se apagan”, seguiremos dando noticia en
sucesivas entregas. Nos despedimos de Concha Zardoya con un entrañable
testimonio de conciencia sensible y viva a sus 85 años
(recordemos que fallecería en Madrid cinco años después). La evocación viene
sugerida por la audición de la sonata 29 de Beethoven,
interpretada al piano por Barenboim:
AÚN VIVAZ
Vivaz aún, el alma
se extasía
con ese adagio íntimo
que tú
amabas
en juveniles años.
Aún, aún se anega
en esas vibraciones
que
exaltaban en júbilo
inexpresable y hondo,
manantial sin un nombre.
Aún
vivaz, el alma
reconoce la música
y vibra
silenciosa.
AMOR, RECUERDO AQUELLAS TARDES...
El poema “
Cuando Dios quiso”, incluido en su gran
antología “
Ensayo General” (Calambur, 2000) refleja,
con sana nostalgia, la gozosa mirada de la alicantina
Francisca
Aguirre a su dorado tiempo de juventud y amor. Conoció a
Félix con 27 años y con él se casaría pocos años
después. “
Mi marido y yo –ha declarado–
hemos visto cómo amigos
escritores que estaban apagados, al enamorarse de nuevo han revivido,
han resucitado. Enamorarse hace que rejuvenezcas por dentro. Ya lo
decía Machado: “si eres joven por dentro, eres joven por
fuera”, y da igual que tengas setenta años."
Pero leamos ya el poema. Evoca con ternura su autora, sobre todo, los
felices 60. Confidencia a su amante repetidamente: “recuerdo aquellas
tardes...” Y le confiesa la intensidad de su experiencia evocadora:
“las veo, casi diría que las toco...” Finalmente, nos hablará
de “ángeles guardianes” y de un Dios poderoso... Me pareciera
adivinar que, al tiempo que agradece, entre comillas, a Dios la
juventud, le recrimina, como segunda dramática lectura, la vejez y la
muerte...
“CUANDO DIOS QUISO”
Amor, recuerdo aquellas tardes, eran
como el mundo era
entonces:
primaverales, únicas, inolvidables, breves.
Tenían la tranquila
densidad que se advierte
en las tardes que recordaba don Antonio,
tenían
la música que tiene la alegría
y el perfume que reserva el futuro.
Ah sí,
recuerdo aquellas tardes:
las veo, casi diría que las toco,
se levantan
como ángeles guardianes
para que nunca olvide que una vez,
cuando Dios
quiso,
fuimos humanamente jóvenes.
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