DE "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
OH, GRAN DIOS
Padre-madre.
TU Vida
eterna es mi vida.
TU Sabiduría
infinita,
mi guía.
TU
maravillosa Inteligencia
Ilumina mi
mente.
me alimenta.
TU Salud
perfecta
se revela en
mí.
TU infinito
Poder
me sostiene.
TU Fuerza
omnipotente
es mi apoyo.
es mi apoyo.
TU Amor inmutable
me rodea.
me rodea.
TU Verdad
eterna
me ha hecho
libre.
TU Paz
perfecta
se vierte en
mí.
Veni Cooper Mathieson
VENTANA AL
MUNDO
LHASA
Taun Kalat Monasterio budista construido sobre un volcán. |
MÁS ALLÁ DE NUESTRO MUNDO:
UN VIAJE A
LHASA
Por Lowell
Thomas
Por siglos
enteros el Tibet, la tierra prohibida que se alza más allá del Himalaya en el
Asia Central, ha sido un El Dorado para los viajeros. Pero pocos visitantes del
Occidente han penetrado hasta allá, y menos aún son los que han visitado a
Lhasa, la sagrada ciudad capital del Tibet. Mi hijo y yo fuimos, en 1949, dos
de los pocos extranjeros hasta entonces recibidos oficialmente por el Dalai
Lama, jefe del gobierno temporal y religioso del Tibet.
La naturaleza y los hijos del país han
conspirado para hacer poco menos que imposible la entrada al Tibet. Esta vasta
planicie que azotan los vientos tiene una altura de 4300 a 5500 metros sobre el
nivel del mar; la guardan desolados desiertos y un gran cinturón de montañas
coronadas de heleros, algunas de las cuales alcanzan ocho kilómetros de
elevación. Su pueblo, gobernado por 200,000 monjes budistas, ha resistido con
fiereza casi todo conato de intrusión en su feudal aislamiento.
Una vez que obtuvimos el permiso para la
visita, nos pusimos en camino hacia el Tibet. Ya del lado del Tibet empezamos a
descender por entre un bosque de pinos y abetos. Allí encontramos el primer
mono tibetano. Un ejemplar corpulento de pelaje blanco, cara negra y larga
cola, que nos vio pasar indiferente. El Tibet es el paraíso de los animales.
Debido a su creencia en reencarnación, los tibetanos evitan escrupulosamente
dar muerte a ningún ser. Hay monjes que no aventuran a salir de sus monasterios
durante los meses del verano por miedo de pisar los insectos.
Pero a despecho de la repugnancia de los
tibetanos por matar, el clima invernal les exige que consuman una gran cantidad
de carne. Para estar seguros de que el animal a que se va a dar muerte
reencarnará en forma superior, una ceremonia religiosa precede al sacrificio consumado
por el matarife.
Lhasa es un conjunto de edificios de piedra
blanca construidos a lo largo de un laberinto de calles angostas y tortuosas.
En el centro de la ciudad se levanta la basílica, llamada Jokang. Bajo su
bóveda profusamente ornamentada con oro aparecen las imágenes de Buda
alumbradas por las llamas vacilantes de lámparas alimentadas por grasa de yak.
Grupos de monjes que cantan con voces apagadas hacen girar centenares de
pequeñas ruedas de oraciones montadas en ejes engrasados. El ruido de estos
aparatos que trasmiten millares de oraciones a Buda, es constante y monótono.
Las ratas y los ratones circulan sin impedimento por todo el templo y roen las
ofrendas de cebada llevadas por los peregrinos.
El Dalai Lama daba la sensación de bondad y
dulzura, y desempeñaba sus deberes con aplomo.
Los centenares de monasterios que existen en
todo el país son dueños de más o menos la tercera parte de éste, y el prestigio
y la autoridad de las tres abadías cercanas a Lhasa son enormes. Deprung, una
de ellas, es el convento más grande del mundo. Realmente constituye una ciudad
dentro de otra ciudad. En este vasto y embrollado conjunto de blancos edificios
de cornisas rojas y torrecillas doradas ase alojan más de 10,000 monjes. Aquí
encontramos a los funcionarios del monasterio, diez abates calvos de traje
talar rojo, en cuyas manos descansa gran parte del poder efectivo que maneja
las riendas del gobierno en el Tibet.
N.B. La foto extra grande es de la zona de Canta por la que estuvo recientemente Jorge Agurto Rosas y la publicó en su facebook y yo le hago un buen partido a su buena impresión. A él, las gracias.
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