jueves, 16 de julio de 2015

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"

OH, GRAN DIOS
Padre-madre.

TU Vida eterna es mi vida.
TU Sabiduría infinita,
mi guía.

TU maravillosa Inteligencia
Ilumina mi mente.

TU gloriosa Sustancia        
me alimenta.

TU Salud perfecta
se revela en mí.

TU infinito Poder
me sostiene.

TU Fuerza omnipotente
es mi apoyo.             

TU Amor inmutable
me rodea.

TU Verdad eterna
me ha hecho libre.

TU Paz perfecta
se vierte en mí.
                  Veni Cooper  Mathieson

VENTANA AL MUNDO
LHASA



Taun Kalat
Monasterio budista construido sobre
un volcán.






























MÁS ALLÁ DE NUESTRO MUNDO:
UN VIAJE A LHASA
Por Lowell Thomas

   Por siglos enteros el Tibet, la tierra prohibida que se alza más allá del Himalaya en el Asia Central, ha sido un El Dorado para los viajeros. Pero pocos visitantes del Occidente han penetrado hasta allá, y menos aún son los que han visitado a Lhasa, la sagrada ciudad capital del Tibet. Mi hijo y yo fuimos, en 1949, dos de los pocos extranjeros hasta entonces recibidos oficialmente por el Dalai Lama, jefe del gobierno temporal y religioso del Tibet.

   La naturaleza y los hijos del país han conspirado para hacer poco menos que imposible la entrada al Tibet. Esta vasta planicie que azotan los vientos tiene una altura de 4300 a 5500 metros sobre el nivel del mar; la guardan desolados desiertos y un gran cinturón de montañas coronadas de heleros, algunas de las cuales alcanzan ocho kilómetros de elevación. Su pueblo, gobernado por 200,000 monjes budistas, ha resistido con fiereza casi todo conato de intrusión en su feudal aislamiento.

   Una vez que obtuvimos el permiso para la visita, nos pusimos en camino hacia el Tibet. Ya del lado del Tibet empezamos a descender por entre un bosque de pinos y abetos. Allí encontramos el primer mono tibetano. Un ejemplar corpulento de pelaje blanco, cara negra y larga cola, que nos vio pasar indiferente. El Tibet es el paraíso de los animales. Debido a su creencia en reencarnación, los tibetanos evitan escrupulosamente dar muerte a ningún ser. Hay monjes que no aventuran a salir de sus monasterios durante los meses del verano por miedo de pisar los insectos.

   Pero a despecho de la repugnancia de los tibetanos por matar, el clima invernal les exige que consuman una gran cantidad de carne. Para estar seguros de que el animal a que se va a dar muerte reencarnará en forma superior, una ceremonia religiosa precede al sacrificio consumado por el matarife.

   Lhasa es un conjunto de edificios de piedra blanca construidos a lo largo de un laberinto de calles angostas y tortuosas. En el centro de la ciudad se levanta la basílica, llamada Jokang. Bajo su bóveda profusamente ornamentada con oro aparecen las imágenes de Buda alumbradas por las llamas vacilantes de lámparas alimentadas por grasa de yak. Grupos de monjes que cantan con voces apagadas hacen girar centenares de pequeñas ruedas de oraciones montadas en ejes engrasados. El ruido de estos aparatos que trasmiten millares de oraciones a Buda, es constante y monótono. Las ratas y los ratones circulan sin impedimento por todo el templo y roen las ofrendas de cebada llevadas por los peregrinos.

  El Dalai Lama daba la sensación de bondad y dulzura, y desempeñaba sus deberes con aplomo.

  Los centenares de monasterios que existen en todo el país son dueños de más o menos la tercera parte de éste, y el prestigio y la autoridad de las tres abadías cercanas a Lhasa son enormes. Deprung, una de ellas, es el convento más grande del mundo. Realmente constituye una ciudad dentro de otra ciudad. En este vasto y embrollado conjunto de blancos edificios de cornisas rojas y torrecillas doradas ase alojan más de 10,000 monjes. Aquí encontramos a los funcionarios del monasterio, diez abates calvos de traje talar rojo, en cuyas manos descansa gran parte del poder efectivo que maneja las riendas del gobierno en el Tibet. 

N.B. La foto extra grande es de la zona de Canta por la que estuvo recientemente Jorge Agurto Rosas y la publicó en su facebook y yo le hago un buen partido a su buena impresión. A él, las gracias.

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