Raramente ha
habido en la historia tanta acumulación de situaciones de crisis como en el
momento actual. Algunas son coyunturales y superables. Otras son estructurales
y exigen cambios profundos, como por ejemplo, la reforma política y tributaria
brasilera. Pero hay una crisis que se presenta sistémica y que recubre toda la
Tierra y la humanidad. Es una crisis ecológico-social. La percepción general es
que la Tierra viva no puede continuar así como se encuentra, pues nos puede
llevar a un cuadro de tragedia con desaparición de millones de vidas humanas y
porciones significativas de la biodiversidad. En su encíclica sobre “el cuidado
de la Casa Común” el Papa Francisco dice sin rodeos: “lo cierto es que el
actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista” (n.61).
En su peregrinación por los países más pobres de América Latina, Ecuador,
Bolivia y Paraguay, el discurso de cambio estructural y la exigencia de un
nuevo estilo de producir, de consumir y de habitar la Casa Común ha sido afirmado
repetidamente como algo impostergable.
La crisis sistémica es grave porque
carga dentro de sí la posibilidad de destrucción de la vida sobre el planeta y
eventualmente la desaparición de la especie humana. Los instrumentos ya han
sido montados. Basta que surja un conflicto de mayor intensidad o un loco
fundamentalista del tipo del expresidente Bush para abrir las puertas del
infierno nuclear, químico o biológico hasta el punto de no quedar nadie para
contar la historia. No podemos subestimar la gravedad de esta última crisis
sistémica y global. La actual crisis brasilera es un pálido reflejo de la
crisis mayor planetaria. Pero incluso así es desastrosa para todos, afectando
especialmente a aquellos sobre cuyos hombros se colocó la carga mayor de los
ajustes fiscales para salir o aliviar la crisis: los trabajadores y los
jubilados.
Comulgamos con la esperanza del Papa
Francisco: hay en el ser humano un capital de inteligencia y de medios que nos
“ayudan a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos
sumergiendo” (n.163). Y finalmente hay Alguien mayor, señor de los destinos de
su creación, que es “el amante de la vida” (Sb 11,26). Él no permitirá que nos
exterminemos miserablemente.
En este contexto cabe una
profundización sobre la naturaleza de la crisis para salir de ella mejores.
Desde el existencialismo, especialmente con Sören Kierkegaard, la vida es
entendida como un proceso permanente de crisis y de superación de crisis.
Ortega y Gasset, en un famoso ensayo de 1942 titulado Esquema de las
crisis, mostró que la historia, a causa de sus rupturas y reconstrucciones,
posee la estructura de crisis. Esta obedece a la siguiente lógica: (1) el orden
dominante deja de tener un sentido evidente; (2) reina la duda, el escepticismo
y una crítica generalizada; (3) urge una decisión que cree nuevas certezas y
otro sentido, ¿cómo decidir si no se ve claro?, pero sin decisión no habrá
salida; (4) pero tomada una decisión, incluso con riesgo, se abre entonces un
camino nuevo y otro espacio para la libertad. Se superó la crisis. Un nuevo
orden puede comenzar.
La crisis es purificación y
oportunidad de crecimiento. No necesitamos recurrir al ideograma chino de
crisis para saber ese significado. Nos basta remitirnos al sánscrito, matriz de
nuestras lenguas occidentales.
En sánscrito, crisis viene de kir o kri que
significa purificar y limpiar. De kri viene crisol,
elemento con el cual limpiamos el oro de las gangas, y acrisolar que
quiere decir depurar y decantar. La crisis representa un proceso crítico,
de depuración de lo esencial: sólo lo verdadero y sustancial queda, lo
accidental y agregado desaparece.
En torno y a partir de este núcleo
se construye otro orden que representa la superación de la crisis. Esto se
traducirá en un curso diferente de las cosas. Después, siguiendo la lógica de
la crisis, este orden también entrará en crisis. Y permitirá, después de un
proceso crítico de acrisolamiento y purificación, la emergencia de un nuevo
orden. Y así sucesivamente, pues esa es la dinámica de la historia.
La crisis posee también una
dimensión personal, en varias situaciones de la vida y la mayor de todas, la
crisis de la muerte. La crisis posee también una dimensión cósmica que es el
fin del universo que para nosotros no acaba en la muerte térmica sino en una
inconmensurable explosión e implosión hacia dentro de Dios.
Entre tanto, todo proceso de
purificación no se hace sin cortes y rupturas. De ahí la necesidad de
de-cisión. La de-cisión lleva a cabo una cisión con
lo anterior e inaugura lo nuevo. Aquí nos puede ayudar el sentido griego de
crisis.
En griego krisis, crisis
significa la decisión tomada por un juez o un médico. El juez pesa y sopesa los
pros y los contras y el médico ausculta los varios síntomas de la enfermedad.
Sobre la base de este proceso toman sus decisiones sobre el tipo de sentencia a
ser emitida o sobre el tipo de enfermedad a ser combatida. Ese proceso
decisorio se llama crisis. Brasil vive, desde hace siglos, demorando sus crisis
por faltarles a los líderes la osadía histórica de tomar decisiones que corten
con el pasado perverso. Se hacen siempre conciliaciones negociadas con el
pretexto de la gobernabilidad. De esta forma se preservan sutilmente los
privilegios de las élites y nuevamente las grandes mayorías son condenadas a
continuar en la marginalidad social.
La crisis del capitalismo es
notoria. Pero nunca se hacen cortes estructurales que inauguren un nuevo orden
económico. Siempre se recurre a ajustes que mantienen la lógica explotadora de
base, como ocurrió recientemente con Grecia. Bien dijo Platón en medio de la
crisis de la cultura griega: “las cosas grandes sólo suceden en el caos y en
la krisis”. Con la de-cisión, el caos y la crisis desaparecen y
nace una nueva esperanza.
Entonces se inicia un nuevo tiempo
que, esperamos, sea más integrador, más humanitario y más cuidador de la Casa
Común.
Leonardo BOFF/ 24-julio-15
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