El hombre unificará sus miras
cuando recuerde su filiación divina y que por lo mismo es un
sujeto de deberes, en orden al más allá.
Mientras en el mundo, la ciencia cobra rapidez ascendente
y los conocimientos del hombre se amplían a cada paso, mostrándonos con
satisfacción sensible el fruto de la labor y del trabajo, la contradicción del
microcosmos, llega a su estado más profundo, cristalizando en sí, cuanto puede
existir de opuesto y encontrado.
¿Qué nos resta afirmar, cuando con pavor contemplamos y
ponemos delante de la conciencia, los tristes cuadros que provoca el actual
espíritu de felicidad del hombre?
La ciencia lucha dentro de un laboratorio por alargar la
vida, conservarla y ponerla a salvo de los peligros que la acechan. ¿Qué
decimos cuando vemos a la misma ciencia, luchar y afanarse sin descanso por
encontrar un medio más rápido y seguro para destruirla sin reserva?
Mientras en las ciudades se busca por todos los medios la
protección del desvalido y el amparo de la vida, los que guían las naciones,
conducen a los pueblos al caos más grande: la guerra. Sí, los conducen a la
guerra, a aquella tragedia que en forma tan patente la representara Alberto
Durero en “Los Jinetes del Apocalipsis”.
Los conducen a ese enemigo común que llamamos guerra que
vive de los frágiles despojos de hoy, que fueron ayer, la esperanza de los
pueblos. Esta lucha que constituye parte de la historia del mundo, no es de
hoy, ni ha sido de ayer; es de siempre.
Por más que nuestra mente se esfuerce por encontrar la
verdadera razón de la “debacle”, siempre estaremos sujetos a la falsa urdimbre
que ciega y alucina el entendimiento, trastornando esta facultad, el egoísmo
que atrofia el corazón humano.
Tendremos pues, que decir, como hace tres siglos dijera
Hobbes: “El hombre es lobo para el hombre”. Son los hechos los que demuestran
en forma cierta, la triste realidad que vivimos.
En la época actual, el materialismo en todo orden d
cosas, ha tomado la dirección del Orbe, habiendo relegado necesariamente la
parte esencial de idealismo a que debe estar sujeto el hombre. Sabemos que todo
extremo es vicio, por eso no se debe pecar de idealista ni de realista. Ambas
cosas, nos llevarían fuera de cauce.
No trato de hacer exhortaciones, pues sé que mientras
entre nosotros prime el derecho de la fuerza sobre la fuerza del derecho, no se
logrará conseguir el fin que es el ideal
único de los filósofos de todos los tiempos y edades: la felicidad, la Armonía
y el Amor o sea la Verdad.
Dudas y recelos nos asaltan muchas veces, pero no: ¿No es
acaso lo que buscamos con afán, la Dicha y la Felicidad?
¡Ah! Si una vez por todas, nos desengañásemos para
siempre; nos daríamos cuenta que eso no es la vida. Diremos con Van Trich; “No,
eso no es la vida. Eso es, la ilusión de la Vida”.
La contradicción del hombre culmina y se fortalece
impelido por las pasiones, frutos funestos del torcido raciocinio y del
reducido conceptismo que se nota en la actualidad.
Estamos en el siglo de la contradicción. Parece que el
hombre tiene sed de sangre: se lanzan a la lucha los hermanos y los padres
azuzan a los hijos y en fin, Marte en persona dirige la contienda. Evoquemos la
maldad de fratricidio de la Mitología. La lucha extendida a los cinco continentes
presagia el desastre, que ha de envolver con sus brazos fúnebres, la tierra del
hombre. Porque es del hombre. El contraste es el título adecuado de la
Humanidad.
¿Cuándo se unificarán sus miras usando de la misma lente
que responda a una sola tesis y tenga igual sentido para todos? El día en que
el hombre recuerde su filiación divina y que por lo mismo no es un ser solo,
aislado, sino un sujeto de deberes y derechos en orden al más allá.
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