viernes, 10 de junio de 2016

CONTRADICCIÓN HUMANA / Alejandro FALCÓN

            El hombre unificará sus miras cuando recuerde su filiación                                 divina y que por lo mismo es un sujeto de deberes, en orden   al más allá.

            Mientras en el mundo, la ciencia cobra rapidez ascendente y los conocimientos del hombre se amplían a cada paso, mostrándonos con satisfacción sensible el fruto de la labor y del trabajo, la contradicción del microcosmos, llega a su estado más profundo, cristalizando en sí, cuanto puede existir de opuesto y encontrado.

            ¿Qué nos resta afirmar, cuando con pavor contemplamos y ponemos delante de la conciencia, los tristes cuadros que provoca el actual espíritu de felicidad del hombre?

            La ciencia lucha dentro de un laboratorio por alargar la vida, conservarla y ponerla a salvo de los peligros que la acechan. ¿Qué decimos cuando vemos a la misma ciencia, luchar y afanarse sin descanso por encontrar un medio más rápido y seguro para destruirla sin reserva?

            Mientras en las ciudades se busca por todos los medios la protección del desvalido y el amparo de la vida, los que guían las naciones, conducen a los pueblos al caos más grande: la guerra. Sí, los conducen a la guerra, a aquella tragedia que en forma tan patente la representara Alberto Durero en “Los Jinetes del Apocalipsis”.

            Los conducen a ese enemigo común que llamamos guerra que vive de los frágiles despojos de hoy, que fueron ayer, la esperanza de los pueblos. Esta lucha que constituye parte de la historia del mundo, no es de hoy, ni ha sido de ayer; es de siempre.

            Por más que nuestra mente se esfuerce por encontrar la verdadera razón de la “debacle”, siempre estaremos sujetos a la falsa urdimbre que ciega y alucina el entendimiento, trastornando esta facultad, el egoísmo que atrofia el corazón humano.

            Tendremos pues, que decir, como hace tres siglos dijera Hobbes: “El hombre es lobo para el hombre”. Son los hechos los que demuestran en forma cierta, la triste realidad que vivimos.

            En la época actual, el materialismo en todo orden d cosas, ha tomado la dirección del Orbe, habiendo relegado necesariamente la parte esencial de idealismo a que debe estar sujeto el hombre. Sabemos que todo extremo es vicio, por eso no se debe pecar de idealista ni de realista. Ambas cosas, nos llevarían fuera de cauce.

            No trato de hacer exhortaciones, pues sé que mientras entre nosotros prime el derecho de la fuerza sobre la fuerza del derecho, no se logrará conseguir el fin que es  el ideal único de los filósofos de todos los tiempos y edades: la felicidad, la Armonía y el Amor o sea la Verdad.

            Dudas y recelos nos asaltan muchas veces, pero no: ¿No es acaso lo que buscamos con afán, la Dicha y la Felicidad?

            ¡Ah! Si una vez por todas, nos desengañásemos para siempre; nos daríamos cuenta que eso no es la vida. Diremos con Van Trich; “No, eso no es la vida. Eso es, la ilusión de la Vida”.

            La contradicción del hombre culmina y se fortalece impelido por las pasiones, frutos funestos del torcido raciocinio y del reducido conceptismo que se nota en la actualidad.

            Estamos en el siglo de la contradicción. Parece que el hombre tiene sed de sangre: se lanzan a la lucha los hermanos y los padres azuzan a los hijos y en fin, Marte en persona dirige la contienda. Evoquemos la maldad de fratricidio de la  Mitología.  La lucha extendida a los cinco continentes presagia el desastre, que ha de envolver con sus brazos fúnebres, la tierra del hombre. Porque es del hombre. El contraste es el título adecuado de la Humanidad.

            ¿Cuándo se unificarán sus miras usando de la misma lente que responda a una sola tesis y tenga igual sentido para todos? El día en que el hombre recuerde su filiación divina y que por lo mismo no es un ser solo, aislado, sino un sujeto de deberes y derechos en orden al más allá.

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