DE: “LAS MÁS BELLAS
ORACIONES DEL MUNDO”
ORACIÓN DEL MÉDICO
Dios mío: Infunde en mí un
gran amor
para estudiar y practicar la
medicina;
inspírame caridad y cariño
para todos mis enfermos.
No permitas en mí deseos de
lucro, ni vanidad,
ni envidia, en el ejercicio
de mi profesión.
Dame paciencia… para que
siempre esté dispuesto
al llamado del que sufre y
solicite mis servicios,
obligándome a veces hasta
sacrificar mis horas más gratas de sueño,
descanso o esparcimiento.
Haz que pueda atender con
igual empeño
al que carece de recursos o
al que paga mis servicios.
Que recete con igual cuidado
al amigo como al enemigo,
al de buena como de mala
conducta,
y hasta el ateo, que impío
te niega.
Concédeme la gracia de que
cuando examine y recete a mis enfermos,
ninguna idea ni preocupación
distraiga mi mente
para que mi diagnóstico y
terapéutica no tenga error
y pueda con tu ayuda
devolver la salud a mis pacientes,
y conservarles la vida, si
tus altos designios no determinan lo contrario;
porque cuando tú decretas el
fin, la ciencia y todo afán son inútiles.
Permíteme siempre que mis
enfermos confíen en mí
y sigan mis prescripciones y
consejos fielmente.
Que nunca haga caso de
charlatanes, y curanderos,
ni de amigos o parientes que
pretendan saber medicina empíricamente
y que sólo ocasionan graves
perjuicios.
Mientras me concedas la vida
y mi ejercicio de mi profesión,
dame suficientes energías
para perseverar en continuo estudio
para que logre así acrecentar
y renovar mis conocimientos
en beneficio de mis
enfermos.
Jamás permitas que me crea
un sabio que todo lo puede,
pues sin dedicación y
estudio diario, y sin tu ayuda, nada se alcanza.
Concédeme que pueda quitar
los sufrimientos a mis enfermos y aliviarlos…
Y cuando sea imposible
curarlos,
haz que tu divina voluntad
les lleve fe en ti,
resignación y consuelo.
Anónimo.
DOM. XI DEL TIEMPO ORDINARIO
“Un fariseo había invitado a
Jesús a comer. Entró en la casa del fariseo y se acostó en el sofá según la
costumbre. En ese pueblo había una mujer conocida como pecadora. Esta, al
enterarse de que Jesús estaba comiendo, compró un vaso de perfume y, entrando,
se puso de pie detrás de Jesús. Allí se puso a llorar junto a sus pies, los
secó con sus cabellos, se los cubrió de besos y se los ungió con el perfume”…Lucas
7, 36-8,3
El Evangelio de Lucas nos
presenta un hecho de la vida de Jesús en el que aparece la bondad y
misericordia de Jesucristo. Recordemos.
Simón el fariseo invita a
Jesús a comer. Posiblemente quería que en todo el pueblo se hablara de que
Jesús, el gran profeta, había ido a comer con él.
De repente una mujer entra
en la casa y sin avisar se postra a los pies de Jesús, llora sobre ellos, los
besa y los unge con ungüento.
El fariseo empieza a
sospechar de Jesús, sin decir nada:
“Si éste fuera profeta
sabría quién es esta mujer que lo está tocando”.
Jesús le presenta una breve
parábola:
“Un prestamista tenía dos
deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían
con qué pagar, perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos le amará más?”
La aplicación era clara y
Jesús la concreta, dejando mal parado a Simón porque no había cumplido con Él
las costumbres de todo buen anfitrión judío.
La mujer le lavó los pies,
lo enjugó con su cabello y lo besó. Simón, en cambio, ni le lavó los pies ni se
los secó ni le dio el ósculo de la paz.
Luego Jesús se vuelve a la
mujer y con gran escándalo, por parte de todos, le dice:
“Tus pecados están
perdonados”.
La misericordia se impone a
todos los chismes y malos pensamientos de los que estaban allí presentes.
De esta manera queda
perdonada la mujer, demuestra Jesús que es verdadero profeta, contra la opinión
de Simón el fariseo, e incluso Jesús se presenta como enviado de Dios que puede
perdonar los pecados.
La conclusión, llenó de paz
a la mujer:
“Tu fe te ha salvado, vete
en paz”.
Al final del párrafo
evangélico de hoy Lucas (nuestro compañero del ciclo C y el que más habla de
las mujeres en su Evangelio) nos presenta a Jesús “acompañado por los doce y
algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María
Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana… Susana y otras muchas
que le iban ayudando con sus bienes”.
Con esto se confirma que, en
realidad, las mujeres han sido siempre más sensibles a la gracia de Dios y al
seguimiento de Jesucristo.
Pero también queda claro que
Jesús vino como misericordia de Dios para todos.
José Ignacio Alemany Grau,
obispo.
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