PUEBLO UNGIDO
La fiesta de los santos Pedro y Pablo recuerda a los dos
ilustrísimos pilares de la Iglesia Católica, cuya sangre santificó el suelo
romano aquel memorable día 29 de junio del año 67.
Al considerar a la
Iglesia, a la que estos apóstoles honran en su vida y su muerte, existe la
tendencia de mirarla de lejos, identificándola sólo con una formal y autoritativa jerarquía legal; pero no
debemos olvidar que todos formamos una unión esencial en una estructura:
seglares y religiosos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos de cada clase y
condición, de cada costumbre y cultura, de cada idioma e idiosincrasia.
Cuando hablamos de la Iglesia, hablamos de nosotros
mismos; su elogio es nuestra propia alabanza, como su crítica exige nuestro
examen personal. Es ilógico admitir con orgullo nuestro catolicismo y , a la
vez, mirar a la Iglesia como si fuera una institución extraña a nuestro ser, o
separada de nuestro interés y responsabilidad. Debemos a nuestra Iglesia
fidelidad y respeto, amor y defensa, así como tenemos derecho a una
participación activa en todo lo que concierne a nuestra fe.
Formamos
todos el gran “Pueblo de Dios”, delineado por los padres Conciliares: “Un
pueblo ungido” como dice el destacado teólogo Yves Congar, “por la luz del amor
que se identifica siempre con la humildad y el servicio”. Según las palabras de
san Pedro, “nosotros somos un linaje escogido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido para pregonar el poder de Dios, que nos ha llamado de las
tinieblas a su luz admirable”. (I Pedro: 2, 29).
En los dos pilares de la Iglesia que consideramos en esta
fiesta --un humilde pescador de Galilea
y un erudito maestro de Tarso --, vemos la admirable identificación de la
Iglesia con cada clase y condición, para su sólida estructura. Esta Iglesia que
somos nosotros, “tiene su ley en el amor de Dios y del prójimo… Tiene sus
asambleas, su jerarquía, su insignia, sus costumbres… Está llamada a dar
testimonio de Cristo, a su Caridad… Es una gente compuesta de pecadores, que
hacen penitencia y que trata de caminar por la senda de la conversión…”.
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