sábado, 25 de junio de 2016

SANTOS PEDRO Y PABLO / P. VICENTE

 PUEBLO UNGIDO


            La fiesta de los santos Pedro y Pablo recuerda a los dos ilustrísimos pilares de la Iglesia Católica, cuya sangre santificó el suelo romano aquel memorable día 29 de junio del año 67.

            Al considerar a  la Iglesia, a la que estos apóstoles honran en su vida y su muerte, existe la tendencia de mirarla de lejos, identificándola sólo con una formal  y autoritativa jerarquía legal; pero no debemos olvidar que todos formamos una unión esencial en una estructura: seglares y religiosos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos de cada clase y condición, de cada costumbre y cultura, de cada idioma e idiosincrasia.

            Cuando hablamos de la Iglesia, hablamos de nosotros mismos; su elogio es nuestra propia alabanza, como su crítica exige nuestro examen personal. Es ilógico admitir con orgullo nuestro catolicismo y , a la vez, mirar a la Iglesia como si fuera una institución extraña a nuestro ser, o separada de nuestro interés y responsabilidad. Debemos a nuestra Iglesia fidelidad y respeto, amor y defensa, así como tenemos derecho a una participación activa en todo lo que concierne a nuestra fe.

            Formamos todos el gran “Pueblo de Dios”, delineado por los padres Conciliares: “Un pueblo ungido” como dice el destacado teólogo Yves Congar, “por la luz del amor que se identifica siempre con la humildad y el servicio”. Según las palabras de san Pedro, “nosotros somos un linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder de Dios, que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable”. (I Pedro: 2, 29).

            En los dos pilares de la Iglesia que consideramos en esta fiesta  --un humilde pescador de Galilea y un erudito maestro de Tarso --, vemos la admirable identificación de la Iglesia con cada clase y condición, para su sólida estructura. Esta Iglesia que somos nosotros, “tiene su ley en el amor de Dios y del prójimo… Tiene sus asambleas, su jerarquía, su insignia, sus costumbres… Está llamada a dar testimonio de Cristo, a su Caridad… Es una gente compuesta de pecadores, que hacen penitencia y que trata de caminar por la senda de la conversión…”.

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