DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
La oración de los esposos
Señor:
Haz de nuestro hogar un
sitio de amor.
Que no haya injuria, porque
Tú nos comprendes.
Que no haya amargura, porque
Tú nos bendices.
Que no haya egoísmo, porque
Tú nos alientas.
Que no haya rencor, porque
Tú nos perdonas.
Que no haya soledad, porque
Tú estás con nosotros.
Que cada mañana amanezca con
un día más de entrega.
Que cada noche nos encuentre
con más amor de esposos.
Haz, Señor, de nuestros
hijos lo que Tú anhelas.
Ayúdanos a educarlos por tu
camino.
Que nos esforcemos en el
consuelo mutuo.
Que hagamos del amor un
motivo para amarte más.
Y cuando amanezca el gran
día de ir a tu encuentro,
nos concedas hallarnos
unidos para siempre en Ti.
DOM. XIII DEL TIEMPO
ORDINARIO
“Había mandado mensajeros
delante de él, los cuales, caminando, entraron en el pueblo samaritano para
prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque
iba a Jerusalén. Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan le dijeron:
‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?’. Pero
Jesús dándose vuelta, los reprendió, ‘y pasaron a otra aldea’”. Lucas 9, 51-62.
La llanura de Samaria desde el Monte Garizim
La llanura de Samaria desde el Monte Garizim
El Evangelio de hoy: tres diálogos
que tuvo Jesús con personas que querían ser discípulos suyos. (También nosotros
queremos serlo, y por lo tanto este Ev. es para nosotros).
+ En la antigüedad, seguir a
un maestro = ser su discípulo.
Los maestros no estaban en
las escuelas fijas, sino que se trasladaban de un lado a otro, y sus alumnos
los seguían... Por otra parte, seguir a un maestro implicaba mucho más que
recibir lecciones de él; el discípulo
debía vivir con su maestro, porque recibía sus lecciones compartiendo su
vida... No aprendía una materia, sino un modo de vida: aprendía a ser como su
maestro, aprendía a vivir y a pensar como él, intentaba reproducir en su vida
el ejemplo que era el maestro. En ningún momento dejaba de ser su discípulo, y
por eso debía seguirlo constantemente, adonde quiera que fuera...
+ Y Jesús nos invita a ser
sus discípulos: quiere que los hombres compartamos su vida para que siguiendo
su ejemplo lleguemos a reproducir su imagen en nosotros.
Y si el seguimiento de
cualquier maestro de la antigüedad era tan intenso, mucho mayor intensidad
requiere el seguimiento del divino Maestro: Si alguno quiere seguirme,
niéguese así mismo, cargue con su cruz cada día, y sígame... Es decir, hay una
exigencia total. Pero también la actitud de Dios es de total entrega: El que
me sigue... estará allí donde yo esté (como en la visión del Apocalipsis
[14,4]: los resucitados siguen al Cordero dondequiera que vaya...).
+ Veamos más en detalles los
diálogos del Evangelio:
* Un hombre, con gran entusiasmo, quiere
seguir incondicionalmente a Jesús: te seguiré donde quiera que vayas...
Jesús le hace reconsiderar su
ofrecimiento tan generoso, haciéndole ver como hasta los animales que no son
útiles al hombre tienen sus refugios. En cambio, Jesús está totalmente
desprotegido, y dependiendo de la hospitalidad de quien quiera recibirlo... o
no. (cfr. el caso de los samaritanos, que no lo hospedaron cuando supieron que
iba a Jerusalén [Lc. 9,52]). Por lo tanto, el discípulo deberá considerar muy
bien sus palabras: la decisión de seguir a Jesús no puede ser el resultado de
un entusiasmo pasajero, sino el compromiso de toda una vida, que - humanamente
hablando - no ofrece garantías de seguridad... Es necesario estar dispuestos a
todo: rechazo, persecución, incomprensión, despojo de bienes e incluso
expulsión de la propia casa (como sucede a veces con las vocaciones consagradas...)
Conclusión: el discípulo de
Jesús tiene que aceptar un tipo de vida en el cual las seguridades humanas son
relativas o inexistentes.
* Segundo caso: alguien que
no se ofrece, sino que es llamado por Jesús. Y pide una postergación: Déjame
primero ir a enterrar a mi padre. (obviamente, el padre aún no había muerto).
Es la postura de quien decide dilatar las decisiones que deben tomarse; no
quiere comprometerse; pone excusas a Dios para no responder a su llamado... la
forma más mortal de la negación es la demora...
Frente a Dios, cuando nos
decidimos a seguir su llamado, sea lo que sea lo que Él nos pida, crecemos como
personas y como cristianos... En cambio, la indecisión frente a Dios hace que
nos anulemos como cristianos y nos volvemos personas inmaduras, indecisos
crónicos, que no saben lo que quieren ni a donde van. (especialmente en el
plano vocacional...).
La respuesta de Jesús pone
la excusa al descubierto: la persona que no toma decisiones vitales frente a
Dios está muerta, porque ha renunciado a la Vida.
Deja que los muertos
entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar en Reino de Dios... La invitación de
seguir a Jesús nos pone ante la opción de elegir entre la Vida y la muerte, y
hay una sola respuesta sensata. No seguir a Jesús es quedarse en el mundo de
los que en realidad están muertos.
* El último diálogo: es
semejante al de la Iª Lectura, pero también hay diferencias: Elías dio permiso
a Eliseo para despedirse de sus padres. Pero Jesús tiene una urgencia mucho
mayor, y no permite un solo paso atrás: cuando se escucha su llamada hay que
hacer un corte y olvidar todo lo que ha quedado atrás: no queda lugar para
añoranzas y nostalgias de lo que se ha sido o se ha tenido hasta el momento.
El llamado de Jesús marca el
momento de una ruptura con lo anterior (así para Eliseo: de arar el campo a
profeta del Dios Altísimo; así para los Apóstoles: de pescadores a columnas de
la Iglesia). Dios es Vida, y la misma implica siempre movimiento, crecimiento,
plenitud. Cuando se tiene el corazón atado al pasado no se sirve para el Reino,
porque no se tiene esa disposición a la renovación permanente que trae Cristo a
nuestros corazones y que culminará con la glorificación final hacia la que Él
conduce a todo los que lo siguen... La imagen del arado es muy clara: mirar
hacia delante, hacia donde se abrirá el surco... sino, se hace un desastre...
+ Este Evangelio es para
cada uno de nosotros, que hemos recibido el llamado a ser discípulos de
Jesús... y que diariamente debemos reafirmar nuestra respuesta a esa
invitación, porque a cada momento se presentan situaciones en las que somos
urgidos nuevamente a seguir al Señor o alejarnos de Él (amar implica volver a
elegir cada día lo que sea ama; no por inercia, sino por convicción).
Te seguiré a donde quieras
que vayas hemos dicho más de una vez... pero cada día debemos vivir las
consecuencias de este seguimiento de Cristo, que muchas veces implica renunciar
a seguridades, abandonar todo aquello que desdice de nuestro ser cristianos y
exponernos, por fidelidad al Evangelio, a situaciones difíciles o incómodas.
Seguiré al Señor, pero
antes... (esto o esto otro...), oímos decir más de una vez. Pedimos
postergaciones porque al no asumir compromisos definitivos estamos (al menos
aparentemente) más cómodos y con menos problemas... Aparentemente... Ante el
Reino de la Vida que se nos ofrece, no nos quedemos muertos, sigamos al Señor.
O bien quiero despedirme,
podemos decir, y es una buena excusa... pero excusa al fin, que hace que
posterguemos el seguimiento de Cristo arrastrando un pesado equipaje de cosas
que deberíamos haber dejado: nuestros propios criterios, nuestra propia escala
de valores, nuestras malas costumbres (enemigas del Evangelio), nuestras
injusticias y egoísmos, nuestro propio orgullo y vanidad... no nos permiten
caminar libres en el seguimiento de Cristo.
Cristo nos llama a compartir
su vida de Cruz y de Gloria. Contestar afirmativamente comporta un riesgo:
romper con nuestras ideas preconcebidas y seguridades (que son siempre tan
frágiles como lo son todas las cosas de este mundo!...), pero es también la
opción que vale la pena porque siguiendo a Cristo por el camino de la Cruz, es
por donde llegaremos a gozar de la única Vida definitiva, que Él prepara
eternamente para nosotros, y a la cual nos invita, nos anima, nos llama y nos
espera.
Amén.
Samaritanos en oración en la Pascua
(Tomado de las reflexiones litúrgicas oficiales en las que he puesto mi comentario)
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