miércoles, 1 de febrero de 2017

27 DE ENERO: DÍA INTERNACIONAL DE CONMEMORACIÓN EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO




El papa recuerda el Holocausto
   ¡Que sus sufrimientos y sus lágrimas no sean olvidados nunca!
Fecha en que las tropas soviéticas liberaron en 1945 el campo de exterminio nazi de Auschwitz
                        “Señor, ten piedad de tu pueblo
                        Señor, perdón por tanta crueldad”, 
                        escribió el papa en el libro de honor de Auschwitz.

Acto Quinto

AUSCHWITZ O LA ESPERA DE DIOS

Una de las características comunes a los sucesos y descubrimientos decisivos de nuestra época es que sobrepasan la capacidad de comprensión humana. No hay imaginación que se baste, por sí sola, para representar Auschwitz, o el aniquilamiento de Dresde, o de Hiroshima, o, para el caso, los vuelos de reconocimiento espaciales. Ni siquiera, simplemente, la moderna potencia de la industria, o los récords múltiples de velocidad. El hombre no es ya capaz ni de concebir lo que puede hacer.

Siendo así, nos ha preocupado durante mucho tiempo la cuestión de si Auschwitz debía ser mostrado a nuestra época, y por qué razones. El naturalismo documental no basta ya como principio, como norma de estilo. Una figura tan estereotipada como la del “Doctor”, que ni siquiera tiene en la obra nombre propio; los monólogos, otras muchas cosas, evidencian que no se puede aspirar a copiar a la realidad. Porque, además, nos parece peligroso proceder en el teatro como hace Celan en su magistral poema Fuga en muerte mayor, en el que ha transformado en metáfora la asfixia de los judíos en la cámara de gas, de esta manera:

            “Al atardecer bebemos la negra leche del alba,
            y al mediodía, y por la mañana;
            la bebemos por la noche…”

Los monólogos

EL VIEJO: No quiero morir en el vagón, ante los ojos de mis nietos. Hace tiempo que la angustia ha borrado sus rostros, y acallado sus inocentes preguntas. Ahora presienten lo que yo sé perfectamente: que el término del viaje será nuestro fin. Sea cual fuere el lugar en que esto ocurra, oh Dios Terrible, Tu cielo continúa extendido sobre nosotros, y los verdugos son hombres a los que Tú has dado poder. ¿No ves Tú? Sí, Tú nos mirarás y nos verás. Te serví fielmente entre quienes te despreciaban, tan seguro estaba de Tu omnipotencia. ¿Cómo me atrevería yo a dudar, ¡oh Dios inconcebible!, de que tus manos, Tus manos también, se han puesto a la obra? Mi consuelo ha sido siempre, hasta en los días de mi vejez, pensar que nadie podría arrancarte jamás el timón de las manos. Y es mi fe en Ti lo que me aniquila. Déjame que te avise, ¡oh Señor!, que te lo suplique: ¡Por el amor de t\u nombre, no muestres Tu grandeza haciendo arder a los niños, ante los ojos de su madre, para oír de nuevo Tu nombre entre los gritos de los torturados! ¿Quién podrá ver en el humo de los hornos crematorios un signo de resurrección? Sólo Tú, Dios infinito. ¿Acaso el hombre ha de parecerse más a Ti cuando sobrepasa toda medida? ¿Es su maldad infinita por haberlo creado a Tu imagen y semejanza? No puedo encolerizarme ni rezar, ¡oh Dios Terrible! Sólo puedo suplicarte. ¡No me dejes morir en este vagón destinado a las bestias, ante los ojos de mis nietecitos!

LA MUJER: Se han burlado cuando encontraron en mi pobre maleta los abriguitos y las ropas del niño. Me escucharon cortésmente cuando les decía que estaba en el octavo mes de embarazo, y me hicieron preguntas amables acerca de mi marido. ¡Cómo si no supieran que dos días antes te habían arrancado de tu taller, y que te arrastraron por las escaleras hasta que salió sangre de tu boca, esposo mío! ¡Cómo mirabas a tu alrededor! ¡Y tu rostro! ¡Ah, si yo hubiera sabido lo que querías decirme con aquel gesto! ¿Pensabas en nuestro hijo, verdad? Y cómo se reían, cómo reían ellos cuando gritaste que volverías a mi lado…

¡Qué unidos estábamos, qué fuerte era nuestra unión de todos los días! No éramos enemigos de nadie, disfrutábamos del balconcito de la cocina, buscábamos juntos el sol en la plaza, al lado del vendedor de uvas, o íbamos a sentarnos en la umbría del parque. ¡Y los domingos! Los domingos íbamos los dos al cine. Pero ahora ya no seremos nunca más una familia de tres personas. ¡Ya  nunca nos sentaremos juntos a la mesa, ni tendremos largas conversaciones después de las comidas!  Jamás volveremos a estar juntos en la habitación protectora. Se acabaron para nosotros  los caminos y los sueños sin temor. Se acabó nuestro vaso de leche diario. Y la luz del atardecer, también se acabó. Se acabó el lecho, y el hombre que amaba su trabajo, y me daba calor y consuelo por las noches.

¡Habíamos olvidado lo terrible que puede llegar a ser el mundo!

¡Amenazas! Amenazas al niño que se mueve ya en el vientre de su madre, y al anciano que quería morir en paz, en su cama, en su hogar, como muere en un desmonte el animal herido por el cazador después de esa cacería que es la vida.
¡Siempre hablábamos de ti, hijo mío, y te buscábamos un nombre, te comprábamos, felices, tus vestiditos, un poco más cada semana! ¡Te compramos la cuna! Esto no es posible, no puede sucederte nada. ¡Tú vives ya! Siento tus manecitas y tu corazón. ¡Dentro de un mes vendrás al mundo y no habrá nadie que te proteja! ¡Madonna, Madre de Dios! ¡Haz que no suceda tal cosa, déjame a mi niño! ¡Déjanos vivir!

LA MUCHACHA: No hay esperanza, amor mío; ya no la hay. No me hallarás. Dios es tan frío como el pomposo decorado de San Giovanni. No le importa que la mujer encinta que está a mi lado no llegue a ser madre. No le importa que yo no llegue a pertenecerte jamás. Dios es frío, y mis manos se ponen rígidas cuando las junto para rezar. Y los otros dioses, los dioses más antiguos, están muertos. Muertos como sus leyendas, igual que esa piedra antigua que hay en el Museo Vaticano. Están muertos en el osario del Arte. ¡Ah! Pero si no estuvieran muertos…aún tendría la esperanza de que vinieras a buscarme y me encontrases como halló Orfeo a Eurídice.

Pero este vagón para las bestias no es la barca de Caronte deslizándose hacia la tierra de Hades. Los raíles que conducen a Polonia no son la Laguna Estigia. ¡Hasta el mundo subterráneo ha sido arrebatado a los dioses y entregado a unos guardianes que no pueden ser conmovidos por un canto!

Jamás me encontrarás; por mucho tiempo que me busques. Jamás, jamás, jamás. Toma un nuevo amor que te dé más que yo, olvídame y sed muy felices… ¡No aguardéis, sobre todo, para amaros! Los que se aman están siempre en peligro, siempre perseguidos. ¡No permitáis que se pases vuestra hora como pasó la nuestra aquel día, en la dulce campiña romana! No dejéis que transcurra la tarde a la orilla del mar, cuando en la playa todavía está caliente la negra arena de Ostia, y parece ofreceros un cobijo. No olvides cuanto nos rodeaba, la obscuridad protectora, la resaca que anegaba nuestro corazón y se llevaba muy lejos, donde no podía oírlos otro ser humano. Yo me sentía pequeña, muy niña, cerca de tu cuerpo. Y segura, amor mío. Tranquila. Ya no me sentiré segura nunca más. Me escondía, y tu boca me volvía a la vida. Ay, mi amor, ¿Por qué no llegó a pertenecernos aquella noche que se nos ofrecía tan propicia? ¿Por qué, perdóname, mi vida, he resistido a tus manos? ¡Ojalá estuvieras a mi lado ahora! ¡Estoy tan terriblemente sola y abandonada! Pero dejamos pasar nuestra hora. ¡Oh, si volviera a tenderme a tu lado en la playa! ¡Por qué la marea no nos arrebató de un solo golpe, llevándonos juntos, muy unidos, las olas del mar! Y ahora estoy tan sola. ¡Sí, cariño, toma otra vez un puñado de arena de aquella playa en Ostia, y arrójalo al mar como si se tratase de mis cenizas, gritando –como aquella vez—mi nombre al viento! ¡Grita, grita mi nombre frente a las olas!

Tras el último monólogo, el tren rechina anunciando que se detiene. Se han abierto las puertas de los vagones, y se oyen los gritos que la crónica ha hecho célebres: ¡Vamos! - ¡Fuera! - ¡Los enfermos que no bajen del tren! - ¡Los paquetes se quedan en los vagones! - ¡Quedarse he dicho! - ¡Tú, viejo, largo de ahí! - ¡De prisa! - ¡Todos afuera!

De cuando en cuando se oyen ladridos de perro, sonidos guturales de órdenes y silbatos penetrantes. También el ruido del escape de vapor de la locomotora del convoy. Los hombres, petrificados por el horror, son arrancados brutal y eficazmente de un imaginario vagón. Luego desaparecen en la obscuridad de la escena.

El vicario: Rolf Hochhuth

A Rolf Hochhuth podría llamarse con razón “joven colérico” de la generación literaria actual de Alemania. La pieza que le ha lanzado a la fama no tiene nada agradablemente elegante, ni lo puede tener, ya que llama al pan pan, y al vino vino; incluso los que no estén de acuerdo con su modo de proceder no podrán negarle al autor una enorme seriedad y un afán típicamente germánico de profundizar en el tema. El Vicario, subtitulado “espectáculo cristiano”, es la tragedia  de los judíos deportados en masa a la estación final de Auschwitz. Algunas escenas están impulsadas por una energía visionaria; en toda la pieza se encuentra, subyacente, una formidable capacidad poética, que rebasa por completo el carácter documental.

DE MI ÁLBUM


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