El papa recuerda el
Holocausto
¡Que sus sufrimientos y sus lágrimas no sean
olvidados nunca!
Fecha en que las tropas
soviéticas liberaron en 1945 el campo de exterminio nazi de Auschwitz
“Señor, ten piedad de tu pueblo
Señor, perdón por tanta crueldad”,
escribió el papa en el libro de honor de Auschwitz.
escribió el papa en el libro de honor de Auschwitz.
Acto Quinto
AUSCHWITZ
O LA ESPERA DE DIOS
Una
de las características comunes a los sucesos y descubrimientos decisivos de
nuestra época es que sobrepasan la capacidad de comprensión humana. No hay
imaginación que se baste, por sí sola, para representar Auschwitz, o el
aniquilamiento de Dresde, o de Hiroshima, o, para el caso, los vuelos de
reconocimiento espaciales. Ni siquiera, simplemente, la moderna potencia de la
industria, o los récords múltiples de velocidad. El hombre no es ya capaz ni de
concebir lo que puede hacer.
Siendo
así, nos ha preocupado durante mucho tiempo la cuestión de si Auschwitz debía
ser mostrado a nuestra época, y por qué razones. El naturalismo documental no
basta ya como principio, como norma de estilo. Una figura tan estereotipada
como la del “Doctor”, que ni siquiera tiene en la obra nombre propio; los
monólogos, otras muchas cosas, evidencian que no se puede aspirar a copiar a la
realidad. Porque, además, nos parece peligroso proceder en el teatro como hace
Celan en su magistral poema Fuga en
muerte mayor, en el que ha transformado en metáfora la asfixia de los
judíos en la cámara de gas, de esta manera:
“Al atardecer bebemos la negra leche del alba,
y al mediodía, y por la mañana;
la bebemos por la noche…”
Los monólogos
EL VIEJO: No quiero morir en
el vagón, ante los ojos de mis nietos. Hace tiempo que la angustia ha borrado
sus rostros, y acallado sus inocentes preguntas. Ahora presienten lo que yo sé
perfectamente: que el término del viaje será nuestro fin. Sea cual fuere el
lugar en que esto ocurra, oh Dios Terrible, Tu cielo continúa extendido sobre
nosotros, y los verdugos son hombres a los que Tú has dado poder. ¿No ves Tú?
Sí, Tú nos mirarás y nos verás. Te serví fielmente entre quienes te
despreciaban, tan seguro estaba de Tu omnipotencia. ¿Cómo me atrevería yo a
dudar, ¡oh Dios inconcebible!, de que tus manos, Tus manos también, se han
puesto a la obra? Mi consuelo ha sido siempre, hasta en los días de mi vejez,
pensar que nadie podría arrancarte jamás el timón de las manos. Y es mi fe en
Ti lo que me aniquila. Déjame que te avise, ¡oh Señor!, que te lo suplique:
¡Por el amor de t\u nombre, no muestres Tu grandeza haciendo arder a los niños,
ante los ojos de su madre, para oír de nuevo Tu nombre entre los gritos de los
torturados! ¿Quién podrá ver en el humo de los hornos crematorios un signo de
resurrección? Sólo Tú, Dios infinito. ¿Acaso el hombre ha de parecerse más a Ti
cuando sobrepasa toda medida? ¿Es su maldad infinita por haberlo creado a Tu
imagen y semejanza? No puedo encolerizarme ni rezar, ¡oh Dios Terrible! Sólo
puedo suplicarte. ¡No me dejes morir en este vagón destinado a las bestias,
ante los ojos de mis nietecitos!
LA MUJER: Se han burlado
cuando encontraron en mi pobre maleta los abriguitos y las ropas del niño. Me
escucharon cortésmente cuando les decía que estaba en el octavo mes de
embarazo, y me hicieron preguntas amables acerca de mi marido. ¡Cómo si no
supieran que dos días antes te habían arrancado de tu taller, y que te
arrastraron por las escaleras hasta que salió sangre de tu boca, esposo mío!
¡Cómo mirabas a tu alrededor! ¡Y tu rostro! ¡Ah, si yo hubiera sabido lo que
querías decirme con aquel gesto! ¿Pensabas en nuestro hijo, verdad? Y cómo se
reían, cómo reían ellos cuando gritaste que volverías a mi lado…
¡Qué unidos estábamos, qué
fuerte era nuestra unión de todos los días! No éramos enemigos de nadie,
disfrutábamos del balconcito de la cocina, buscábamos juntos el sol en la
plaza, al lado del vendedor de uvas, o íbamos a sentarnos en la umbría del
parque. ¡Y los domingos! Los domingos íbamos los dos al cine. Pero ahora ya no
seremos nunca más una familia de tres personas. ¡Ya nunca nos sentaremos juntos a la mesa, ni
tendremos largas conversaciones después de las comidas! Jamás volveremos a estar juntos en la
habitación protectora. Se acabaron para nosotros los caminos y los sueños sin temor. Se acabó
nuestro vaso de leche diario. Y la luz del atardecer, también se acabó. Se
acabó el lecho, y el hombre que amaba su trabajo, y me daba calor y consuelo
por las noches.
¡Habíamos olvidado lo terrible que puede llegar a ser el mundo!
¡Amenazas! Amenazas al niño
que se mueve ya en el vientre de su madre, y al anciano que quería morir en
paz, en su cama, en su hogar, como muere en un desmonte el animal herido por el
cazador después de esa cacería que es la vida.
¡Siempre hablábamos de ti,
hijo mío, y te buscábamos un nombre, te comprábamos, felices, tus vestiditos,
un poco más cada semana! ¡Te compramos la cuna! Esto no es posible, no puede
sucederte nada. ¡Tú vives ya! Siento tus manecitas y tu corazón. ¡Dentro de un
mes vendrás al mundo y no habrá nadie que te proteja! ¡Madonna, Madre de Dios!
¡Haz que no suceda tal cosa, déjame a mi niño! ¡Déjanos vivir!
LA MUCHACHA: No hay
esperanza, amor mío; ya no la hay. No me hallarás. Dios es tan frío como el
pomposo decorado de San Giovanni. No le importa que la mujer encinta que está a
mi lado no llegue a ser madre. No le importa que yo no llegue a pertenecerte
jamás. Dios es frío, y mis manos se ponen rígidas cuando las junto para rezar.
Y los otros dioses, los dioses más antiguos, están muertos. Muertos como sus
leyendas, igual que esa piedra antigua que hay en el Museo Vaticano. Están
muertos en el osario del Arte. ¡Ah! Pero si no estuvieran muertos…aún tendría
la esperanza de que vinieras a buscarme y me encontrases como halló Orfeo a
Eurídice.
Pero este vagón para las
bestias no es la barca de Caronte deslizándose hacia la tierra de Hades. Los
raíles que conducen a Polonia no son la Laguna Estigia. ¡Hasta el mundo
subterráneo ha sido arrebatado a los dioses y entregado a unos guardianes que
no pueden ser conmovidos por un canto!
Jamás me encontrarás; por
mucho tiempo que me busques. Jamás, jamás, jamás. Toma un nuevo amor que te dé
más que yo, olvídame y sed muy felices… ¡No aguardéis, sobre todo, para amaros!
Los que se aman están siempre en peligro, siempre perseguidos. ¡No permitáis
que se pases vuestra hora como pasó la nuestra aquel día, en la dulce campiña
romana! No dejéis que transcurra la tarde a la orilla del mar, cuando en la playa
todavía está caliente la negra arena de Ostia, y parece ofreceros un cobijo. No
olvides cuanto nos rodeaba, la obscuridad protectora, la resaca que anegaba
nuestro corazón y se llevaba muy lejos, donde no podía oírlos otro ser humano.
Yo me sentía pequeña, muy niña, cerca de tu cuerpo. Y segura, amor mío.
Tranquila. Ya no me sentiré segura nunca más. Me escondía, y tu boca me volvía
a la vida. Ay, mi amor, ¿Por qué no llegó a pertenecernos aquella noche que se
nos ofrecía tan propicia? ¿Por qué, perdóname, mi vida, he resistido a tus
manos? ¡Ojalá estuvieras a mi lado ahora! ¡Estoy tan terriblemente sola y
abandonada! Pero dejamos pasar nuestra hora. ¡Oh, si volviera a tenderme a tu
lado en la playa! ¡Por qué la marea no nos arrebató de un solo golpe,
llevándonos juntos, muy unidos, las olas del mar! Y ahora estoy tan sola. ¡Sí,
cariño, toma otra vez un puñado de arena de aquella playa en Ostia, y arrójalo
al mar como si se tratase de mis cenizas, gritando –como aquella vez—mi nombre
al viento! ¡Grita, grita mi nombre frente a las olas!
Tras el último monólogo, el tren rechina anunciando que
se detiene. Se han abierto las puertas de los vagones, y se oyen los gritos que
la crónica ha hecho célebres: ¡Vamos! - ¡Fuera! - ¡Los enfermos que no bajen
del tren! - ¡Los paquetes se quedan en los vagones! - ¡Quedarse he dicho! -
¡Tú, viejo, largo de ahí! - ¡De prisa! - ¡Todos afuera!
De cuando en cuando se oyen ladridos de perro, sonidos
guturales de órdenes y silbatos penetrantes. También el ruido del escape de
vapor de la locomotora del convoy. Los hombres, petrificados por el horror, son
arrancados brutal y eficazmente de un imaginario vagón. Luego desaparecen en la
obscuridad de la escena.
El vicario: Rolf Hochhuth
A Rolf Hochhuth podría
llamarse con razón “joven colérico” de la generación literaria actual de
Alemania. La pieza que le ha lanzado a la fama no tiene nada agradablemente
elegante, ni lo puede tener, ya que llama al pan pan, y al vino vino; incluso
los que no estén de acuerdo con su modo de proceder no podrán negarle al autor
una enorme seriedad y un afán típicamente germánico de profundizar en el tema.
El Vicario, subtitulado “espectáculo cristiano”, es la tragedia de los judíos deportados en masa a la
estación final de Auschwitz. Algunas escenas están impulsadas por una energía
visionaria; en toda la pieza se encuentra, subyacente, una formidable capacidad
poética, que rebasa por completo el carácter documental.
DE MI ÁLBUM
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