Acaba de morir un ángel en
mi pecho
uno como gota de lluvia,
sin que yo pueda evitarlo ni
dolerme,
ni tiempo para volverme
furia
porque así es la vida
devorada a segundos
carnalmente, irrespirable,
infraternalmente negra;
para qué hablar de honduras
si el que sufre y muere,
sufre
y todo es plástico desfile
de luces,
de sombras, de aves ciegas,
de tiempo robando tiempo,
de hora parada en deshora,
de minuto diminuto
para el que ansía, de minuto
eterno para el que llora.
Barrio de pobres, llagas de
mi costado,
ángeles acribillados en mi
pecho,
números, solo números,
estadísticas de llanto,
collares desprendidos del
lacrimal
de madres que son padres,
abejas, ovejas, asnos,
terrible caballada.
Qué cerca ronca la muerte en
estos tiempos,
qué manera de recorrer el
dorso, de tensar omóplatos
de romper canillas y
solazarse en las falanges,
de saquear estómagos,
desvertebrar y todo a plena luz.
Ángeles míos, deseosos de
tener hambre,
de defecar, para saber que
estáis vivos,
ya no hay llanto que os
duela,
ni han podido darse cuenta
de cuándo se volvieron
lluvia radioactiva,
de cómo les borraron el mar
de sus sueños,
de cómo les quitaron el pez
con su anzuelo
de sus propias bocas,
les robaron el aire que a
fanegadas hace polvo,
la luz que siempre estuvo
detrás de sus ojos
las hortalizas, la leche y
el café.
Ángeles míos ahora reposan
en mi pecho
donde todo fermenta
todo se vuelve tormenta!
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