miércoles, 1 de noviembre de 2017

FÚTBOL, FÚTBOL, FÚTBOL / Luis Eduardo GARCÍA


CUANDO  este artículo aparezca, habrán pasado tres días del partido Perú – Argentina y estaremos a dos del Perú-Colombia y la utopía llamada fútbol habrá adquirido una fuerza cada vez más inusitada. Por unos días, todo seguirá viciado por el fútbol. Mañana, tarde y noche el tema de conversación girará en torno a Gareca y sus seleccionados. Después, vaya o no vaya el Perú al mundial de Rusia 2018, todo se diluirá y los sueños utópicos aguardarán en su escondite hasta una nueva oportunidad.

   Las sociedades necesitan de las utopías para no desaparecer. Cuando se dice que las sociedades contemporáneas  carecen de utopías o son descreías, en realidad se trata de afirmaciones que no tienen asidero. En realidad, lo que han desaparecido o debilitado son algunas creencias ideológicas o religiosas, pero no las utopías en sí. El fútbol es una utopía.

 Yuval Noah Harari sostiene la cooperación humana a gran escala se sostiene sobre la base de mitos comunes y los mitos comunes son ficción. Así, las iglesias, los estados, los sistemas judiciales o la publicidad, por poner solo algunos ejemplos, se basan en mitos comunes, de otro modo no se entiende el éxito de ideas como que Dios se materializó en un hombre y consintió en ser crucificado con la finalidad de salvar a la humanidad del pecado, que la raza aria es superior y por lo tanto debe someter al resto de una humanidad impura, que todos los hombres son iguales ante la ley y que Coca Cola es la chispa de la vida. Todos, mitos cuyo objetivo de mantener cohesionados (y, de paso, engañados, a grandes conglomerados humanos).

   El fútbol cumple también estas funciones: entretener, engañar, brindar sosiego y placer. Es casi imposible sustraernos de esto.

   Cuando los mitos pierden vigencia o se debilitan se vuelve una necesidad combatirlos con un único propósito: que los creyentes sigan cooperando en favor de algún poder.

   Harari cita algunos ejemplos de esto: en 1789, los franceses  pasaron del mito del derecho divino de los reyes al mito de la soberanía de los pueblos; en 1988 los alemanes pasaron del mito de la Alemania comunista igualitaria al mito de la Alemania democrática y reunificada, y así por el estilo.

Deporte lucrativo

   No estoy ni con la devoción religiosa ni con la desconfianza que le tienen al fútbol algunos intelectuales, como dijo Eduardo Galeano. Me gusta el fútbol, pero me horroriza lo que su industria arrastra y lo que el contenido que impone en los medios: el número de camisetas que se vendieron en Gamarra, el perrito perdido de Yordi Reyna, la repetición casi infinita de los goles de Guerrero en la televisión, los previos a los partidos en la calle de las pizzas, etc. El fútbol es, lo sepan o no lo sepan los hinchas, igualmente una estructura de poder y un negocio muy lucrativo.


   Para Juan Villoro, el fútbol es capaz de “convertir a los estadios en catedrales, a los jugadores en apóstoles y a los árbitros en ángeles del infierno”. No es una religión porque su sistema de normas y valores no se sustenta  en una idea sobrehumana, sino en un juego concreto, con seres de carne y hueso. El fútbol no es una religión, pero sí una utopía. Me intriga quién recogerá y limpiará la basura un día después que nos despertemos del sueño Rusia 2018 (si es que nos despertamos).


Enfoque, Suplemento Dominical del Diario La Industria de Trujillo. 8 de octubre del 2017.

DE MI ÁLBUM
(Jordanien)





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