CUANDO este artículo aparezca, habrán pasado tres
días del partido Perú – Argentina y estaremos a dos del Perú-Colombia y la
utopía llamada fútbol habrá adquirido una fuerza cada vez más inusitada. Por
unos días, todo seguirá viciado por el fútbol. Mañana, tarde y noche el tema de
conversación girará en torno a Gareca y sus seleccionados. Después, vaya o no
vaya el Perú al mundial de Rusia 2018, todo se diluirá y los sueños utópicos
aguardarán en su escondite hasta una nueva oportunidad.
Las
sociedades necesitan de las utopías para no desaparecer. Cuando se dice que las
sociedades contemporáneas carecen de
utopías o son descreías, en realidad se trata de afirmaciones que no tienen
asidero. En realidad, lo que han desaparecido o debilitado son algunas creencias
ideológicas o religiosas, pero no las utopías en sí. El fútbol es una utopía.
Yuval Noah Harari sostiene la cooperación
humana a gran escala se sostiene sobre la base de mitos comunes y los mitos
comunes son ficción. Así, las iglesias, los estados, los sistemas judiciales o
la publicidad, por poner solo algunos ejemplos, se basan en mitos comunes, de
otro modo no se entiende el éxito de ideas como que Dios se materializó en un
hombre y consintió en ser crucificado con la finalidad de salvar a la humanidad
del pecado, que la raza aria es superior y por lo tanto debe someter al resto
de una humanidad impura, que todos los hombres son iguales ante la ley y que
Coca Cola es la chispa de la vida. Todos, mitos cuyo objetivo de mantener
cohesionados (y, de paso, engañados, a grandes conglomerados humanos).
El fútbol cumple también estas funciones:
entretener, engañar, brindar sosiego y placer. Es casi imposible sustraernos de
esto.
Cuando los mitos pierden vigencia o se
debilitan se vuelve una necesidad combatirlos con un único propósito: que los
creyentes sigan cooperando en favor de algún poder.
Harari cita algunos ejemplos de esto: en 1789,
los franceses pasaron del mito del
derecho divino de los reyes al mito de la soberanía de los pueblos; en 1988 los
alemanes pasaron del mito de la Alemania comunista igualitaria al mito de la
Alemania democrática y reunificada, y así por el estilo.
Deporte
lucrativo
No estoy ni
con la devoción religiosa ni con la desconfianza que le tienen al fútbol
algunos intelectuales, como dijo Eduardo Galeano. Me gusta el fútbol, pero me
horroriza lo que su industria arrastra y lo que el contenido que impone en los
medios: el número de camisetas que se vendieron en Gamarra, el perrito perdido
de Yordi Reyna, la repetición casi infinita de los goles de Guerrero en la
televisión, los previos a los partidos en la calle de las pizzas, etc. El
fútbol es, lo sepan o no lo sepan los hinchas, igualmente una estructura de
poder y un negocio muy lucrativo.
Para Juan
Villoro, el fútbol es capaz de “convertir a los estadios en catedrales, a los
jugadores en apóstoles y a los árbitros en ángeles del infierno”. No es una
religión porque su sistema de normas y valores no se sustenta en una idea sobrehumana, sino en un juego
concreto, con seres de carne y hueso. El fútbol no es una religión, pero sí una
utopía. Me intriga quién recogerá y limpiará la basura un día después que nos
despertemos del sueño Rusia 2018 (si es que nos despertamos).
Enfoque,
Suplemento Dominical del Diario La Industria de Trujillo. 8 de octubre del
2017.
DE MI ÁLBUM
(Jordanien)
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