miércoles, 1 de noviembre de 2017

TERPSÍCORE MESTIZA / Horacio PUCHET

 



   Coincidiendo con las fiestas patrias, celebramos el centenario del natalicio de Amalia Hernández, la fundadora del Ballet Folklórico de México. Como parte del festejo, Bellas Artes organizó una Gran Función de Gala para este domingo. Participan además del Ballet Folclórico, la Compañía Nacional de Danza, el Coro de Madrigalistas y la Sinfónica Nacional. Será algo grandioso.


   El Palacio es nuestra gran casa común, el escenario que todos compartimos, pero las actuaciones de los grupos artísticos nunca coinciden. El Ballet Folclórico actúa el domingo por la mañana y nosotros al mediodía; ellos salen cuando entramos nosotros. El encuentro de varios grupos en un mismo espectáculo le da a esta función un aire de reunión familiar. Somos una gran familia reunida para celebrar a la patria y a una artista legendaria.

   El director de esta semana es un amigo de toda la vida al que apodamos afectuosamente “el ganso”. Como es muy alto y delgado, su voz grave y opaca y su vestimenta negra le dan un aspecto fúnebre, aunque no exento de humor. Tiene una gesticulación dura y fuerte, un estilo de dirección al que puedo llamar “soviético”, porque estudió en Rusia. Nervioso y enérgico, marca con violencia los acentos y se empapa de sudor al dirigir. En un pasaje pide a los violines un arco firme y corto: “no cuchareado”, dice. Y nos explica que el término “cuchareado” nació en nuestra orquesta y que por eso lo usa. En un solo de violines, pide al pianista que toque más fuerte la parte del acompañamiento diciendo: “más piano”. El pianista malinterpreta la instrucción tocando menos fuerte. Entonces el director alza la voz y grita: “¡más piano!” y el pianista toca aun más suavemente. Y así se estuvieron un rato hasta que paramos entre risas.

   El ambiente de los ensayos es festivo por la presencia del mariachi. Es muy grato oír los sones tradicionales de sus expertas manos. Nos contagian su energía y resulta divertido tocar esos temas populares que todos conocemos. Ellos tocan “de oído”, es decir, no leen la música. Dependen de su memoria. De manera que su relación con el sonido es distinta a la nuestra, es más fresca y espontánea, acaso más orgánica al no estar mediada por la escritura. A cambio de esto, no tienen la precisión de una orquesta. Y como no acostumbran seguir una batuta, debemos repetir varias veces sus entradas hasta que se las aprenden. Noto que no hay mujeres en el mariachi, son todos hombres, un ejemplo de música machista. Y los hay de todas las edades, desde uno muy joven, casi niño, hasta viejos músicos correosos, encallecidos y arrugados en sus instrumentos.

   También con el ballet debemos repetir varias veces cada número. Un bailarín nunca está satisfecho con el tiempo al que tocan los músicos. Es como una ley de la naturaleza: para ellos siempre tocarás muy rápido o muy lento, sin importar si tienes un metrónomo al lado. Durante los ensayos no usan su rico vestuario: bailan en mallón y descalzos. Lucen así sus bien entrenados cuerpos. Es una compañía de más de 50 integrantes que llena la totalidad del escenario, aunque no siempre están todos presentes. La mayoría son bailes de parejas. A veces parecen flotar a gran velocidad trazando amplios círculos y diagonales. Los bailarines hacen cortejos, giros y zapateos muy varoniles, pero cuando el baile termina salen de escena haciendo movimientos afeminados. No todos son así, claro, pero no deja de sorprenderme el contraste entre el personaje representado y la personalidad de algunos, esta desemejanza entre la máscara y el rostro.

   Como parte del homenaje se editará un libro y un documental. Por eso tenemos cámaras filmando alrededor mientras tocamos. También se harán giras nacionales e internacionales, pero a esas no estamos invitados. Los homenajes culminarán en Nueva York, por ser la ciudad donde Amalia Hernández obtuvo sus mayores éxitos.

   El Ballet Folclórico nació en los años cincuenta del siglo pasado, cuando el nacionalismo era el horizonte inevitable de toda creación. Nació bajo el impulso de una política revolucionaria y de una filosofía de la mexicanidad, que se proponía dotar al país de formas expresivas que reflejaran el alma nacional. Era parte de la imagen que México quería proyectar al mundo. Exaltación de lo propio o estética de la revancha frente a los poderes imperiales. De ahí que en esta fiesta mexicana la raíz hispánica esté ausente. El Ballet Folclórico no tiene bailes españoles que evoquen los siglos virreinales. No hay danzas renacentistas ni barrocas en su repertorio. Pero sí incluye danzas alusivas al pasado indígena remoto, aunque desconocemos cómo eran la música y el baile prehispánicos. Es un indigenismo inventado, un tanto cinematográfico y turístico. El resultado: un curioso mestizaje entre una raíz inventada y otra negada. Un folclor imaginario.


   Pero sin importar mis críticas a lo típico y supuestamente auténtico, a todo ese enfadoso nacionalismo de charros y tehuanas, sé que no podré evitar emocionarme hasta las lágrimas ante el colorido y la energía del Ballet Folclórico de México. El despliegue deslumbrante de su innegable calidad es un espectáculo que arrastra a todos con el poder de su belleza.
 México, 16 de setiembre del 2017

DE MI ÁLBUM


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