DE: “LAS MÁS BELLAS
ORACIONES DEL MUNDO”
Ruega por nosotros,
Madre de la Iglesia.
Virgen del Adviento,
esperanza nuestra,
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.
Madre de los hombres,
de la mar estrella,
llévanos a Cristo,
danos sus promesas.
Eres Virgen Madre,
la de gracia llena,
del Señor la esclava,
del mundo la reina.
Alza nuestros ojos
hacia tu belleza,
guía nuestros pasos
a la vida eterna.
Anónimo.
DOM. XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
“Un día estaba Jesús orando en cierto
lugar. Cuando terminaba su oración, uno de sus discípulos le pidió: “Señor,
enséñanos a orar así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando
recen, digan: Padre, que tu nombre sea santificado, que venga tu Reino…”. Lucas 11, 1-13
Jesús le enseña el Padre
Nuestro a sus discípulos porque ellos quieren saber cuál es la mejor manera de
orar y cuál es el estilo de oración aconsejado por el Maestro.
La oración fortalece nuestra
relación con Dios y le confiere un carácter especial a nuestra misión, pues un
cristiano sin oración no transmite la misericordia de Dios.
La oración no molesta a
Dios, con ella expresamos nuestra alegría por llamarnos a ser sus hijos y, aunque la bondad y la
misericordia de Dios no depende de nuestra oración, esta nos ayuda a tomar
conciencia de la bendición de Dios y de su permanente caricia de ternura que
nos anima en el alegre camino de la vida cristiana (Calendario Litúrgico).
Ignoramos si los apóstoles
que pidieron a Cristo les enseñara a orar esperaban otra cosa distinta. Lo
cierto es que Cristo les propuso un modelo de oración jamás igualado por nadie:
el Padre nuestro. En ella se invoca y
se alaba, se pide la implantación del Reino de Dios, el perdón, el pan, la
liberación del mal. Todo con la misma sencillez con que un hijo habla a su
padre. Porque Padre es Dios, aunque esté en los cielos. Nada de artificio, nada
estudiado: es todo impulso del corazón hacia Dios, ajenos a todo conocimiento,
libresco, distinto de un mero recitado de fórmulas vacías.
El Padre nuestro es la oración
de la fe: Padre nuestro que estás en los cielos.
Y del amor:
santificado sea tu nombre.
Y de la sumisión:
hágase tu voluntad...
Y del abandono en las manos de Dios: el pan nuestro de cada día…
Y de la humildad:
perdónanos nuestras deudas…
Y de la esperanza:
no nos dejes caer en la tentación.
Y de la santidad:
mas líbranos del mal.
A estas cualidades se sigue
la eficacia infalible de la oración. Pedimos primero lo que toca al servicio y
gloria de Dios; luego lo que nos toca a nosotros mismos. Se puede pedir todo,
porque así nos lo enseñó Cristo.
Además de esta ocasión
expresa, nos ha dejado Jesús abundantes ejemplos a lo largo del Evangelio. Tuvo
que luchar mucho contra la mentalidad primitiva de los apóstoles.
La pedagogía
de la oración es una cosa lenta y sencilla. Cualquier incidente le ofrece una
ocasión oportuna. En la última Cena insiste sobre el tema fundamental de la
oración al Padre hecha en su nombre: Pedid al Padre en mi nombre. Hasta ahora
no habéis pedido nada en mi nombre –porque no se les había dado aún Cristo como
mediador --; todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre se os concederá. (P.
Guillermo Gutiérrez, S.J.)
Por lo tanto:
1.- Hay que orar con
perseverancia.
2.- Queremos que Dios nos
escuche siempre y nos dé pronto.
3.- Dios tiene sus planes.
Pensar que lo que queremos es mejor que lo que Dios quiere es no creer en el
amor de Dios.
4.- La oración nunca vuelve
vacía. Si Dios no concede lo que se le pide, concederá otra cosa. Como la madre
que cuando el niño le pide el cuchillo de cocina, ella le da un sonajero, pues
con el cuchillo se puede cortar.
5.- Cuántas veces pedimos a
Dios lo que no nos conviene. Queremos una cosa y Dios no nos la da porque no
nos conviene.
6.- Cuantas veces pedimos a
Dios dinero, y quizás ese dinero que queremos va a ser nuestra desgracia.
7.-Otras veces el dinero ha
sido la ruina moral de los hijos, etc.
8.- Por eso la oración debe
llevar siempre esta condición: «si me conviene». Dios, que sabe más, decidirá
sobre la conveniencia de lo que pido.
Jorge Lorin S.J./Catholic.net
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