La actual crisis brasileña, tal vez la más
profunda de nuestra historia, está poniendo en jaque el sentido de nuestro
futuro y el tipo de Brasil que queremos construir.
Celso Furtado afirmaba con
frecuencia que nunca conseguimos realizar nuestra auto-construcción, porque
fuerzas poderosas internas y externas o articuladas entre sí lo habían impedido
siempre.
Efectivamente, aquí se formó
un bloque cohesionado, fuertemente solidificado, constituido por un capitalismo
que nunca fue civilizado (mantuvo la voracidad manchesteriana de sus orígenes),
financiero y rentista, asociado al empresariado conservador y anti-social y al
latifundio voraz que no teme avanzar sobre las tierras de los dueños originales
de nuestro país, los indígenas, y por añadidura las de los quilombolas. Siempre
frustraron cualquier reforma política y agraria, de suerte que hoy el 83% de la
población vive en las ciudades (más exactamente, en las periferias miserables),
pues ésta se sentía desplazada y expulsada del campo. Estas élites altamente
adineradas se asociaron a unas pocas familias que controlan los medios de
comunicación o son sus dueños.
Ese bloque histórico
difícilmente será desmontado, una vez que el tiempo de las revoluciones ya
pasó. Los pocos cambios de orientación popular y social introducidos por los
gobiernos del PT están siendo bombardeados con los cañones más poderosos. Los
herederos de la Casa Grande y el grupo del privilegio están volviendo e imponiendo
su proyecto de Brasil.
Para ser sucintos e ir al
punto central: se trata del enfrentamiento entre dos visiones de Brasil.
La primera: o nos sometemos
a la lógica imperial, que nos quiere como socios incorporados y subalternos, en
una especie de recolonización intencionada, obligándonos a ser solamente
abastecedores de los productos in natura (commodities, granos, minería, agua
virtual, etc.) que ellos casi no tienen y necesitan urgentemente.
La segunda: o continuamos
osadamente con la voluntad de reinventar Brasil, con un proyecto sobre bases
nuevas, sustentado por nuestra rica cultura, nuestras riquezas naturales
(extremadamente importantes tras la constatación de los límites de la Tierra y
del calentamiento creciente), capaz de aportar elementos importantes para el
devenir futuro de la humanidad globalizada.
Esta segunda alternativa
realizaría el sueño mayor de aquellos que pensaron un Brasil verdaderamente
independiente, desde Joaquim Nabuco, Florestán Fernandes, Caio Prado Jr y Darcy
Ribeiro hasta Luiz Gonzaga de Souza Lima en un libro que hasta ahora no ha
merecido la debida atención (La refundación do Brasil: rumbo a la sociedad
biocentrada, RiMA, São Carlos, SP 2011), y de la mayoría de los movimientos
sociales de cuño libertario. Éstos siempre proyectaron una nación autónoma y
soberana, pero abierta al mundo entero.
La primera alternativa que
ahora vuelve triunfante con el presidente interino Michel Temer y su ministro
de relaciones exteriores José Serra, prevé un Brasil que se rinde resignadamente
al más fuerte, muy dentro de la lógica hegeliana del señor y del siervo. A
cambio recibe inmensas ventajas, beneficiando especialmente a los adinerados
(Jessé Souza) y a sus socios. Éstos nunca se interesaron por las grandes
mayorías de negros y pobres que ellos desprecian, considerándolos peso muerto
de nuestra historia. Nunca apoyaron sus movimientos, y cuando pueden, los
rebajan, difaman sus prácticas y con el apoyo del Estado elitista controlado
por ellos, los criminalizan. Cuentan con el apoyo de Estados Unidos, como ha
señalado nuestro mayor analista de política internacional Moniz Bandeira, pues
no aceptan la emergencia de una potencia en los trópicos.
¿De dónde nos podrá venir
una salida?
De arriba no podrá venir
nada verdaderamente transformador. Estoy convencido de que sólo podrá venir de
abajo, de los movimientos sociales articulados, de otros movimientos
interesados en cambios estructurales, de sectores de partidos vinculados a la
causa popular. El día en que las comunidades favelizadas se conciencien y
proyecten otro destino para sí y para Brasil, se dará una gran transformación,
palabra que hoy sustituye a la de revolución. Las ciudades se estremecerán.
Entonces sí podrán los
poderosos ser «derribados de sus tronos», como dicen las Escrituras, el pueblo
ganará centralidad y Brasil tendrá su merecida independencia.
Leonardo BOFF/ 1 de julio del 2016
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