Rememorar históricamente aquel 28 de julio de 1821, constituiría no salir de la rutinaria narrativa tan acostumbrada para celebrar fechas como estas. Este artículo, por lo tanto, pretende ser diferente, o al menos encarar tal acontecimiento desde otro ángulo.
El tema, pues, debe rebasar todo contexto histórico, y
salirse de los límites, amplios y críticos, de la Historia. Ha de ser, en
resumidas cuentas, metahistórico.
Nada más elocuente que referirnos a una sola frase de la
proclama hecha por San Martín: “…libres e independientes…”
Se dice que uno de los más grandes méritos de la mente
humana es el poder forjar ideas abstractas y de producir pensamientos
no-sensibles. Idea abstracta como la de libertad, y pensamiento no-sensible
como el de ser independiente.
No referirnos a una libertad sartriana rodeada de
elementos filosóficos profundos, pues caeríamos en argumentos difíciles.
Tampoco a una libertad formal, a la cual tanto estamos acostumbrados y que
limita nuestro accionar, cuando no la comprendemos bien.
Hemos de referirnos a una libertad esencialmente humana.
Libertad de hombres cabales y enteros; de humanos de carne y hueso, como diría
Unamuno. Pero pensándolo bien, ¿libres de qué? El problema no se reduce,
obviamente, a ser libres del yugo español como fue en tiempos de San Martín, ni
libres de cualquier influjo imperialista. No. Algo, al parecer, más elemental y
simple. Libres de una opresión que ciertas veces ejerce la sociedad sobre
nosotros, y otra que frecuentemente ejercemos nosotros sobre nosotros mismos.
Debido a una mecanización, en muchos casos innecesaria, y a un sistema de vida
que nos ha llevado más allá de donde debe, y que por ende, se ha descontrolado,
somos víctimas de nuestros sistemas. Víctimas de una filosofía equivocada que
nos ha dirigido por caminos cada vez más y más complicados y por senderos más
difíciles. Muchos se han perdido dentro de toda esta organización secreta
tramada contra nosotros y planeada y dirigida por nosotros mismos.
Por otra parte, hay quienes se creen demasiado libres.
Que en buena cuenta ”hacen lo que les viene en gana”. No se crean ellos libres.
Eso no es libertad. Eso es libertinaje. Y el libertinaje es un mal que nuestra
sociedad viene sufriendo progresivamente en estos últimos tiempos, y que tarde
o temprano ha de eliminarse.
La otra cara de la moneda, la de ser independientes, o
exentos de dependencia, complementa al ser libres.
Muy pocos son los que en esta vida son independientes, en
el más completo sentido de la palabra. Muy pocos los que dan razón de sus actos
a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Muy pocos, finalmente, los que son
ermitaños, que se alejan de la civilización, para evitar cualquier contacto con ella.
Debemos conservar a toda prueba nuestra independencia
como escudo para defender nuestra integridad. Pero no conservar nuestra
independencia para negarse, uno mismo, cualquier ingreso a la sociedad.
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