EN SU límite más externo el espacio de un edificio está
bordeado por las paredes. Surgen aquí dificultades, porque la edificación que
abarca al todo tiene ella misma dos lados : uno vuelto hacia el mundo, otro hacia
el espacio interior ; y entre ambos hay también una masa, y esta masa es ella
igualmente un particular “cuerpo de obra” ; y, además, visto desde fuera, el
conjunto de toda la estructura es escultórico. Así, los niveles y procesos de
la obra se entretejen de ml variados modos. Sería sencillísimo si la
edificación circunvalente fuese toda entera no más que una membrana que se
extendiese sobre el espacio de la forma interior. Este es el caso del cuerpo
estereométrico, en el cual la superficie es la expresión exacta del contenido
respecto al espacio y la menor expansión en cuanto a su superficie, y en la que
superficie y contenido se corresponden exactamente, significando ambos lo
mismo, cada uno a su manera. Si la plena veracidad en la claridad de expresión,
entonces la construcción a partir de la armazón externa, es la más auténtica de
todas las maneras de edificar, porque esa armazón se adhiere completamente al
espacio interior y parece –aunque ninguna de estas cosas pueda probarse- que
tal es la condición intrínseca de semejante caparazón, la articulación estática
de su trama : el ser “contenida totalmente, sin residuo alguno” en esa
“ecuación”. Cuando, por añadidura, la manera de distribuirse y colocarse el
pueblo corresponde a la forma del ámbito espacial, obtenemos una obra
enteramente “unánime”, en la que toda la estructura es invadida, traspasada, de
dentro a fuera por la misma forma. Entonces habremos hecho realidad esa
arquitectura integral que es el sueño de nuestro nuevo arte de construir.
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