EN REALIDAD, el tipo de construcción a partir del esqueleto
carece también de espacio. Para él, el espacio es sólo el medio abstracto de
orientar una curva, el algo a través del cual pasa el poder de ésta. Si queremos
sacar de su andamiaje un espacio vital, hemos de mesurar aquél. (Es éste
obviamente un acto de “propia defensa”, pues el juego de esos miembros que se
entrelazan alcanza su máxima expresividad cuando llega a invadir con sus
trenzados todo el espacio libre, sin medidas e inhabitables, como sucede en las
tracerías de una aguja gótica.)
De hecho, allí
donde la construcción que parte del esqueleto se emplee para lograr espacio
habitable, deberemos hablar de “construcción tienda de campaña”. Es ésta la forma
de transición a la “construcción cáscara”, a la “construcción a partir de la
armazón externa”. Parece ser que hoy día estamos pasando por esta fase de
transición.
Cuando, en la
“construcción a partir del esqueleto”, aquel poder del cuerpo que responde a
la fuerza de la gravedad
contrarrestándola, se convierte en una obra, puede ésta compararse a la mano,
las líneas de fuerza rodean el oculto contenido. El hombre ha puesto su mano
sobre sí mismo como contenido. Nada importa si el arte de edificar se presenta
como el de la construcción de una cubierta exterior, de una escultura, de un
esqueleto o de una tienda de campaña, porque, en cada caso, es siempre el
“cuerpo”, el que revolviéndose, se asoma al exterior o se mete en su propio
cobijo. Lo que hizo del cuerpo como una primera respuesta dada al mundo,
edifica para sí la casa de arquitectura.
En virtud de ello,
las obras de arte deberían relacionarse estrechamente con el cuerpo que las
produce. No que sean “prolongación del cuerpo”, que no lo son. El hecho de que
las recibamos dentro de nosotros mediante el cuerpo, tal vez nos induzca a
confundirlas con ampliaciones del cuerpo, dado que hay teorías que a menudo
confunden loe medios de percepción de una cosa con la cosa misma. Más bien lo
que ocurre es que están en una activa relación recíproca con el cuerpo, pero
esa relación –repitámoslo- no se reduce a la de un simple diálogo de preguntas
y respuestas. El ojo es hueca oscuridad, la luz, espléndida abundancia : ojo y
luz conversan. Sin embargo, una pintura, un cuadro, son “imágenes” coloreadas
tanto como pueda serlo la imagen en la retina ; sólo que la del cuadro está
fuera del cuerpo y puede mirársela como si fuese un mundo de colores.
La escultura es
como la palma de la mano ; pero una palma sobre la que se puede poner la misma
mano. Sus obras son “otro cuerpo”. Aquel algo que dirige el mundo y contesta al
mundo en las cambiantes formas del cuerpo cambia aquí lo que originariamente
había afrontado como mundo por otro algo en el que el encuentro se consuma. Lo
que acontece en los hondones del cuerpo es aquí producido al exterior, fuera de
él. El cuerpo puede ya vivir en su obra, y ésta convertirse en la casa del
cuerpo. Trátase de dos formas medio hermanas.
Todas estas cosas
son ideas que se me han ocurrido a propósito de mi propia obra y muchas de
ellas acaso sean equivocadas o incluso falsas en sí mismas. Ni me compete ni
intento inventar una ciencia de las artes… confío en que los sabios se
encargarán de ello. Mas para lo que en este libro voy a decir no es necesario
que mis suposiciones sean perfectas. El libro se sostiene por sí solo : no he
querido echar por delante ninguna teoría y no voy a proceder ahora a ninguna
aplicación práctica. Malo es que estos asuntos se traten siempre en estilo científico
– es decir, partiendo de observaciones para concluir en definiciones – y que
nunca se enfoque prácticamente, teniendo en cuenta al arquitecto, es decir,
partiendo de su mismo quehacer creador y apuntando a que éste sea recto y se
traduzca en obras auténticas.
Tal vez estos pensamientos tengan la buena cualidad de que
se proponen ser doctrina práctica. De hecho, he comprobado que me sirven de
ayuda para mis obras. de ser acertado, quiere decirse que esas mismas obras
están en estrecha relación con el cuerpo y que a ellas puede aplicarse casi
todo lo que de él se diría : que constituyen una tarea inacabable, que pueden
ser magníficas o humildes, que hay jerarquías enteras de obras.
En el hacer existen
diversos niveles. En el grado más alto del orden que ahora nos ocupa están las
obras en que el hombre se vuelca por completo con miras a perfeccionar la
semejanza divina del mundo. Este hacer despierta las imágenes adormecidas y
logra que se vea cuánto de creatura tiene el mundo.
Es, si queréis, el
culto, el servicio de Dios ; no servicio a la divinidad en devenir, error
tremendo de Scheler, sino servicio a su cambiante imagen. La mano, al
crear, se abandona totalmente a Dios, al
Creador, y Éste pone su mano guiadora sobre aquélla. Dios contempla su mundo a
través de los ojos inteligentes de sus creaturas. Dios levanta los objetos
pesados que levantamos nosotros, coloca sobre las nuestras sus dos manos
aliviadoras. Así, nuestro trabajo se santifica, es bendecido por la abundancia del fruto… es, diríamos,
sacramento. Una cosa no es : oración. El trabajo, nuestras obras, en lo que
tienen de más noble y magnífico, son un servicio al mundo, que es el fundamento
de la imagen sagrada. La oración, en cambio, es clara y pura invocación a Dios.
El hombre que ora no se ocupa de las cosas, las deja. Vuelve sus ojos a Dios,
abre sus brazos y manos y los vacía ante el Señor. O los cruza confesando su
desvalimiento, o entrelaza sus manos dando a entender que su tarea ha
concluido. Con lo cual no quiere significar que se haya liberado a sí mismo de
las cosas, pues esto ni puede ser ni lo intentaría. Es a un Señor invisible, a
un Señor que está fuera del alcance de su vista, al que se dirige la creatura,
y en las manos de Él, débil y vacía, crece. El hombre mete también en su
plegaria las demás creaturas de Dios. La madre que, cumpliendo su santo deber,
ha servido a Dios en la crianza y educación de sus hijos les pone junto a sí y
les rodea con sus brazos cuando ora. Con ellos se introduce a la presencia de
Dios.
De la misma manera,
cada cual trae abierto a Dios aquello que Éste amorosamente le había confiado y
se lo devuelve. En la oración, las cosas se trastruecan : su pirámide, cuya
cúspide era el hombre, se vuelve una forma vacía en cuyo mismo fondo viene a
estar, abierto, el ser humano.
La creación
comienza cuando Dios llama al hombre nombrándole. Éste, el hombre, responde con
su existencia, con su cuerpo, con su trabajo, y Dios bendice todo ello. Pero la
oración comienza cuando el hombre clama hacia fuera, hacia Dios, aguardando una
respuesta. Trabajo mundano es el que realiza Dios con el mundo ;
trabajo-oración, el que hace el mundo con Dios : obra, al empezar, de
desvalimiento, después Dios la galardona.
Es temerario decir
que el hombre debería forzar a Dios a dar una respuesta o a ponerse de
manifiesto en ella, y llega a sacrílego si se quiere indicar así que Dios está
a merced del hombre. Pero es en cambio cierto si se interpreta salvando la
amorosa libertad de Dios : en su amor hay hábito de responder a su creatura. Él
se pone en las manos y en el corazón de su creatura y ésta puede llegar a
moverle.- (FIN)
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