martes, 3 de mayo de 2016

DIME CÓMO CANTAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES /Anónimo

Así canta nuestro pueblo, en mangas de camisa, sin mucho color ni vestuario para atracción turística...

Se ha dicho que la música es la única lengua universal, pues todos los seres humanos la comprenden independientemente de su idioma, raza, religión o color.

 Pero en cambio también se ha dicho que “es más fácil comprender a una nación por su música que por su lengua”. Es decir,  la música es, a la vez, universal y local; signo de la fraternidad humana y el instrumento de su nacionalidad.

 Es en el mundo hispanoamericano, quizás, donde esta doble y aparente contradictoria valoración de la música se hace más evidente. Si los salvadoreños y mexicanos, venezolanos y puertorriqueños hablan el mismo castellano, beben de las mismas fuentes espirituales de la lengua, basta que entonen una canción, que rasguen una guitarra, para que emerjan, plenas y noblemente diferenciadas, sus almas nacionales.

 “Dime cómo cantas y te diré quién eres”. Pero esta “nacionalidad de la música”, este patriotismos de la canción”, es el único que no ha creado conflictos entre los diferentes grupos humanos que son sus intérpretes y protagonistas. La música es única en sus fuentes de inspiración y diversa en sus formas y maneras de expresarse; hay en ella, unidad y diversidad, todo y parte, medio y fin.


 La música es el vehículo que conduce, del individuo a la humanidad; de lo limitado a lo infinito. La música es la única curva creada por el hombre paralela a la parábola dibujada por la Divinidad.

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