Domingo, 22
Una mañana coincido con un
extranjero –su español de fonética francesa lo delata- en el mostrador de pagos
de uno de los almacenes Wong, Lima, Perú. Él pone en la mesa sus bolsas llevadas
desde la casa para que la empleada llene allí los productos comprados.
-Señor, sus bolsas no son
necesarias, aquí damos bolsas plásticas –la amable empleada explica cómo es la atención mientras, dejando
a un lado las bolsas grandes del comprador, llena los productos en bolsas
plásticas con propaganda del establecimiento.
El sorprendido comprador se
pone serio al ver que las cosas compradas son metidas en varias bolsas
plásticas. Y mira hacia atrás donde estoy como pidiendo más explicación.
-Señorita, el señor viene de
un país donde los compradores llevan sus bolsas grandes para sus compras. Es la
forma de evitar la contaminación del medio ambiente con las bolsas plásticas –intervengo.
La incrédula empleada me escucha con atención mientras continúa su labor. Ella
cumple las instrucciones recibidas del empleador, ignora sobre los efectos de
la civilización de plástico.
Durante mi explicación a la empleada el señor va cambiando sus gestos en el rostro. Ahora sonríe y bate la cabeza de arriba hacia abajo varias veces mientras se alista a llenar las bolsas plásticas con contenido en sus bolsas grandes. Posiblemente ya ha comprendido el hic et nunc (aquí y ahora), la realidad del momento. Se ha dado cuenta que está en Lima, capital del Perú, donde el uso del plástico sintético aún no está reglamentado por ninguna institución.
Durante mi explicación a la empleada el señor va cambiando sus gestos en el rostro. Ahora sonríe y bate la cabeza de arriba hacia abajo varias veces mientras se alista a llenar las bolsas plásticas con contenido en sus bolsas grandes. Posiblemente ya ha comprendido el hic et nunc (aquí y ahora), la realidad del momento. Se ha dado cuenta que está en Lima, capital del Perú, donde el uso del plástico sintético aún no está reglamentado por ninguna institución.
Algunas ciudades del mundo,
dentro de la política real del cuidado del medio ambiente, cobran por cada
bolsa plástica. Y, como se trata de dinero, el comprador lleva sus bolsas
grandes destinadas para sus compras. Además, los mismos supermercados venden
las bolsas grandes a precios módicos porque llevan su publicidad. Es que, fuera
de ahorrar unos céntimos, es la forma de evitar que el mundo se llene de
plásticos.
Desgraciadamente, el Perú es
un país que aún no planifica bien el cuidado del medio ambiente; por eso, las
calles, parques, carreteras, ríos, mares, estanques y playas están plagados de
bolsas plásticas. Muchos animales marinos mueren por ingerir plástico ya que
los mares se han convertido en inmensos basureros (“bolsas de plástico”). Los
plásticos en lagos, ríos y acequias expulsan sustancias químicas dañinas que
afectan los terrenos, plantas, animales y personas. El acopio, reciclaje y
destrucción del plástico sintético es una labor que los gobiernos del mundo
deben iniciar en coordinación.
Algunos almacenes hacen la
propaganda de que sus bolsas son de “plástico biodegradable”; pero no explican
el tiempo de la degradación; ninguna institución les pide la explicación de la
veracidad de la propaganda. ¿Ya se está usando el plástico orgánico? Muchos
productos alimenticios y no alimenticios están envueltos con plástico, material
desechable por no ser comestible.
Si un supermercado limeño
comenzara, por su propia iniciativa, a cobrar por cada bolsa plástica podría
perder clientes o recibir críticas y gritos de protesta de gente violenta y que
ignora la salud del planeta. Sin embargo, si esos peruanos viajaran a otros
países que hacen esfuerzos por cuidar la naturaleza aprenderían a callar y tendrían
que obedecer las leyes locales. ¿Para educarse bien es necesario salir del Perú?
Mientras tanto, las
autoridades peruanas viajan cómodas por el mundo firmando los acuerdos
internacionales del cuidado del medio ambiente. Los documentos firmados y
sellados quedan sólo como testimonios de la buena voluntad y de los compromisos
que deberían cumplirse para demostrar la responsabilidad y seriedad de los
firmantes.
Contaminación
ambiental y contaminación mental
En nuestros días, las vías
por donde circulan los seres humanos están adornadas no sólo de plásticos sino
de latas y vidrios, materiales que no se pudren ni acaban fácilmente. Son los
productos de la industria moderna. Y los seres humanos, no educados para el uso
de estos productos, arrojan las nuevas basuras en cualquier lugar.
Basta mirar con atención los
vehículos que circulan por las calles y la conducta de los ocupantes. De los
carros -ya lujosos o destartalados- caen basuras porque sus ocupantes las arrojan
por no asumir ninguna responsabilidad del cuidado del ambiente exterior. Si alguien
se atreve a llamarles la atención, ¡cuidado!, porque contestan inmediatamente con
fétido lenguaje coprolálico –expresiones violentas por el uso del lenguaje con
olor a excremento- ofendiendo hasta la quinta generación. Y si ese alguien
(quien les llama la atención) está a su alcance hasta pueden agredirlo porque
tienen también la mente contaminada.
Una clara demostración de que
el avance tecnológico no va paralelo con el desarrollo mental responsable del
cuidado de la naturaleza y de la humanidad. No esperemos que las soluciones
vengan de los ministerios. El hogar y el entorno social son las mejores escuelas
donde los mayores educan a los menores con ideas y ejemplos.
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