La madre es más que una figura física con la
cual estamos ligados afectivamente toda la vida. Es la primera palabra que
pronunciamos cuando despertamos a este mundo y para muchos es la última palabra
que les viene a los labios cuando se despiden, especialmente en una situación
de peligro extremo.
Grandes nombres de la
tradición psicoanalítica como C. G. Jung y su discípulo favorito E. Neumann,
profundizaron en la irradiación del arquetipo de la madre. Pero también hay que
mencionar la valiosa contribución de Jean Piaget con su psicología y pedagogía
evolutiva y, especialmente, la de Donald W. Winnicott con su pediatría
combinada con el psicoanálisis de niños. Ellos nos detallan las complejas vías
de la psique infantil en estos momentos iniciales y fundamentales de la vida
que nos dan el sentimiento de ser amados, protegidos y siempre acogidos.
En el Día de la Madre vale
la pena recordar estas contribuciones que nos refuerzan el sentimiento profundo
que tenemos hacia nuestras madres. Más que reflexiones hoy valoramos el afecto,
cuyas raíces están fundadas en el cerebro límbico, que surgió hace más de
doscientos millones de años cuando irrumpieron en el proceso de la evolución
los mamíferos, de los cuales descendemos. Con esta especie nos vino el amor, el
afecto y el cuidado, guardados como informaciones hasta hoy por nuestro
inconsciente colectivo. Entreguémonos brevemente a la tierna fuerza de este
afecto.
Hay muchos textos
conmovedores que exaltan la figura de la madre, como el bellísimo del obispo
chileno Ramón Jara. Pero hay otro de gran belleza y verdad que viene de África,
de una noble abisinia, recogido en el prefacio del libro Introducción a la
esencia de la mitología (1941), escrito por dos grandes maestros en el campo,
Charles Kerény y C. G. Jung. Así dice una mujer, en nombre de todas las mujeres
y madres, lo que reproducimos aquí. Una vez más vemos que aquí habla más alto
el afecto que la reflexión, pues en este día de las madres, aquel activa más
que en otras ocasiones el arquetipo materno.
«¿Cómo puede saber un hombre
lo que es una mujer? La vida de una mujer es completamente distinta de la del
hombre. Dios lo hizo así. El hombre es el mismo desde el momento de su
circuncisión hasta su declive. Es el mismo antes y después de haber encontrado
por primera vez a una mujer. Sin embargo, el día en que la mujer conoce a su
primer amor, su vida se divide en dos partes. Este día se convierte en otra.
Antes del primer amor, el hombre es el mismo que era antes. La mujer, desde el
día de su primer amor, es otra. Y lo seguirá siendo toda la vida».
«El hombre pasa una noche
con una mujer y luego se va. Su vida y su cuerpo son siempre los mismos. Pero
la mujer concibe. Como madre, es diferente de la mujer que no es madre, pues
lleva en su cuerpo durante nueve meses las consecuencias de una noche. Algo
crece en su vida y nunca va a desaparecer de su vida. Pues es madre. Y seguirá
siendo madre aun cuando el niño o los niños hayan muerto. Porque llevaba al
niño en su corazón. Incluso después de su nacimiento, lo sigue llevando en su
corazón. Y de su corazón no se irá nunca, aunque el niño muera».
«Todo esto no lo conoce el
hombre. Él no sabe nada. Él no sabe la diferencia entre el "antes del
amor" y el "después del amor", entre el antes y el después de la
maternidad. No lo puede saber. Sólo una mujer puede saberlo y hablar de ello.
Es por eso que, las madres, nunca debemos permitir que nuestros maridos puedan
oscurecer este profundo sentimiento nuestro. Una mujer puede solo una cosa.
Puede cuidar de sí misma. Se puede conservar decente. Debe ser cuál es su
naturaleza. Debe ser siempre niña y madre. Antes de cada amor es niña. Después
de cada amor es madre. En esto podrás saber si ella es buena mujer o no».
Sin duda, se trata de una
visión idealizada de la mujer y de la madre. En ellas también hay sombras. Pero
en este día nos olvidamos de las sombras para centrarnos sólo en el momento
arquetípico de luz que cada madre es. Por eso tantas personas viajan este día,
se desplazan desde muy lejos para ver a su "querida madrecita", para
darle un abrazo filial y cubrirla de besos.
Ellas lo merecen. No
estaríamos aquí si no hubieran tenido el cuidado infinito de darnos la
bienvenida a la vida y de encaminarnos por los misteriosos laberintos de la
existencia. Para ellas nuestro afecto, nuestro cariño y nuestro amor: a las
vivas y a las que están más allá de la vida.
Leonardo BOFF/ 13-mayo-16
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