26 de mayo de 2016
(Víctor Codina sj).- No deja
de ser sorprendente y muy significativo que una serie de teólogos considerados
"malditos" durante el largo invierno eclesial del postconcilio, sean
ahora no solo admiradores entusiastas del Papa Francisco, sino que se hayan
convertido en sus defensores frente a los que le atacan y acusan.
Estos teólogos y teólogas
fueron considerados sospechosos en sus doctrinas, algunos fueron excluidos de
sus cátedras, otros fueron censurados por sus escritos y tuvieron que
defenderse de los "monita" o advertencias que recibían de los
responsables de sus Iglesias locales y muchas veces de Roma. Su sufrimiento fue
grande, su silencio muy doloroso, pero actuaron con "resistencia y
sumisión" y permanecieron fieles a la Iglesia.
Sin pretender ser exhaustivo
cito alguno de los nombres que me son más conocidos y familiares: Hans Küng,
Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Eleazar López, José Mª Castillo,
Juan Masiá, José Antonio Pagola, Marciano Vidal, Benjamín Forcano, Andrés
Torres Queiruga, Juan José Tamayo y un largo etcétera en el que habría que
nombrar a teólogas como Ivone Gebara, Elisabeth Johnson y teólogos
anglosajones.
Latinoamericanos jesuitas
Europeos
¿Qué ha pasado? Ninguno de ellos
o ellas se han retractado de sus opiniones, tal vez hayan matizado y
clarificado algunos malentendidos, pero no han cambiado de rumbo.
Lo que ha sucedido es que
Francisco ha inaugurado un estilo nuevo de ejercer el Primado romano, no es
teólogo profesional y no impone su propia teología, sino que es ante todo
pastor, ha abierto las puertas de la Iglesia, desea una Iglesia que salga a la
calle y huela a oveja, que no excluya sino que acoja y sea sacramento de
misericordia, una Iglesia que sea dialogante, no autorreferencial, pobre y de
los pobres, que viva la alegría del evangelio y crea en la novedad siempre
sorpresiva del Espíritu. El clima eclesial ha cambiado en estos años, hay mayor
libertad, se puede respirar mejor.
Y espontáneamente uno
recuerda la notable semejanza que existe entre esta situación y la de los años
del preconcilio cuando una serie de teólogos fueron censurados y acusados de
defender la llamada Nouvelle Théologie, pero que luego en tiempos de Juan XXIII
fueron los grandes teólogos del Vaticano II: Rahner, Congar, De Lubac, Chenu,
Daniélou e incluso Teilhard de Chardin ya fallecido pero que inspiró en gran
parte la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, Gaudium et
spes.
Estos cambios, más allá de
las anécdotas personales o históricas, desde una mirada de fe, nos llevan a
reconocer que la Iglesia, Pueblo de Dios peregrino en la historia hacia el
Reino, a pesar de sus errores, limitaciones y pecados, está siempre animada y
guiada por el Espíritu del Señor y que aunque, como la luna, atraviese
diferentes fases de oscuridad y de luz, nunca es abandonada por el Señor Jesús,
que es la luz de los pueblos, Lumen Gentium y la conduce " desde las
sombras y las apariencias a la verdad", como se lee en el epitafio del
beato cardenal Newman.
Y todo ello nos produce gran
alegría y esperanza de una nueva primavera pascual. Y es un estímulo para que
la teología siga siendo una instancia profética y de frontera en la Iglesia de
hoy.
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