viernes, 27 de mayo de 2016

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: “LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO”

ORACIÓN DEL "HOY"

¡Qué rápido pasa la vida, Señor!
Pero no me importa lo pasado,
me interesa vivir el “hoy”.

Si no te sirvo hoy, ¿cómo podré servirte mañana?
Si no comienzo hoy, ¿cómo podré decir que empezaré mañana?
Si hoy no colaboro contigo, ¿con qué ganas me pedirás algo mañana?

Para poder servirte mañana, hoy te quiero amar.
Para amarte mañana, hoy te quiero tener.
Para tenerte mañana, hoy te quiero poseer.

Para que en mí te hagas visible, a los hombres de mi tiempo,
ayúdame, Señor, a cumplir tu voluntad en el "hoy" que vivo.
             Anónimo.


CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


“Pero la gente se dio cuenta y lo siguieron. Jesús los acogió y se puso a hablarles del Reino de Dios, y devolvió la salud a los que necesitaban curación.
El día comenzaba a declinar. Los doce se acercaron para decirle: ‘Despide a la gente. Que vayan a las aldeas en busca de alojamiento y comida. Jesús les contestó: ‘Denles ustedes mismos de comer’. Ellos dijeron: ‘No tenemos más que cinco panes y dos pescados”Lucas 9, 11-17
PALABRA Y PAN


            Más de cien mil personas mueren cada día de hambre en el mundo. Unos cuarenta millones al año. El 50.5% de la humanidad está mal alimentado, sin el mínimo promedio de 2,600 calorías para ejercer una actividad normal. Y en muchos países en los que no hay hambre cuantitativa, hay hambre cualitativa, esto es, alimentación sólo a base de ciertos productos, con dificultad o imposibilidad para adquirir otros alimentos básicos que completen el cuadro necesario de vitaminas, proteínas y minerales.

            Palabra y comida son los alimentos del hombre, encarnación del pensamiento, alimenta el alma. La comida alimenta al cuerpo. También el espíritu, el hombre trascendental, proyectado hacia el más allá a través del más acá, necesita esos dos elementos. Palabra y comida, revelación y comunión, el Verbo hecho palabra humana y el Verbo hecho pan, alimentan al hombre para ese camino invisible, el único absolutamente importante, que cruza el puerto de la muerte y sigue hasta encontrar a Dios.

            En dos oportunidades, una de ellas hoy, muestra el evangelio a Cristo preocupado por el alimento material de la multitud que había estado alimentando su espíritu con sus palabras. Con su cuerpo humano tenía experiencia de lo que es el hambre aguda, que puede llegar a la polifagia, a hambre canina o deseo de comer cualquier cosa. En más de una ocasión tuvo que alimentarse, en última instancia, con unos cuantos granos de trigo tomados desde el camino.

            Mirando a la multitud que lo sigue, ya varias horas sin probar bocado, alimentada solamente de su fascinación y su palabra, dice: “Me da pena esta gente que me viene siguiendo desde hace ya tres días y ya no tienen qué comer; si los despido a sus casas sin alimento, desfallecerán en el camino”.

            Si es verdad que “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra de Dios vive el hombre sino también de pan” inclusive en el mundo del espíritu, por la unión de alma y cuerpo, porque conforme está más vacío el estómago, es menos clara la distinción entre el bien y el mal.

            La preocupación de Cristo, Cristo personal, tiene que ser también una preocupación del Cristo histórico, de la Iglesia, prolongación misteriosa de la doctrina y la vida de Cristo. Cristo solucionó el problema en ese momento como Dios, milagrosamente, multiplicando los panes y los peces. No fue un capricho. Tenía un sentido el milagro, aparte de ser una solución. Trataba de preparar a las turbas para el inmediato anuncio sorprendente de la eucaristía, milagroso pan del alma. La Iglesia tiene que utilizar los medios a su alcance.

            La Iglesia propugna que cada familia, además de su trabajo, tenga alguna propiedad, no sólo por la razón de fondo de salvaguardar la independencia de la familia, de defenderla de las posibles pretensiones del Papá Estado, sino por la razón elemental, inmediata,  de que cada familia esté más protegida del hambre y pueda cubrir mejor sus gastos de necesidad, cultura y previsión.

            Pero la Iglesia no es sólo el Papa, la Jerarquía, sus ayudantes sacramentales que son los sacerdotes y sus ayudantes carismáticos que son los religiosos y los católicos de acción. La Iglesia son todos los cristianos. Sobre cada uno recae, en la medida de sus posibilidades, como un deber cristiano inaugurado por Cristo, combatir el hambre en el mundo. Porque el hambre es injusto, desde que el hombre tiene derecho natural a comer. Y porque es peligroso, pues el hambre desquicia al individuo y a la sociedad.

                                                             José M. de Romaña.

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