DE: “LAS MÁS BELLAS
ORACIONES DEL MUNDO”
ORACIÓN DEL "HOY"
¡Qué rápido pasa la vida,
Señor!
Pero no me importa lo
pasado,
me interesa vivir el “hoy”.
Si no te sirvo hoy, ¿cómo
podré servirte mañana?
Si no comienzo hoy, ¿cómo
podré decir que empezaré mañana?
Si hoy no colaboro contigo,
¿con qué ganas me pedirás algo mañana?
Para poder servirte mañana,
hoy te quiero amar.
Para amarte mañana, hoy te
quiero tener.
Para tenerte mañana, hoy te
quiero poseer.
Para que en mí te hagas
visible, a los hombres de mi tiempo,
ayúdame, Señor, a cumplir tu
voluntad en el "hoy" que vivo.
Anónimo.
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
“Pero la gente se dio cuenta y lo
siguieron. Jesús los acogió y se puso a hablarles del Reino de Dios, y devolvió
la salud a los que necesitaban curación.
El día comenzaba a declinar. Los doce se
acercaron para decirle: ‘Despide a la gente. Que vayan a las aldeas en busca de
alojamiento y comida. Jesús les contestó: ‘Denles ustedes mismos de comer’.
Ellos dijeron: ‘No tenemos más que cinco panes y dos pescados”…Lucas 9, 11-17
PALABRA Y PAN
Más de cien mil personas mueren cada día de hambre en el
mundo. Unos cuarenta millones al año. El 50.5% de la humanidad está mal
alimentado, sin el mínimo promedio de 2,600 calorías para ejercer una actividad
normal. Y en muchos países en los que no hay hambre cuantitativa, hay hambre
cualitativa, esto es, alimentación sólo a base de ciertos productos, con
dificultad o imposibilidad para adquirir otros alimentos básicos que completen
el cuadro necesario de vitaminas, proteínas y minerales.
Palabra
y comida son los alimentos del hombre, encarnación del pensamiento, alimenta el
alma. La comida alimenta al cuerpo. También el espíritu, el hombre
trascendental, proyectado hacia el más allá a través del más acá, necesita esos
dos elementos. Palabra y comida, revelación y comunión, el Verbo hecho palabra
humana y el Verbo hecho pan, alimentan al hombre para ese camino invisible, el
único absolutamente importante, que cruza el puerto de la muerte y sigue hasta
encontrar a Dios.
En dos oportunidades, una de ellas hoy, muestra el
evangelio a Cristo preocupado por el alimento material de la multitud que había
estado alimentando su espíritu con sus palabras. Con su cuerpo humano tenía
experiencia de lo que es el hambre aguda, que puede llegar a la polifagia, a
hambre canina o deseo de comer cualquier cosa. En más de una ocasión tuvo que
alimentarse, en última instancia, con unos cuantos granos de trigo tomados
desde el camino.
Mirando a la multitud que lo sigue, ya varias horas sin
probar bocado, alimentada solamente de su fascinación y su palabra, dice: “Me
da pena esta gente que me viene siguiendo desde hace ya tres días y ya no
tienen qué comer; si los despido a sus casas sin alimento, desfallecerán en el
camino”.
Si es verdad que “no sólo de pan vive el hombre sino de
toda palabra de Dios vive el hombre sino también de pan” inclusive en el mundo
del espíritu, por la unión de alma y cuerpo, porque conforme está más vacío el
estómago, es menos clara la distinción entre el bien y el mal.
La preocupación de Cristo, Cristo personal, tiene que ser
también una preocupación del Cristo histórico, de la Iglesia, prolongación
misteriosa de la doctrina y la vida de Cristo. Cristo solucionó el problema en
ese momento como Dios, milagrosamente, multiplicando los panes y los peces. No
fue un capricho. Tenía un sentido el milagro, aparte de ser una solución.
Trataba de preparar a las turbas para el inmediato anuncio sorprendente de la
eucaristía, milagroso pan del alma. La Iglesia tiene que utilizar los medios a
su alcance.
La Iglesia propugna que cada familia, además de su
trabajo, tenga alguna propiedad, no sólo por la razón de fondo de salvaguardar
la independencia de la familia, de defenderla de las posibles pretensiones del
Papá Estado, sino por la razón elemental, inmediata, de que cada familia esté más protegida del
hambre y pueda cubrir mejor sus gastos de necesidad, cultura y previsión.
Pero la Iglesia no es sólo el Papa, la Jerarquía, sus
ayudantes sacramentales que son los sacerdotes y sus ayudantes carismáticos que
son los religiosos y los católicos de acción. La Iglesia son todos los
cristianos. Sobre cada uno recae, en la medida de sus posibilidades, como un
deber cristiano inaugurado por Cristo, combatir el hambre en el mundo. Porque
el hambre es injusto, desde que el hombre tiene derecho natural a comer. Y
porque es peligroso, pues el hambre desquicia al individuo y a la sociedad.
José M. de Romaña.
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